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La herencia y el viraje

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Tras los actos protocolares de ayer, una nueva administración, presidida por Luis Alberto Lacalle Pou, deberá enfrentar situaciones que como muestra la realidad, son adversas en diversas áreas.

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Entre esas situaciones adversas, están los problemas económicos que dejan quienes se van. Están los macroeconómicos, asociados a la inflación y a la recesión al no crecer la economía de acuerdo con su potencial, lo que se refleja en la desocupación de personas y en la capacidad instalada ociosa de bienes de capital. Y hay también otros problemas para cuya solución generalmente transcurre un lapso relativamente más extenso que los que exigen los de corto plazo y que son de tipo estructural, como los derivados de la política comercial y de la política de ingresos.

Los problemas

Conocemos los macroeconómicos: una situación que no es una coyuntura —algo transitorio—, sino una realidad que se ha instalado desde hace ya varios años. El empleo ha caído significativamente, el desempleo ha aumentado marcadamente y el resultado inflacionario se ubica bien por encima del objetivo oficial. Es que pese a las circunstancias externas a veces favorables —altos precios internacionales y bajas tasas de interés en el mundo— y otras adversas —dos años de recesión en Brasil y las varias instancias depresivas de Argentina—, la combinación de políticas macroeconómicas domésticas ha sido inadecuada para estimular al crecimiento y a la estabilidad.

Por ejemplo la fiscal, que como todos conocen se ha caracterizado por aumento notable de la presión tributaria desde 2007 y en otros años hasta 2018, restando ahorro privado para la inversión privada y destinada a la transferencias de ingresos a través del gasto público social y otro innecesario e ineficiente así como, en algunos casos, con objetivos no compartibles ni económica ni socialmente —en este caso por lo discriminatorio—. Y como se sabe, porque la evidencia empírica así lo refleja, si bien esa transferencia de ingresos puede resultar en un alivio temporal de algunas necesidades sociales, su efecto multiplicador posterior de la actividad productiva y del empleo ha sido notablemente menor al que habría tenido el ahorro privado apropiado, por la mayor presión fiscal para el financiamiento de esas necesidades.

Pero la mayor presión impositiva no es solo lo adverso de la política fiscal. También lo ha sido el resultado financiero de la actividad del gobierno central, con déficits excesivamente altos financiados con deuda, cuyo servicio deberá ser cubierto por generaciones que poco han usufructuado del gasto que la generara. Y que, de seguir la política fiscal en esa dirección, también influirá en el futuro sobre su posibilidad de enfrentar un mercado laboral con mayor demanda de trabajadores.

En definitiva, una política fiscal que ha tenido un resultado muy perjudicial para la sociedad uruguaya al haber contribuido de manera muy importante a la situación macroeconómica actual.

Pero tampoco la política monetaria, de estrecha vinculación en su utilización con la política cambiaria, ha influido favorablemente con la actividad económica, con la inversión, con el empleo y con la inflación. La volatilidad en el empleo de la política cambiaria —a veces flotando el tipo de cambio y otras veces interviniendo el Banco Central en el mercado comprando o vendiendo divisas-— ha sido incompatible con el logro del objetivo inflacionario. La intervención cambiaria no solo ha sido muy perjudicial desde el punto de vista de su costo para la política monetaria sino que, además, le ha hecho perder al Banco Central el control sobre la cantidad de dinero y así poder dominar a la inflación. Y también, con la inadecuada vinculación de la cambiaria con precios y salarios, se ha perjudicado notoriamente al comercio exterior, que viene en marcado descenso desde 2014. Los montos actuales tanto de exportaciones como de importaciones son iguales a los que se realizaban en 2010. Ya es éste un problema estructural que solo será posible corregir en el mediano plazo y que se agravará en el corto, dadas las condiciones actuales del comercio exterior global ante la situación por la que atraviesa la segunda economía mundial: China.

Si en 2004 escribí una columna en Economía & Mercado que la titulé “El gran final” por lo que sucedía con el gobierno del Dr. Batlle, hoy no puedo decir lo mismo. Al entregar el gobierno en aquella desconocida alternancia partidaria en el poder, en la que el que asumía no era un gobierno de un partido tradicional, la economía se recuperaba notoriamente de la crisis que atravesara en 2002 por razones financieras derivadas de la situación Argentina: crecía a tasa alta (5%) y la inflación era baja (5.66%) con superávit fiscal primario.

Y ahora

El nuevo gobierno cuenta, desde el punto de vista de su conducción económica, con personas de reconocida valía, tanto por su formación académica como por lo probado durante su periplo profesional. Han planteado en numerosas oportunidades los problemas económicos —de corto plazo y estructurales— que vive nuestro país. Conocen los instrumentos para intentar su solución. Es suficiente con leer columnas, trabajos y conocer la actividad profesional de la mayoría de ellos para comprender que no será un problema de incompetencia lo que puede obstaculizar una marcha de ajuste del rumbo económico. En el corto y en el mediano plazo, solo circunstancias externas adversas o la resistencia de grupos de interés —económico, político, ideológico o de mezcla de todas estas características— son las razones que pueden impedir la vuelta de timón para el progreso económico.

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