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Las mujeres que hicieron que le pusiéramos el hombro a la pandemia

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DE PORTADA

Historias de vacunadoras que le pincharon a miles de uruguayos para enfrentarse al coronavirus.

Valeria (41) llega al Hospital del Círculo Católico con un amigo y la hija de este. Ella pidió que la acompañaran cuando le tocaba darse su primera dosis de Sinovac. No es que estuviera aterrorizada, pero sí tenía cierta aprensión y una sensación de incertidumbre, dirá luego. Dentro del hospital hay una fila de unas diez personas esperando para entrar. Cuando le llega el turno a Valeria, hace lo que miles: le pide a una enfermera que le saque una foto mientras la vacunan. La foto queda bien y Valeria se va contenta. “Me atendieron re bien”, le comenta a su amigo cuando sale y agrega que más allá de la eficacia con la que la despacharon, se sintió contemplada, escuchada.

La experiencia de Valeria es similar a la que tantos otros uruguayos vivieron desde que comenzó la campaña de vacunación contra el coronavirus. En esa experiencia hay mucho de alivio y, también, algo de agradecimiento. No solo por el hecho de sentirse más protegido contra los efectos más graves de la COVID-19. También por el trato recibido. Quien firma recuerda las dos dosis obtenidas en el Antel Arena: a pesar de que en cierta forma las larguísimas colas y la celeridad con la que se vacunaba hacía pensar en algo tan poco grato como el arreado de ganado, los comentarios, gestos y miradas que uno iba recibiendo desde que empezaba el proceso transmitían simpatía y respeto.
Gran parte de esas sensaciones tienen su origen en la actitud con la que muchas de las trabajadoras de la salud encararon la campaña de vacunación, y queseguirán encarándola

Acá, cuatro historias de mujeres que estuvieron atendiendo a una persona tras otra, prácticamente sin pausa.

Melissa Inetti

Melissa Inetti
Foto: Leonardo Mainé.

Con 25 años, Melissa Inetti ya hace cuatro que viene ejerciendo como enfermera. Se especializó en vacunación y hemodiálisis y hace un año empezó en la campaña contra el coronavirus, trabajando en el Hospital de Clínicas y Casmu. Para ella, la experiencia ha sido decididamente positiva. “Son muchas emociones encontradas con los compañeros. Mucha gente que viene con esperanza y algunos llegan con algo de susto. Eso juega en contra, pero bueno, se va llevando”.

—¿Por qué llega gente asustada?

—Por el hecho de tener que vacunarse. Hay mucha gente que no está muy informada que digamos. Entonces, en cierta manera, también formamos parte de un equipo que tiene que tener en cuenta, al menos un poco, la psicología del paciente (se ríe). Hay que contener y apoyar a esas personas.

Pero no es únicamente la gente que se tuvo que vacunar que experimentó diferentes miedos. Los trabajadores y las trabajadoras de la salud también sintieron los miedos a contagiarse, o de pasarle el virus a algún familiar u otro ser querido. “Por suerte, no me contagié pero los miedos siempre están. Ahora ya me dieron las dos dosis de las vacunas que me corresponden, pero siempre tomo precauciones”.

En algunas oportunidades Melissa se ha sentido exhausta. “Sí, actualmente estoy un poco sobrecargada”, reconoce, y añade que ella y sus colegas pueden llegar a atender hasta a 2.000 personas por día en el vacunatorio. Aun así el balance de su aporte a la campaña de vacunación está entre sus mejores recuerdos profesionales: “La amabilidad de la gente es lo que rescato como lo principal. El cansancio he tratado de sobrellevarlo con una alimentación saludable y haciendo ejercicio. Más allá de todo, lo importante es que estamos saliendo adelante y que con mis compañeros le ponemos toda la voluntad que tenemos para que las cosas salgan y salgan bien”.

Verónica Pérez Papadópulos

Verónica Pérez Papadópulos
Foto: gentileza.

Médica internista de profesión, el caso de Verónica Pérez Papadópulos es distinto al de otras mujeres consultadas para esta nota. Ella no formaba parte de ningún equipo de vacunadores, ni figuraba en los planes de las autoridades del Ministerio de Salud Pública como una posible ayudante de campo. Entonces, Verónica y varios colegas decidieron postularse voluntariamente para estar en la campaña. Junto a otros armó primero una planilla de Google para ir sumando profesionales y después un grupo de WhatsApp para comunicarse entre sí. En total, ella y sus compañeros llegaron a anotar a cerca de 400 profesionales médicos de distintas especializaciones.

“Cuando estábamos en el pico máximo de la pandemiay los vacunadores estaban detonados porque estaban a ocho manos, nos ofrecimos. Hicimos una plantilla de Google que difundimos y fuimos incluyendo a traumatólogos, cirujanos, cardiólogos y otras especializaciones. Armamos una propuesta y le pedimos una reunión al ministro de Salud Pública”, cuenta sobre la génesis de la Brigada Voluntaria de Vacunación (aclara que ellos no fueron los únicos que conformaron una brigada así).

En ese proceso de organización se dividieron roles y a ella le tocó una parte administrativa (llevar el registro de las vacunas administradas) y, también, el acto mismo de vacunar.

Verónica recuerda un fin de semana en particular. “Fue en Pando donde fuimos varios de la brigada y mi esposo, que me acompañó. Ese fin de semana se vacunaron como unas 4.000 personas. Fue impresionante. Llegamos y era un aluvión de gente, no te puedo explicar lo que fue. Vacunamos en el local asignado pero también en los autos, por ejemplo, porque había gente con dificultades para moverse. Entonces, en vez de que intentaran llegar a nosotros, íbamos a buscarlos. En los autos, en taxis, arriba de camiones… No paraba de llegar gente”.

Todo eso como parte de un equipo que era ad hoc. “Claro, nosotros no formábamos parte de ninguna estructura, sino que nos la tuvimos que ingeniar para sumarnos a una organización ya existente”. Los mensajes en el grupo de WhatsApp eran constantes y a todos se les asignaba una tarea: vacunar, llevar el registro, hacerse cargo de las firmas de consentimiento. El nivel de adrenalina fue alto, recuerda Verónica.

—¿Cómo viviste internamente todo ese proceso?

—Fue una experiencia muy reconfortante y te explico por qué. Soy médica clínica y me desempeño en un área donde veo a pacientes todo el tiempo. Pero hubo muchos colegas que no tenían ese contacto habitual con pacientes como yo. Por ejemplo, teníamos compañeros que trabajaban en un laboratorio. No tenían esa actividad clínica directa. Entonces, para muchos fue algo diferente. Nos fuimos con esa sensación de estar haciendo algo que es diferente a su actividad habitual y sentimos que hicimos algo que abarca otro aspecto de la medicina, de colaboración y ayuda hacia la comunidad y la sociedad.

Pero no solo fue a nivel subjetivo que Verónica recogió una experiencia gratificante y aleccionadora. También desde el punto de vista político fue un mojón para ella. Según su visión, cuando la pandemia sea un recuerdo más o menos lejano, cuando se haya pasado raya sobre quiénes hicieron o dijeron qué durante esa época, ella va a poder decir que estuvo “haciendo lo correcto, en el lugar correcto y en el momento correcto”. Eso, agrega, le da un “regocijo personal”.

“En esta situación, todos tenemos que poner un poquito de cada uno para salir adelante. Eso a diferencia de algunos que se pusieron del lado de la pandemia, donde yo no quiero estar. Cuando tengamos que pasar raya al final, tendremos que ver de qué lado estuvimos. Si del lado de aquel que se sentó a criticar y estuvo todo el tiempo con la pálida de lo negativo. O del lado de los que tratamos, dentro de la tragedia (porque en definitiva esto ha sido una tragedia), de buscarle la vuelta para poder colaborar más allá de lo médico o técnico. Así que sí, las palabras son esas: regocijo personal, una sensación de bienestar”.

En esas semanas de trabajo voluntario, Verónica se encontró con situaciones y reacciones de todo tipo. No fueron pocas las veces que tuvo que aclarar dudas y tranquilizar a espíritus angustiados o temerosos. Le hacían todo tipo de preguntas y ella respondía lo que estuviera a su alcance como profesional.

“En ese período, nos tocó administrar la vacuna de AstraZeneca que generó mucha incertidumbre, porque venía con una prensa un poco compleja. Ese día en particular había mucha inquietud y mucha duda. Pero también hubo quienes iban y ponían el brazo, sin más. Recuerdo a un médico, un cardiólogo jubilado, que cuando escuchó en el informativo que podía ir, fue. No esperó su dosis de Pfizer, que era la que le iba a tocar por su edad. Fue a vacunarse con AstraZeneca convencido de que era la que se tenía que dar, porque era mejor vacunarse con lo que primero que hubiera. Para mí, en cuanto a la experiencia, fue ‘ganar-ganar’”, concluye.

Andrea Forischi

Andrea Forischi e hija
Andrea Forischi e hija.

La historia de Andrea Forischi arranca con una crisis. Estaba sin trabajo, y su marido es agente de viajes. Cuando el coronavirus llegó al territorio nacional, el rubro viajes y turismo fue uno de los primeros afectados. Como dice ella ahora: “En marzo nos bajaron la cortina. Eso nos sacudió de una manera impresionante”.

Tanto ella como su esposo buscaron cuanto trabajo estuviera disponible, pero llegaron a estar cerca de un año sin ingresos regulares. Finalmente, fue contratada por la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa. Y a través de esa organización llegó a formar parte de la campaña de vacunación.

En marzo de este año empezó a vacunar en el Antel Arena y ahora está en el Colegio Médico, administrando dosis a la franja etaria adolescente.

Para ella, estos meses han sido removedores. “Sí, ha sido impresionante. Hubo días que atendimos a 2.000 o hasta 3.000 personas. Tenemos jornadas de seis horas, pero no hay pausa: es una persona atrás de la otra. No parás un segundo. Y también hay un montón de sensaciones encontradas, porque estás expuesta todo el tiempo”.

Mucho estrés, mucho cansancio y algo de miedo. Esa podría ser un resumen de lo que ha sentido hasta ahora Andrea. Pero no se queja. Al contrario. “¡Feliz! Feliz por lo que hago”, dice con énfasis. Aquellas emociones que ven en la gente que llega a vacunarse y muchas veces se deshace en elogios y agradecimientos, también le llegan a ella. “Te hacen llegar esas sensaciones”, explica y recuerda varias de esas expresiones de afecto: “Nos regalaban poemas, comida, chocolates… En particular recuerdo a una señora que era ‘Mamá vieja’ en una comparsa de candombe. Cuando llegó a vacunarse, vino con el traje y los accesorios de ‘Mamá vieja’, bailando y con un cartel. Fue alucinante, yo estaba recontraemocionada. Y aunque una esté cansada, esas cosas te dan fuerza para seguir”.

Además, Andrea tuvo la satisfacción de ella misma poder vacunar a sus dos hijas adolescentes. Una de ellas trabajaba como voluntaria para Cruz Roja en Antel Arena y aprovechó la cercanía para que se vacunara en ese recinto. A la otra hija le tocó, por la agenda, en otro vacunatorio del mismo lugar. Solo fue necesario caminar un poco para que hija y madre se encontraran. “Yo siempre traté de que la gente se sintiera como se sintieron mis hijas cuando las vacuné, con esa tranquilidad”. Eso, acota, porque comprende que mucha gente llega con un alto grado de vulnerabilidad. “Como que se tiene que entregar a lo que hacemos. No les queda otra que confiar en lo que hacemos. Por eso es importante recibirlos y tratarlos como me gustarían que me traten a mí o a mis hijas”.

Además, a Andrea también le tocó vacunar a muchos inmigrantes. “Sí porque ahora se pueden vacunar aunque no tengan el documento. Cubanos, colombianos, argentinos, venezolanos... Eso lo he visto todo el tiempo. Están más que agradecidos”, cuenta.

Virginia Sotelo

Virginia Sotelo
Foto: Leonardo Mainé. 

“La campaña de vacunación ha sido todo un desafío”, cuenta Virginia Sotelo en Casmu, donde trabaja. A Virginia, licenciada en enfermería, le ha tocado realizar no solo el acto de pinchar a los pacientes, sino también muchas tareas administrativas y prácticas (como encargarse que las dosis de vacunas ya usadas sean descartadas de acuerdo a protocolos), lo cual le ha requerido una alta capacidad de organización. Fueron muchas planillas, documentos y registros que pasaron por sus manos.

Cuando mira hacia atrás ahora que parece haber pasado lo peor, califica su experiencia como “tremenda”. Fueron meses de dudas y mucho trabajo, pero Virginia está contenta. Ella y sus colegas casi siempre tuvieron una buena relación con quienes fueron a vacunarse y se sienten agradecidos por las muestras de, justamente, agradecimiento de los usuarios. “Hemos hecho muchas horas acá, muchas corridas, muchas dudas, mucho ir y venir. Pero ha sido muy lindo, la verdad. Al principio, los que llegaban venían un poco más preocupados, pero luego eso fue cambiando”.

Y quedan huellas de ese afecto. En el lugar de trabajo de Virginia cuelga un pizarrón en el que figuran muchas cartas de agradecimientos de algunas de las tantas personas que pasaron por ahí. “Siempre nos traen algo y demuestran cariño. Para mí ha sido un orgullo tremendo”.

La foto

Valeria, luego de unos 20 minutos, tira el trozo de algodón que le dieron para que sostuviera sobre el pinchazo y se va del Círculo Católico con su amigo y la hija de este. Mientras baja por las escaleras hacia la calle, revisa la foto que le sacaron con la aguja en el brazo.

No se decide si la imagen irá para el feed de su cuenta de Instagram (donde queda fija) o para una de las Historias. Al final se decide por incluirla en sus Historias pero ya definió que si la próxima foto, la de la segunda dosis, queda mejor, entonces la pondrá como parte de su feed. Y ahí estará una de las tantas enfermeras que durante algo más de un año fueron parte de las redes sociales de aquellos uruguayos que se vacunaron.

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