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En la escuela pública fueron a clase ocho días en todo setiembre

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Cambio: en 2015 hubo una juntada de firmas para eliminar la moña; pero recién en este 2018 el asunto llega a la consulta con docentes. Foto: Francisco Flores.

EFECTO DEL VIRUS EN LA EDUCACIÓN

Según los datos estadísticos de Primaria, los estudiantes faltaron, en promedio, un tercio de los días que debieron ir, por lo cual solo terminaron concurriendo ocho días en un mes.

Desde hace un mes las escuelas uruguayas están habilitadas para recibir, de lunes a viernes y en horario completo, a todos sus alumnos. Pero la necesidad de mantener la distancia de un metro y medio entre bancos, debido a la pandemia del coronavirus, forzó a la subdivisión de los grupos y determinó que, en setiembre, los escolares de centros públicos hayan sido convocados a clases presenciales, en promedio, tan solo 12 días.

No solo eso: al no ser obligatorio concurrir a las aulas -medida que el gobierno dispuso hasta el término de la emergencia sanitaria- y dados los problemas de asistencia que arrastraba Primaria previo a la pandemia, en el último mes los niños fueron efectivamente a clases presenciales, en promedio, apenas ocho días -un tercio menos de lo que podrían haberlo hecho. Así lo evidencian los datos del sistema informático GURI, a los que accedió El País.

El problema se agrava en la educación inicial (en ese nivel solo concurrieron seis días), es más notorio en los centros urbanos (acudieron ocho días versus 13 en los locales rurales), empeora en Montevideo (en la capital el promedio de asistencia fue siete días contra 13 en Flores), y devela que hay 6.000 escolares que directamente se desvincularon del sistema.

Este escenario aumentó la presión sobre los tomadores de decisiones al punto que el próximo miércoles 14 de octubre, a las 17:15 horas, un grupo de padres organizados de la escuela pública se concentrarán en la plaza Varela, en Pocitos, para exigir una flexibilización del protocolo sanitario y la vuelta a la obligatoriedad.

“Si en la educación uruguaya ya había evidencia de una grieta de inequidad, en que los más desfavorecidos eran los más rezagados, ahora esto se termina de confirmar”, explica Pablo Cayota, director del colegio Santa Elena y exdirectivo del Instituto Nacional de Evaluación Educativa. Por eso dice que “llegó el momento de ser honestos: ¿tiene sentido mantener la distancia física dentro de la clase si no se cumple en los recreos, en las casas y en los cumpleaños?”.

El riesgo cero no existe y toda decisión supone gestionar las probabilidades. Así lo entiende el neuropediatra Gabriel González, quien coordina el equipo de atención primaria del grupo de científicos que asesora al gobierno. Como científico, aclara, a él no le compete la toma de decisión. Y como pediatra piensa que “el impacto que tiene en el niño la pérdida del hábito de ir a la escuela puede llevar demasiado tiempo en solucionarse”. Añade que, “tal vez, se podría pensar en flexibilizar las distancias a costo de aumentar los riesgos en aquellos sectores que no encuentran alternativas para que haya más clases”.

En Dinamarca, por ejemplo, buena parte de las clases se dictan al aire libre. “Ahora que empieza el clima más lindo, es una oportunidad”, dice González. En Alemania los grupos se subdividen, se ponen más docentes y más lugares a cambio de flexibilizar la distancia. “En definitiva, hay que poner todo en la balanza y entender que riesgo siempre hay: de hecho, hay menos riesgo yendo a la escuela que quedándose en la casa con adultos que salen y entran”.

Daño colateral.

“Les temo más a las consecuencias emocionales, cognitivas y sociales que estamos viendo en los niños, que al avance de la pandemia en sí”, dice Cayota. Y advierte que si hay algo que le preocupa es “que ni sindicatos, ni parlamentarios, ni buena parte de la sociedad está pensando en el enorme daño que están sufriendo los escolares y jóvenes”.

La literatura científica sugiere que la pandemia “aumentó por cuatro” las consultas por depresión, ansiedad y trastornos del sueño en niños. En Uruguay “se ha evidenciado este incremento” que, según el neuropediatra González, ha llevado a que “muchos chicos duerman durante el día y estén despiertos en la noche”.

La catedrática en psiquiatría infantil Gabriela Garrido explica que “esta presencialidad limitada está llevando a la pérdida de rutinas y de un orden mínimo de horarios”, y que por eso “repercute en la organización familiar”. Pero lo que más le “llama la atención” es “la cantidad de consultas por abusos sexuales y violencia, incluso algunas que derivan en hospitalizaciones”.

A los “efectos adversos” (o parapandémicos, como les dicen los pediatras) se suma el rezago en los aprendizajes. En Uruguay se comprobó que, en un año normal, los niños de los contextos más vulnerables se retrasan en las vacaciones de verano un mes educativo respecto a sus pares menos pobres. Ocurre que mientras en los hogares más favorecidos hay estímulos, lecturas, juegos, en los más pobres esto a veces no existe.

En algunas escuelas Aprender, situadas en contextos críticos, el espacio físico permite que los niños sean convocados a clase más días que en escuelas del quintil más rico, y aun así faltan más.

En el Codicen también se dicen “preocupados” por la falta de presencialidad y asistencia al aula. El consejero Óscar Pedrozo reconoce que “se ha ido estirando el horario posible de clase, se ha sugerido buscar distintos espacios para aumentar la presencialidad, pero, dadas las medidas sanitarias, no hay mucho más margen”.

Las autoridades educativas no han recibido “ninguna comunicación sanitaria de que, en algunos casos, se pueda flexibilizar el distanciamiento físico”, continúa Pedrozo. Sin embargo, advierte que “la política” que tienen es la de “aumentar la convocatoria: si en un subgrupo siempre falta un tercio, convocar a un tercio más, y si un día asisten todos a clase, que se repartan con un maestro comunitario, se use el salón de actos, o cualquier alternativa que disponga la dirección”.

Cayota concluye: “Estos problemas educativos pasan desapercibidos; pero si en los informativos se reportara todos los días la cantidad de niños que desertan o están con problemas emocionales por la pandemia, impactaría más que los nuevos positivos”.

Producción: Pamela Díaz.

Aprueban un apoyo para los de sexto

Primaria estableció que, en el último tramo de este 2020, la prioridad esté centrada en quienes egresan de la escuela. Por eso una comunicación de la Inspección Técnica pide hacer “foco” y “todo lo posible” para que los niños de sexto vayan todos los días a clase en horario completo. El Codicen aprobó, por pedido de Primaria, que haya unas 8.400 horas de apoyo a disposición de los sextos años. Más horas se darán para el verano educativo y “para lo que pida Primaria”, dijo a El País el consejero Óscar Pedrozo.

Audec: 92% a clase todos los días

Las asociaciones de colegios privados les solicitaron a las autoridades educativas el aumento de horas de presencialidad en los liceos (hoy el máximo son seis horas) y la flexibilidad del distanciamiento para que los escolares acudan en horario completo. Un relevamiento de la asociación que nuclea a más de 100 colegios católicos (Audec) muestra que en el 92% de los institutos privados los alumnos tienen clases todos los días. Pese a que la asistencia no es obligatoria, en nueve de cada 10 de estas instituciones la concurrencia supera el 90% de la matrícula. Pero solo en cuatro de cada 10 se está haciendo un horario completo.

Población que quedó “olvidada”

En las escuelas de educación especial, donde se atienden niños con algún tipo de discapacidad, los alumnos fueron a clases presenciales ocho días, en promedio, en todo setiembre. Pero en algunas subáreas, sobre todo para aquellos con problemas motrices severos, sordera o pluridiscapacidad, la asistencia ni siquiera alcanzó los cinco días en todo el mes. Según la psiquiatra Gabriel Garrido, “esta población quedó olvidada: se les suspendieron los tratamientos, las clases y cuando ambas cosas retomaron lo hicieron en tiempo parcial o con limitaciones”. Los datos del Plan Ceibal evidencian que estos niños son los que menos usan la virtualidad.

Cronología de un año lectivo en medio de una pandemia
Por cuarto año la escuela pública gana terreno frente a los colegios privados y les quita más de 4.500 niños desde 2017. Foto: Fernando Ponzetto

Marzo. Once días después del comienzo de clases se anuncian los primeros enfermos del COVID-19 en Uruguay. El gobierno informa la suspensión de las clases presenciales en todos los niveles.

Abrl. En un documento interno, los pediatras que integran el novel grupo de científicos que asesora al gobierno, advierten sobre el impacto del cierre de escuelas y aconsejan retomar los tratamientos, controles médicos y el regreso a clases cuando la pandemia lo permita. El Codicen habilita el retorno a la presencialidad en algunas escuelas rurales.

Mayo. Un segundo informe de los pediatras recomienda la extensión de la vuelta a clases ante el impacto en la salud mental de los niños. El presidente Luis Lacalle Pou dice que “estarían dadas las condiciones” para el retorno paulatino a las aulas.

Junio. Empieza el retorno masivo en tres etapas, primero los del interior.

Julio. Codicen da dos semanas de vacaciones para evitar contagios por gripe.

Agosto. Científicos y el MSP sugieren aumentar las horas de presencialidad en escuelas. Habilitan internados y más tiempo en liceos y UTU.

Setiembre. Luz verde para el aumento de horas y habilitan los comedores escolares.

El dato

El País accedió a los datos, escuela por escuela, de cuántos días debieron acudir los alumnos en el mes y cuántos días efectivamente asistieron a clase. La información que se presenta en la infografía está ponderada por la cantidad de niños matriculados y, para facilitar la comprensión, el resultado se presenta sin decimales.

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