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De instrumentos e instrumentistas: política económica y rigideces

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Muchas cosas cambiaron, para bien, desde nuestras dos grandes crisis de 1982 y 2002.

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En aquellos, casos los bancos fueron parte del problema, en parte porque estaban descalzados en monedas a través de sus clientes, la deuda pública estaba casi totalmente dolarizada y había regímenes cambiarios rígidos: la “tablita” primero y la “banda de flotación” después, ambas de la familia de los tipos de cambio fijos.

Sobre este último problema, se suele decir que se trataba de instrumentos rígidos y que ahora, al tenerlo flexible, ya no tendríamos los riesgos de mantenerlos incambiados aún cuando las circunstancias cambiaran. Si bien es innegable que se trata de instrumentos rígidos, yo siempre sostengo que el problema mayor fueron los instrumentistas rígidos, que no los cambiaron cuando debieron hacerlo. Primero fueron los marcianos del Goyo Álvarez que demoraron en llegar y, a partir de 1999, la impericia de los gobernantes que no percibieron que el final del Plan Real era en buena medida permanente y decidieron ignorarlo y pegarse a la Argentina del uno a uno.

Algo más sobre la rigidez de instrumentos e instrumentistas: en los años más recientes, con tipo de cambio flexible, no se pudo impedir que se llegara a magnitudes de atraso cambiario del mismo porte de las de hace casi 20 años. Esto lleva agua a mi molino: a fin de cuentas, lo más importante es la pericia de quienes están a cargo, y, concedámosles, dadas las restricciones que les llegan desde la economía política.

En los dos casos referidos, el inevitable salto cambiario, tardío y ya con daño causado a la economía real, exacerbó la relación entre la deuda pública y el PIB, llevando a la deuda a procesos de reestructura.

Hoy día el panorama es diferente: los bancos están bien regulados y supervisados, y verdaderamente calzados, hay pocos depósitos de no residentes y no están prestados; además no tenemos un régimen cambiario rígido, por lo que estoy seguro de que no hay, en el futuro de Uruguay, una tercera crisis del porte de las anteriores.

Sobre la flexibilidad cambiaria, el instrumento y los instrumentistas demostraron idoneidad en los momentos difíciles: a finales de 2008 y ahora. Entonces, entre los promedios de agosto y diciembre, el dólar subió 26,7%. Ahora, entre el promedio de enero y el “pico” (por ahora) del 16 de marzo (estoy escribiendo esto el martes 17), subió 21,9%. Sin embargo, este instrumento y estos instrumentistas, no fueron idóneos para evitar un enorme atraso cambiario en los últimos años, sobre lo que volveré en dos semanas.

Hoy día ya no tenemos rigidez cambiaria, pero tenemos una nueva rigidez que entonces no teníamos, la rigidez salarial. En 1982 la razón era bastante obvia, gobernaba una dictadura. En 2002, la negociación colectiva era mínima. Hoy ésta es total y contiene reglas de indexación que imprimen rigidez a la baja al salario real.

Como explicó didácticamente Aldo Lema, mi nuevo vecino de página, hace dos lunes, la relación es estrecha entre el PIB y la masa salarial y si el primero crece menos que el salario real, quien paga la cuenta es el empleo. Esto es precisamente lo que ha venido ocurriendo en el último quinquenio, especialmente si se considera un “PIB subyacente” que refleje la evolución de la actividad económica privada y que excluya al valor agregado por las empresas públicas. Entre los promedios de 2014 y 2019 se perdieron más de 52 mil empleos.

Felizmente hubo muchos años consecutivos, más de una decena, en los que el crecimiento económico fue tal que permitió que al mismo tiempo subieran precio y cantidad, salario y empleo. El error de algunos fue pensar que era algo ideológico y voluntarista, pero es económico, y en un gobierno del mismo signo, en los últimos cinco años no se creció y el empleo se desplomó.

Cuando se recibe un shock externo positivo el salario real crece y cuando el shock es negativo, cae. En los últimos años se impidió que cayera y el que cayó fue el empleo. ¿Cuál es la “verdadera” evolución del salario real si ponderamos a los 52 mil compatriotas cuyo salario real cayó 100%?

La clave, de aquí hacia adelante, consiste en saber qué harán los instrumentistas con el instrumento rígido de hoy. En sus primeras definiciones, el ministro de Trabajo dijo que el objetivo era recuperar empleos, pero manteniendo el salario real. O sea, no es un objetivo, sino que son dos, uno sobre el precio y otro sobre la cantidad.

Esto, que en condiciones “normales” (como las del último quinquenio) ya sería un problema (como vimos que lo fue en esos cinco años), se vuelve ahora mucho más complicado cuando estamos padeciendo un tremendo shock externo negativo, por el virus global, cuya magnitud y duración desconocemos.

No me parece sensato negociar salarios ahora y para dos o tres años, salvo que como resultado de esas negociaciones se entendiera la necesidad de terminar con la indexación y permitir que el salario real recorra el camino que surge de sus fundamentos.

Si no fuera así, y el propósito de las nuevas negociaciones colectivas fuera el mismo de las anteriores, lo mejor sería extender por un año los convenios que vayan venciendo, para darle tiempo al tiempo y para que el presente shock cese. De este modo el daño sería más acotado y quizá ese año permitiera ver a los instrumentistas lo que parece que muchos todavía no ven.

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