Hospital Tangó: micro recitales arrabaleros para ayudar a curar el alma de los pacientes

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Hospital Tangó es un proyecto de mini conciertos en centros de salud y apunta a tener cobertura nacional. Foto: Carlos Pereira.

HISTORIAS

El doctor Gerardo Pérez Méndez es el fundador de esta iniciativa cuyo fin es mejorar la calidad de vida de pacientes y el personal de la salud. Son micro conciertos de tango en ámbitos hospitalarios.

El doctor Gerardo Pérez aparecía cuando estaba aburrida, angustiada o con curiosidad de qué iba a pasar con mi riñón. Siempre venía con algo para hablar o juegos de ingenio. Pero como los días pasaban y mi riñón seguía haciéndose el morrongo me prometió: ‘Mañana traigo el bandoneón y hacemos un poco de bochinche’. Si no fuera porque estoy prisionera en una habitación jamás me hubiera dado la oportunidad de escuchar a un bandoneonista. Por un momento la impaciencia por el riñón pasó a segundo plano esa tarde gris plomo y la música de ese instrumento ronco y desgarrado llenó la sala”, escribió Alicia Solano el 4 de julio de 2003.

Esta profesora de historia es una de las tantas personas a las que el nefrólogo Gerardo Pérez Méndez le ha regalado felicidad gracias a su bandoneón, transformando esas tristes y solitarias salas de hospital en sitios más amigable al compás del 2X4. Alicia plasmó su testimonio de puño y letra pero hay otros cientos de pacientes agradecidos con este ‘Patch Adams tanguero y charrúa’ que hace 20 años pone su arte, y no solo su sabiduría científica, al servicio de la profesión y de la gente.

Ha tocado en sanatorios, patios de hospitales, centros de diálisis, Centros de Tratamientos Intensivos (CTI) e incluso ambulancias. Y está convencido de que el arte es mágico para curar, sanar y aliviar el sufrimiento. Múltiples investigaciones avalan eso que él conoce de primera mano: “Yo iba al Hospital Maciel y me ponía a tocar solo en el patio -lo hablé con Álvaro Villar, que era el director del hospital en ese momento y estuvo de acuerdo-. Una vez se me acercó un señor y me dijo: ‘Doctor, le quiero agradecer muchísimo porque mi mamá acaba de fallecer en el contexto de la música que usted estaba tocando e increíblemente era la música que le gustaba’. Fueron palabras muy fuertes”, rememora emocionado en diálogo con Revista Domingo.

En honor a esa y otras tantas conmovedoras historias que atesora en su memoria, este médico de 68 años armó un proyecto que bautizó Hospital Tangó para que, justamente, estas acciones espontáneas no queden solo en sus recuerdos, ni sean exclusividad de sus pacientes. Lo ideó en 2020, próximo a retirarse de la actividad médica, con miras a contagiar a otros en este afán por convertir los ámbitos hospitalarios y centros sanitarios en escenarios donde se armen conciertos de tango en formato pequeño -dos músicos y un o una cantante- y así contribuir a mejorar la calidad de vida de las personas enfermas, familiares y el equipo de salud.

Pérez busca, además, “poner su granito de arena” para hacer de la medicina una profesión un poco más humana.

Por fortuna, Hospital Tangó ya está rodando: su fundador y director presentó el proyecto al programa Cultiva Tango, de la Intendencia de Montevideo, y fue admitido en el Fondo de Incentivo Cultural del Ministerio de Educación y Cultura. Así, su propuesta llegó al centro de diálisis Diaverum en Montevideo y Lagomar, al piso 12 y 8 del Hospital de Clínicas, al Hospital de la Mujer del Pereira Rosssell y al Hospital de Rocha. También dijo presente en los 99 años del Hospital Piñeyro del Campo y los invitaron a actuar en su centenario.

Imparable

Gerardo Pérez, médico fundador y director de Hospital Tangó, toca el bandoneón a sus pacientes.
Gerardo Pérez, médico fundador y director de Hospital Tangó, toca el bandoneón a sus pacientes.

Pérez, que se lamenta de que no exista en Uruguay ni en Latinoamérica un solo hospital que cuente con un departamento de arte y medicina, está convencido del enorme potencial que tiene Hospital Tangó. “Este proyecto no tiene techo”, asegura. Su objetivo a mediano plazo es lograr una cobertura nacional y que estos micro conciertos lleguen a todo el interior del país. La meta es ambiciosa pero el médico se deja llevar por el impulso de sus pacientes que lo animan a ir por más.

“Tengo un paciente de 48 años que vive en Florida, es rockero y se dializa desde los 19. La mamá murió en diálisis, una tía también, tiene un primo en diálisis y un hermano trasplantado. Él se ha ido deteriorando por el efecto de la enfermedad. Siempre intercambiamos mensajes; yo le toco algo, se lo grabo y se lo mando. Cuando él veía los videos de lo que estamos haciendo me decía: ‘Ojalá en Florida pudiéramos recibir esa música aunque sea un vez por año’”, cuenta entusiasmado por cumplirle el sueño.

El proyecto se inició contango pero el objetivo es sumar otros géneros musicales e incluso teatro. La magia de convertir los sanatorios en anfiteatros podrá sostenerse solo si se consiguen más apoyos. El plan de este médico amante de la música es sentar las bases para conformar una ONG que asegure la continuidad de Hospital Tangó y permita seguir alimentando el alma de pacientes, familiares y personal de la salud, y genere, a la vez, fuentes de empleo para los artistas uruguayos.

“Los pacientes lo disfrutan mucho y nos piden que volvamos. Pero los chicos viven de la música y necesitan cobrar por su trabajo. El proyecto hay que sustentarlo. Estamos en esas gestiones y dificultades”, asevera el nefrólogo.

Con un público que lo aclama

El bandoneón ha sido más importante que el estetoscopio para este nefrólogo que tocó su instrumento preferido en ambulancias y salas de CTI. Lo llevaba a todas sus guardias a pedido de los pacientes. “En 1998 acompañé a Malena Muyala en unas intervenciones que hizo apoyada por el MEC, salieron artículos en el diario, mis pacientes se enteraron que yo tocaba el bandoneón, me pidieron que lo llevara y así comenzó todo. Les hacía bien y lo seguí haciendo por años en todos los lugares donde trabajé”, relata Gerardo Pérez Méndez.

El arte de estar al servicio
El testimonio de la cantante Paola Larrama
Paola Larrama

Durante todo marzo se armaron cuatro grupos con integraciones y repertorios distintos para sorprender a los pacientes del centro de diálisis Diaverum. El público son personas en situación de enfermedad que no compraron una entrada para ver un show. Por eso, Paola Larrama, una de las tres cantantes de Hospital Tangó, asegura que hay que ser cautos a la hora de armar los micro recitales: “Hay que encontrarle la vuelta para que tu intervención sea algo realmente agradable”, asegura. Y destaca la importancia de adaptarse al medio: “Vos estás aportando desde el lugar de servicio. Las decisiones no se toman solo por lo artístico, sino que estás en un contexto de situación de salud que es mucho más importante de lo que vos viniste a dar. Hemos llegado, surge una emergencia y la intervención tiene que ser después o de menos canciones. No sos el centro y tenés que adaptarte”, afirma Paola.

Entre cantarolas y trencitos

El trío compuesto por Paola Larrama (voz), Ramiro Hernández y Abril Farolini (ambos bandoneonistas) tiene un repertorio de 12 canciones tangueras que intercala melodías instrumentales y cantadas. Entre los temas destacados figuran Naranjo en flor, Corazón al sur y una versión arrabalera de Paisaje. Paola da fe que se hacen trencitos cuando suena este clásico de Gilda. Y asegura que Volver es imbatible si hay ganas de que se arme cantarola: “El estribillo lo conoce todo el mundo, así que hacer cantar Volver es muy posible”, dice.

Primer amor

El hoy médico aún conserva una esquela que redactó el 16 de marzo de 1965 en su pupitre de la escuela N°100 de Empalme Olmos. La carta confirma que su romance con el bandoneón data de la niñez y se lo fomentó su padre. La maestra de quinto año encomendó a sus alumnos contar cuál había sido el día más feliz de sus vacaciones y él contó lo siguiente: “Era un día repleto de radiante sol. Mi papá y mi padrino salieron al mediodía para recorrer casas de instrumentos musicales con el fin de comprar un bandoneón que yo tanto había esperado. Pasaron cinco ómnibus y papá no llegaba. La noche se nos venía encima y salí corriendo hacia la parada: como era una noche de luna clara vi a mi papá acercarse muy feliz con mi instrumento tan anhelado”.

Este hombre, criado entre granjas, viñedos y aljibes en la zona rural canaria, le agradece a su padre por haberlo mandado a clases de bandoneón con 11 años y así regalarle su primera profesión: la de músico. Tiempo después, le enseñó el oficio de albañil, ese que desempeñó por ocho años en paralelo a la carrera de medicina y a la enfermería (su cuarta profesión) porque no podía sobrevivir sin trabajar y estudiar a la vez.

“Mi papá no pudo terminar segundo de primaria porque mi abuelo lo mandó a trabajar como peón de estancia con 8 años. ‘Usted ya sabe leer y escribir’, le dijo. Mi madre se crió en el medio del campo y no conoció la escuela. Sin embargo, tuvieron la suficiente inteligencia y amor para inculcar a sus tres hijos el afán por el estudio y trabajo”, cuenta con lágrimas en los ojos. Se conmueve al evocar a su historia familiar con la misma calidez, inocencia y amor que lo hizo ese niño al desempolvar el hermoso fuelle con una foto de Olga Delgrossi en su estuche. Ese bandoneón fue el mejor regalo que recibió, cambió su vida y hoy lo motiva a seguir poniendo su granito de arena para tratar de construir un mundo mejor. O al menos una medicina más sensible.

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