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Nueva normalidad ,nueva oportunidad

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Foto: El País
Leonardo Maine

OPINIÒN

En las últimas semanas, a la prolija estrategia del gobierno frente a la crisis del virus, se opuso una serie de propuestas desde la oposición.

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Dos de ellas han sido notorias, una de la bancada de diputados, otra del expresidente Vázquez. Más allá de que ninguna de ellas surgió formalmente del FA y por lo tanto no lo representan en sentido estricto, sí son muy representativas del ADN de esa fuerza política.

Esos aportes de la oposición tienen a mi modo de ver dos problemas serios. Uno, muchos de ellos reflejan “otro modelo”, muy diferente al del gobierno y —por lo tanto— difícil de ser combinado con él. Gobierno y oposición son como médicos con visiones distintas sobre el mejor tratamiento para el paciente y no se deben promediar sus recetas. Además, y esto no es menor en democracia, el paciente acaba de elegir cambiar de médico…

Suspender despidos, cambiar reglas de juego en materia de alquileres o crear o subir impuestos aún en contra de los postulados de la reforma tributaria del FA en 2007, forman parte del repertorio de la actual oposición. Vale recordar que en 2007 se dispuso, en línea con las tendencias mundiales, la eliminación gradual del impuesto al patrimonio hasta dejarlo en una tasa mínima a efectos de que opere como elemento de contralor del sistema.

El otro problema que veo a las propuestas de la oposición, que fue gobierno por 15 años y hasta apenas unas semanas, consiste en el estado de cosas en que dejó a la economía. Ahora se habla y se propone como si hubiera una “espalda” que por cierto no existe con un déficit en 5,5% del PIB, la deuda en ascenso desde 2014, la inflación en dos dígitos, el empleo y la inversión en caída desde hace años y la economía privada estancada desde 2015 y ahora en recesión.

En su versión más cercana al oficialismo, el FA aparece diciendo que está “de acuerdo con muchas de las medidas del gobierno, pero son insuficientes”. Pero resulta que, por un lado, Uruguay no puede gastar tanto como otros que tienen más espalda por haber hecho mejor las cosas (Chile, Perú) pero tampoco debe gastar tanto como otros que lo han hecho bastante peor (Argentina). Más allá de que nuestros números de pobreza, desempleo e informalidad no nos gustan, ellos son mejores que los de la mayoría de los países de nuestra categoría. Y lo son de manera estructural, desde tiempo inmemorial, más allá de crisis como las que venimos teniendo cada casi 20 años.

El gobierno ha elegido transitar tres avenidas para enfrentar la crisis del virus desde la economía: una, la flexibilización y el fortalecimiento del seguro de desempleo; dos, el aumento de la oferta de créditos a las empresas mediante ajustes a normas del BCU y fortalecimiento del sistema de garantías; tres, la profundización de la red de protección social en el ámbito del Mides. Se trata de tres caminos razonables y complementarios, que pueden ser profundizados en la medida en que sea necesario, como se ha venido haciendo. El gobierno se enfrenta a una crisis imprevista, global e inédita por su origen sanitario, con pocas municiones y, por lo tanto, debe tener muy buena puntería para utilizarlas sin desperdiciarlas, focalizándolas en los objetivos.

Sobre el tiempo por venir después de la crisis del virus hay dos tipos de consideraciones a realizar, unas más coyunturales, otras más de largo plazo.
Sobre las coyunturales, si finalmente el camino de la crisis es de tipo “V”, creo que la parte ascendente de la V será menos empinada que la descendente y por lo tanto se tardará más de lo previsto en volver al punto de partida. Esto será así en materia de actividad económica y mucho más aún en los casos del empleo, que se procurará ahorrarlo, y de las finanzas públicas, por la necesidad de continuar apoyando a sectores económicos y sociales que demorarán en levantarse.

En el caso de las consideraciones de largo plazo, creo que la nueva normalidad puede ser una nueva oportunidad para nuestro país. Para ello, es imperioso que se persevere en cuanto a la reputación del país (menos inflación, mejor situación fiscal) y que se avance en reformas y políticas pro crecimiento que están pendientes desde hace tiempo o que tienen el sello del nuevo gobierno: seguridad social, enseñanza, inserción internacional, regla fiscal, reforma laboral, mejor gestión del servicio civil, reducción del gasto público.

También resulta clave que no se hagan, durante y después de esta crisis, malas políticas que en tiempos de normalidad no se harían. Lo que está conceptualmente mal en tiempos de normalidad también lo está en tiempos de crisis. Una vez más, Argentina es un ejemplo de las cosas que no debemos hacer.

En las actuales circunstancias y en las que están por venir, la agenda y las urgencias que el gobierno planteó en su programa electoral están más vigentes y son más urgentes que entonces. El mundo que se viene tendrá tasas de interés casi nulas por mucho tiempo, por lo que habrá financiamiento abundante para quienes lo merezcan. Uruguay debe diferenciarse positivamente de sus compañeros de categoría con las mencionadas reformas y políticas pro crecimiento, más libertad económica, mejores regulaciones donde sea necesario, mejores diseños institucionales, mejor macroeconomía. Y todo ello sin perjuicio de fortalecer y adecuar a la nueva realidad, la protección social que ha sido característica de nuestro país desde hace décadas.

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