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Riesgo, incertidumbre y acción

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Hace apenas un mes, el índice Dow Jones que refleja el comportamiento del valor de las acciones de las empresas que cotizan en la bolsa de Nueva York, se ubicaba en 29.348.

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Al 23 de marzo, el índice se encuentra en 18.425, tras una caída de 37,2%. Lo mismo ocurre en Europa, en las bolsas de Londres, París, Frankfurt y Madrid; en Asia en las de Hong Kong y en Japón y hasta en las de nuestros dos vecinos. El “efecto riqueza” tan negativo de la situación que hasta hace algo más de un mes nadie esperaba ya tiene —y continuará teniendo— notables consecuencias sobre el comportamiento de la economía mundial, que afectará muy fuerte y adversamente al consumo y la inversión, a la producción y al empleo. La recesión mundial ya ocurre y no se sabe cuando la recuperación podría ocurrir.

Riesgo e incertidumbre

No se puede creer que quienes pudiendo vender sus acciones a los precios de hace un mes no lo hayan hecho, ni que los que deseaban transar y comprar tampoco consideraran correcto adquirir participaciones accionarias de empresas bien calificadas a los precios de entonces. El riesgo de que los índices bajaran en las magnitudes relativas en que lo han hecho, era prácticamente inexistente hace unas pocas semanas, cuando sus tendencias eran al alza. Sabido es que la aparición del COVID-19 y su expansión mundial es la causa de la transformación del bajo y cuantificable riesgo de participación bursátil reciente en una gran incertidumbre sobre el momento de la reversión de la situación.

Frank Knight —el “viejo magnífico— como le calificaron cuando estaba al frente del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago hasta 1940, fue quien más trabajó la diferencia entre el concepto de riesgo de los negocios y el de la incertidumbre en los negocios. Conocido también como un líder en el impulso emprendedor de los empresarios, Knight nos da, a pesar de su ausencia y la distancia temporal que nos separa, la explicación de lo que hoy ocurre y sobre todo la dificultad para ver cuál es la salida del descalabro económico y financiero al que nos ha llevado el nuevo virus.

Para poder hablar sobre lo que va a suceder de aquí en más y contestar las preguntas que habitualmente se hacen a economistas sobre cuál va a ser el comportamiento de la economía, la inflación o el dólar en los próximos meses, es necesario saber si algo es alcanzable con las medidas que se toman y poder medir el riesgo de que no se den los resultados. Si ello no es así, si no se conoce lo que se va a alcanzar ni cuando se logrará, y ni siquiera se cuenta con antecedentes cercanos, estamos en presencia de lo que hoy ocurre: incertidumbre sobre el futuro. Si supiésemos lo que hoy desconocemos, podríamos estimar el riesgo de llegar a esa situación y cómo hacerlo.

Cuando alguien compró la acción de una empresa hace un mes, la evidencia y la información le trasmitían la alta probabilidad del aumento del valor de la acción y el bajo riesgo de su declinación. No tenía entonces, información sobre la incertidumbre que desataría el coronavirus en el entorno financiero y económico mundial. A pesar que había gente dispuesta a vender la acción corporativa que el comprador deseaba comprar, tampoco pensaba que el riesgo de baja fuera tan alto y que sobreviniera una incertidumbre tal en el mercado accionario. Podemos decir lo mismo de los propios economistas o de los organismos multilaterales, sean instituciones de crédito, de comercio o de lo que sea, que hasta bien entrado febrero presentaban sus estimaciones macroeconómicas muy alejadas de lo que esas proyecciones —también inútiles—, serían hoy.

Todos los citados —entre quienes me cuento—, en mayor o menor medida compartíamos en el mundo y en nuestro país, habría crecimiento con baja inflación. Nadie esperaba lo que hoy se observa y se proyecta que continuará ante el ya generalizado cierre temporal de actividades y de mercados y las consecuentes disminuciones de la producción, el empleo y el ingreso.

Opiniones

Las medidas que un gobierno deba tomar en una situación de este tipo, de gran incertidumbre —no se sabe hasta dónde se va a llegar—, es imposible anticipar ni que sean las más adecuadas, ni las definitivas. Se sabe contra quién se lucha, pero no se conoce su fortaleza ni su duración, ni siquiera las consecuencias definitivas de la presencia del contrincante: el virus que desestabiliza al mundo.

Mientras el polizón se mantenga en el escenario mundial, regional y local, es difícil asegurar la mínima eficacia que pueden tener las medidas tradicionales que se emplean para impulsar a la actividad productiva con estabilidad. No hay información en antecedentes que pueden descartar de plano algunas de esas medidas o aceptarlas de antemano. Algunos pueden sentirse con capacidad —aunque antes deberían probarla— para indicar que es necesaria la adopción de tal o cual camino y otros aceptar su propuesta. Pero todos deben tener presente que no es uno que decide las medidas sino los conductores del país y no dudar que tienen el mismo propósito de minimizar los problemas de la población.

Pero además, se debe tomar conciencia de que las decisiones se toman en un contexto de incertidumbre y teniendo en cuenta las restricciones que existen para lograr el objetivo común. No es ni conveniente ni justo que no se valore ese proceder, sobre todo cuando desde el centro de decisión se demuestra que lejos se está de querer perjudicar a los que viven en nuestro país.

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