LA MARCHA DE LA PANDEMIA
Los llamados efectos para-pandémico están siendo de los que más inquieta al grupo de científicos que asesora al gobierno sobre el avance del coronavirus.
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En menos de lo que dura un partido de fútbol, la línea antisuicidio recibe una nueva llamada de alguien queriendo o ideando quitarse la vida. Así todos los días, 15 veces por día, desde que en Uruguay se declaró la emergencia sanitaria por el COVID-19.
El sonido estridente y alto con que suena el teléfono de la Línea Vida es de las pocas señales evidentes de lo que, paradójicamente, los técnicos entienden que es un problema “silencioso”. Y aunque el disparo en las llamadas (136% respecto al mismo período del año anterior) no es una consecuencia directa de la pandemia, los científicos advierten que tras el “efecto guerra” del confinamiento voluntario devienen los impactos en la salud mental.
Los llamados efectos para-pandémicos (algunos académicos rechazan el término, pero todos entienden que se trata de los daños colaterales a la infección per se), están siendo de los que más inquietan al grupo de científicos que asesora al gobierno.
Uruguay estaría entrando en lo que el intensivista estadounidense Víctor Tseng describió como “la cuarta ola”. En un artículo que será publicado en la Revista de Psiquiatría uruguaya se explica que “una primera ola estaría dada por los efectos directos de la morbilidad y mortalidad causadas por la infección viral, el temor que ella provoca y las consecuencias del confinamiento. A esto se sumaría una segunda ola provocada por los efectos económicos de la reducción de actividades. La tercera ola es la consecuencia de la interrupción o retraso en la asistencia a otras patologías. Por último, la cuarta ola, está dada por el efecto sumado de las anteriores sobre la salud mental”.
En los países en los que el COVID-19 golpeó más fuerte, el daño en la salud mental se evidenció antes: el Colegio de Médicos de Barcelona constató un incremento del estrés y ansiedad en el personal de salud al punto que la cuarta parte admitió que dudó en abandonar su tarea. En otro estudio multicéntrico chino, realizado en los primeros meses posteriores al primer brote y citado en la publicación que saldrá en la revista uruguaya, “el 53% de los encuestados catalogaron la repercusión en salud mental de moderada a severa. Un 16,5% reportó síntomas depresivos de moderados a severos y 28,8% reportó síntomas de ansiedad de moderados a severo”.
Los llamados por intentos de suicidio en Uruguay podrían dar una pista local, aunque de casos extremos. La otra línea de la Administración de los Servicios de Salud del Estado, creada especialmente para la contención emocional durante la pandemia, recibe, en promedio, 59 consultas por día. Y poco menos de la mitad de esas llamadas (45%) son por síntomas depresivos o ansiedad. Así lo constata un análisis estadístico, con una muestra hasta agosto, que elaboró Gonzalo Giraldez de ASSE.
Parte del aumento de las llamadas a las dos líneas del prestador público “está influido por los cierres temporales de centros asistenciales”, argumentó la coordinadora de los servicios Jimena Píriz.
Hasta fines de mayo, el 58% de 31 instituciones de salud privada del Uruguay reportó “una disminución en la demanda de los abordajes psicoterapéuticos y el 29% en la demanda a consulta psiquiátrica”. Y de las consultas concretadas, menos del 7% fueron presenciales. Es uno de los hallazgos que incluye el psiquiatra Ricardo Bernardi, del GACH, en base a datos del MSP.
Situaciones de convivencia.
Cuando la maestra compartió las diapositivas del curso virtual que tenía preparadas para sus alumnos de diez años, el niño “busca pleitos” -ese que los psicólogos tildan de “líder negativo”- se dio cuenta que podía rayar la pantalla de Zoom. Sin pensarlo dos veces, descargó su rabia en forma de líneas gruesas sobre las diapositivas. Algunos compañeritos empezaron a imitarlo y otros, sencillamente, atinaron a descargarse con risa. Fue tal la angustia de la maestra que, con la camarita de la computadora encendida, se puso a llorar, les dijo que no los “soporta más” y que renunciaba. Tiempo después se arrepintió.
Esto pasó en Chile hace pocas semanas. El periodista Roberto Herrscher lo vivenció y se lo narró a unos estudiantes de Comunicación uruguayos este viernes. Más que una anécdota personal, era una pincelada de las reacciones menos pensadas que el COVID-19 estaba despertando en los humanos.
Una investigación a cargo de la Cátedra de Psiquiatría Infantil en Uruguay, en base a entrevistas en profundidad a maestros y directores, demostró que, durante la virtualidad, los docentes “trabajaron más horas, bajo presión y estrés”.
En esos meses de mayor confinamiento, un estudio de la prestigiosa Asociación Americana de Psicología, publicado en octubre, reveló que los padres con niños menores en sus casas estaban más estresados que los que no eran padres.
Durante ese mismo tiempo, coincidente con el corte de la atención presencial en las policlínicas, los psiquiatras de niños uruguayos notaron una baja en las consultas y discontinuidad en los tratamientos. Pero la catedrática Gabriela Garrido había advertido que “no hubo descenso de los casos de violencia intrafamiliar y abuso sexual, lo que podría reflejar un aumento en términos relativos”.
Tras el “efecto guerra” que supuso la cuarentena voluntaria, las consultas retomaron su ritmo habitual. E incluso se incrementaron. “Sin dudas estamos con muchísimas consultas”, resumió la profesora Garrido, aunque se excusó de dar cifras porque “todavía no hay una investigación” exhaustiva.
Aunque los padecimientos mentales no tienen edad, los científicos están más que atentos a los extremos poblacionales: los niños y los más adultos. “Estamos muy preocupados con los efectos en la salud mental y física, sobre todo en los mayores. No hay necesidad de cerrar espacios públicos, todo lo contrario”, había dejado en claro Rafael Radi, coordinador general del GACH en la última conferencia que dio en Torre Ejecutiva. En esa misma disertación, el médico explicó que la falta de presencialidad estaba afectando a los más pequeños y que la “baja de guardia” de la población global es parte de un efecto “fatiga”.
Son manifestaciones que, en la vorágine de la pandemia, pasan a veces inadvertidas; incluso más que el simple tono de un teléfono.