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Una difícil corrección de la competitividad

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Es complejo corregir el problema de la baja competitividad de la producción transable uruguaya ante una oferta de moneda extranjera que supera a la demanda por dicha moneda.

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Hasta la década de los años ´70 del siglo pasado, las paridades cambiarias se determinaban, básicamente, por la oferta y la demanda de moneda extranjera resultantes de las exportaciones e importaciones de bienes y de servicios.

Poca influencia tenían, entonces, los movimientos internacionales de capitales que hoy han pasado, por lejos, a ser los determinantes de las actuales paridades. Son al menos cuatro las razones para ese cambio: el levantamiento de obstáculos a la movilidad de capitales entre naciones; el avance de las comunicaciones; la mayor presencia de intermediarios financieros especializados en el manejo de carteras y la generalización de apoyo financiero de entidades de crédito internacional a un creciente número de nuevas naciones e incluso a empresas privadas. Las dos primeras razones han impulsado inversiones extranjeras directas —que implican movimientos de divisas entre países—. La tercera mencionada ha provocado una notable expansión de las transacciones financieras entre países, atraídas por diferencias en tasas de interés y en los rendimientos de los activos financieros en unos y en otros. Y la cuarta razón es la también notable expansión de los préstamos de entidades multilaterales de crédito.

Competitividad 

En nuestro país, esas razones han jugado para que el valor del dólar haya evolucionado por debajo de la inflación cuando se mide esa relación luego de 2002 y particularmente después de 2004. Y asimismo y más marcadamente por debajo de la evolución del índice medio de salarios.

Tanto en un caso, como en el otro, se puede observar que de acuerdo a la relación de precios de nuestro país con el resto del mundo —con las excepciones conocidas—, Uruguay es una nación relativamente cara. Dicho de otro modo, el tipo de cambio real se refleja en una competitividad relativamente baja. En particular, eso se observa cuando definimos al tipo de cambio real como la relación entre el precio de los bienes transables en términos de los no transables, definidos por salarios, tarifas públicas y otros precios por el estilo, que resultan de la interacción de la oferta y de la demanda estrictamente local.

Desde 2006, en Uruguay, las corrientes comerciales de bienes y de servicios han presentado déficits que implican que la demanda por moneda extranjera —básicamente el dólar— para quienes realizan dichas transacciones, es mayor que la oferta de quienes realizan ventas al exterior. Varias décadas atrás, eso habría llevado a una apreciación del dólar ante el peso y ante los salarios, algo que no ocurre ahora. Eso se debe a los movimientos de capitales y financieros, que ingresan al país en exceso, de los montos que se deben pagar por los egresos debidos a los repagos de deuda externa, a la salida de capitales privados y por el déficit por el comercio externo de bienes y de servicios.

Es lógico que una situación de baja competitividad afecte tanto a las producciones exportables como a las que producen internamente compitiendo con las del exterior, es decir, las que sustituyen importaciones.

Difícil corrección 

En un contexto definido por lo que mencionara al comienzo de la columna, es difícil corregir el problema de la baja competitividad de la producción transable uruguaya ante una oferta de moneda extranjera que supera en las condiciones actuales, a la demanda por dicha moneda. Es claro que el progreso de las comunicaciones permite un mayor conocimiento de lo que ocurre financiera y económicamente en el país por lo que, en caso que la economía no presente desequilibrios macroeconómicos o estructurales significativos y se respete el derecho de propiedad, habrá ingreso de capitales tanto para inversión privada extranjera directa como para inversiones financieras, algo que la realidad ha venido ratificando de manera creciente.

Por otra parte, como se ha señalado en reiteradas oportunidades, las condiciones macroeconómicas que se extienden desde hace ya casi una década y media, estimulan el ingreso de fondos financieros temporales, adicionales a los dedicados a inversiones directas. En efecto, el persistente déficit de las cuentas públicas, que requiere del financiamiento de los egresos que superan a los ingresos tributarios y no tributarios del sector público y, además, la necesidad de mantener tasas de interés que atraigan a los inversores de esos fondos para que ese exceso sea financiable, son razones del ingreso de moneda extranjera que, en el mercado, presiona a la baja el valor interno del tipo de cambio.

Es claro que la competitividad de la producción transable local no se puede mejorar a través de deflación de precios ni por reducción de los salarios nominales. Lo que se presenta entonces bien claro, es que la competitividad local se puede aumentar solo provocando una menor presión del ingreso de capitales en moneda extranjera sobre la demanda de moneda local. Y eso es lograble por una disminución significativa del déficit fiscal y de las tasas de interés en el mercado financiero de nuestro país. Se puede decir que si bien eso apreciaría al tipo de cambio y, de ese modo, elevaría el precio de los bienes transables y con ello afectaría al alza a la inflación, es justamente eso lo que mejora la competitividad de la producción transable. Una acción de ese tipo se puede manejar hasta cierto momento y una vez recuperada la competitividad deseada, se habría alcanzado un equilibrio que dejaría de provocar los efectos inflacionarios señalados.

Es, a mi juicio, una combinación de las políticas, fiscal, monetaria y cambiaria, difícil de manejar, pero la necesaria para la corrección de la competitividad. Y se vuelve más difícil aún si los salarios siguen indexados y sin ser ajustados por el valor de su productividad.

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