Uruguay sostenible: laboratorio de innovación Agropecuaria

¿Puede Uruguay convertirse en el país con la producción agropecuaria más sostenible del mundo? ¿Y, sobre todo, es un buen negocio?

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Si Uruguay lograra llevar su producción agropecuaria a los estándares internacionales más exigentes en materia de sostenibilidad, los beneficios serían múltiples y transversales: mayor valor de exportaciones, más ingresos para el país y un horizonte de desarrollo más sólido para las próximas generaciones. Las estimaciones indican que este proceso podría traducirse en un incremento de entre 1,5 y 2 puntos del Producto Interno Bruto (PIB) en ingresos agroexportadores[1].

Hoy, sin embargo, el país subutiliza el potencial económico de su capital natural, lo que invita a repensar la sostenibilidad no solo como un imperativo ambiental, sino también como una oportunidad económica y estratégica.

¿Dónde está Uruguay hoy?

Uruguay parte de una base productiva reconocida internacionalmente. Las carnes uruguayas gozan de prestigio. La producción forestal, desde la aprobación de la ley que regula el sector en 1987, ha crecido de forma sostenida. El arroz se destaca por su eficiencia productiva y su alineación con criterios de sostenibilidad, mientras que la soja, pese a los cuestionamientos asociados a su impacto ambiental, continúa siendo una fuente relevante de ingresos. La lechería enfrenta un escenario de desafíos, pero con oportunidades relevantes.

Desde el punto de vista climático, Uruguay presenta una contribución relativamente baja a las emisiones globales de gases de efecto invernadero, concentradas mayoritariamente en la ganadería. A ello se suman ventajas estructurales: disponibilidad de agua, tierras productivas, una matriz energética basada en fuentes renovables y una cultura productiva que defiende y promueve al agro como pilar central del desarrollo económico.

¿Quiénes lideran la producción agropecuaria sostenible?

Responder quién es “el mejor” en producción agropecuaria requiere definir criterios claros de comparación, comprender el contexto en el que se compite y evaluar brechas, costos y beneficios de largo plazo. Las referencias varían según el indicador que se observe.

Considerando el volumen de producción, países como China y Estados Unidos lideran ampliamente y por escala no son comparables con Uruguay. Más interesante es el caso de Países Bajos, segundo exportador agroalimentario del mundo, con una superficie aproximadamente del 24% del Uruguay en un sector donde la tierra suele ser un factor determinante.En materia de sostenibilidad, Francia encabeza los rankings, seguida también por Países Bajos.

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Los atributos de la sostenibilidad como negocio

Desde una perspectiva económica y estratégica, la sostenibilidad ofrece beneficios concretos:

En primer lugar, eficiencia económica directa. Un uso más racional de recursos como agua, fertilizantes y energía reduce costos operativos. A su vez, los productos con certificaciones orgánicas, de carbono neutro o con altos niveles de trazabilidad tienden a acceder a mercados premium, donde se pagan mejores precios o, al menos, se consolidan ventajas competitivas. Además, bancos e inversores muestran una creciente preferencia por proyectos con bajo riesgo climático y ambiental, ampliando el acceso a créditos verdes y financiamiento sostenible.

En segundo lugar, competitividad comercial. Mercados clave como la UE o EEUU imponen exigencias ambientales cada vez más estrictas —huella de carbono, deforestación cero, trazabilidad— que funcionan como barreras de acceso. Uruguay, con la trazabilidad de su carne, o Costa Rica, con su posicionamiento verde, son ejemplos de este camino. Además, grandes compradores internacionales como Nestlé, Unilever o McDonald’s demandan cadenas de suministro sostenibles.

En tercer lugar, beneficios ambientales que sostienen la productividad. Suelos más fértiles y resilientes, prácticas regenerativas, reducción y captura de emisiones de carbono y una mayor capacidad de adaptación al cambio climático aseguran continuidad productiva en contextos más desafiantes.

A esto se suman beneficios sociales y reputacionales: mayor aceptación social y licencia para operar, atracción de talento joven interesado en la agroinnovación con impacto y una mejor reputación internacional que fortalece la confianza de consumidores e inversores.

Finalmente, la sostenibilidad asegura retornos de largo plazo. La degradación de suelos o la contaminación de cuencas puede dejar fuera de competencia en 10 o 20 años.

Un país con condiciones singulares

Analizando las capacidades existentes y las que pueden desarrollarse, no resulta utópico pensar que, con decisiones claras y una dirección estratégica definida, Uruguay pueda profundizar este camino. Pocos países combinan una escala manejable, abundantes recursos naturales y una estrategia de diferenciación ambiental con credenciales reconocidas internacionalmente.

¿Qué falta para dar el salto?

El desafío varía según el rubro. La ganadería cuenta con trazabilidad y una imagen de carne natural, pero enfrenta el reto de las emisiones de metano. La forestación presenta certificaciones internacionales y un rol como sumidero de carbono, aunque convive con tensiones en la percepción social de algunas comunidades. La lechería se apoya en sistemas pastoriles y el cooperativismo, pero debe mejorar la gestión de efluentes y emisiones. El arroz combina eficiencia y el modelo arroz-ganadería, con un uso intensivo de agua como principal desafío. La soja destaca por la siembra directa y su peso exportador, aunque enfrenta críticas por el uso de químicos, la erosión y su escasa diferenciación como commodity.

Si cada rubro avanzara sobre sus potencialidades, las proyecciones indican un aumento promedio de productividad agropecuaria de entre 10% y 20%, junto con una reducción de la huella ambiental, según el sector. Esto habilitaría el acceso a créditos de carbono para Uruguay[2].

Estas estimaciones respaldan la posibilidad de que Uruguay se consolide como un líder global en alimentos sostenibles, capturando nichos premium y diferenciándose claramente de competidores regionales con un escenario donde el aumento de entre 1,5 y 2 puntos del PIB por este motivo aparece como un objetivo plausible.

Otra perspectiva: el capital natural

Una forma complementaria de abordar la sostenibilidad es a través del concepto de capital natural, entendido como el conjunto de activos naturales —suelos, agua, bosques, biodiversidad y aire limpio— que sostienen la producción y el bienestar.

En Uruguay, una parte de ese capital ya está en uso, principalmente a través de las exportaciones agroforestales y la energía renovable. Sin embargo, esto representa apenas su potencial económico total. El resto se encuentra en servicios ecosistémicos aún subexplotados, como el carbono, la biodiversidad, el turismo verde, la bioeconomía y las certificaciones que agregan valor y diferencian productos.

Uruguay ya vive de su capital natural. El desafío —y la oportunidad— es transformarlo en valor estratégico, integrando lo que hoy produce con aquello que el mundo está dispuesto a pagar por una naturaleza bien cuidada.

- Autor: Ing. MBA Juan Pablo Peregalli

[1] En base a Bid; Uruguay XXI; Banco Mundial; FAO; MEF/BID–NatCap; INIA; UdelaR. Detalle disponible.
[2]Basado en ICC (2024); IICA (2024); Banco Mundial (2023–24). Detalle disponible.

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