En el corazón de la Unión, entre edificios que comparten veredas gastadas y muros centenarios, late una historia educativa que es también la historia del barrio. El Grupo Escolar Felipe Sanguinetti cumple 100 años, pero su origen se remonta mucho más atrás, a tiempos en los que Montevideo era otra ciudad y Uruguay, otro país.
El conjunto de edificios que hoy reúne a las escuelas Nº 19 y Nº 76 en el local de 8 de Octubre 3515, y a la Nº 20 de tiempo completo junto con la escuela de adultos en el 3545, hunde sus raíces en un pasado muy anterior a su inauguración formal. La primera semilla brotó en plena Revolución de las Lanzas, cuando en todo el territorio apenas funcionaban 30 escuelas con menos de 900 alumnos. En ese contexto, el 9 de agosto de 1871 abría la escuela municipal Nº 40 en la Villa de la Unión, antecesora directa de la actual Nº 19. Comenzó con solo 14 escolares en un local que había sido comisaría y, como reflejo de una ciudad en expansión, atravesó una larga serie de mudanzas. Un camino similar recorrió la Nº 20, activa desde 1877 y que en sus primeros años funcionó como escuela de niñas.
Toda esa evolución desembocó, finalmente, en el Grupo Escolar inaugurado el 22 de noviembre de 1925, proyecto del arquitecto italiano Giovanni Veltroni y futuro emblema del barrio, nacido del espíritu solidario y altruista de Felipe Sanguinetti, y que desde 2020 es Monumento Histórico Nacional.
Tiempos mejores.
Nacido en la Unión en 1852, Felipe Sanguinetti hizo fortuna desde cero junto a sus hermanos. Comerciante tenaz, sin hijos ni herederos directos, decidió volcar parte de su patrimonio al Estado. Al morir en 1915 dejó en su testamento el 30% de su fortuna -$300 mil de la época, una cifra extraordinaria- para levantar una escuela en su barrio natal. “Quería brindarle a los niños del mismo lugar donde nació la posibilidad de estudiar”, cuenta Carlos Poggi, presidente del Instituto de Historia y Urbanismo de La Unión.
Los planos del edificio ya marcaban una intención precisa. El grupo escolar —una escuela para varones y otra para niñas— debía “tener un carácter sencillo (...) con prescindencia de toda decoración superflua, dando prelación a la composición general y a la realización práctica del programa pedagógico en sus esenciales cualidades de higiene, cubaje, aire y difusión de luz”. El conjunto edilicio se organiza en torno a un gran patio central, delimitado por dos pabellones de dos niveles donde se ubican las aulas. Una estructura simple, funcional y pensada para la vida escolar cotidiana.
Esa vida cotidiana fue también moldeada por una tradición marcada por la integración barrial. La exmaestra María Matilde Poggi, quien pasó décadas en la institución, recuerda que siempre fue “una escuela de puertas abiertas hacia la comunidad, sin discriminación de nada”, algo que —dice— hoy no es tan común.
Intervención urgente.
Un siglo después, el estado del edificio dista del ideal que lo vio nacer. Allí comienza la preocupación de los vecinos y de referentes históricos del barrio. “Hace más de un año que presentamos un expediente para que se hiciera el remozamiento exterior de la escuela”, cuenta Carlos Poggi. “Pedimos a Primaria, como corresponde: la reparación de muros, la explanada, la iluminación, las veredas, el enjardinado y medidas básicas de higiene. Todo lo que rodea a la escuela está muy deteriorado”. También se ha reclamado el acondicionamiento del gimnasio, que fue utilizado hasta 2019 por la Federación Uruguaya de Vóleibol.
¿Cómo se sostiene, entonces, un edificio patrimonial con poco mantenimiento? Con recursos mínimos y la solidaridad del barrio. “Hay una omisión flagrante del Estado”, insiste Poggi. El dinero llega sobre todo a través de las comisiones de fomento, actividades locales, rifas y festivales que permiten comprar estufas, reparar baños, revocar paredes o conseguir materiales. “Muchos padres aportan su trabajo, igual que exalumnos. Se arman jornadas: gente que sabe de electricidad, de revoque, de albañilería, y se pone manos a la obra”.
A eso se suma el apoyo de organizaciones sociales. El Rotary Club, por ejemplo, prepara una cena benéfica por el centenario para recaudar fondos y estudia posibles soluciones a uno de los problemas más urgentes: la accesibilidad. El barrio acompaña también desde lo simbólico: varios comercios de la Unión participan en un concurso de vidrieras alusivas a los 100 años del Grupo Escolar, llenando la avenida de referencias, colores y guiños a la escuela que marcó la vida de generaciones.
El instituto que preside Poggi impulsa además las celebraciones por el aniversario y se dedica a recuperar memorias vivas del barrio. Desde la escuela, por ejemplo, se lanzó un periódico infantil y un pódcast. “La escuela no es solo un edificio —dice Poggi—. Es una historia que sigue creciendo en el barrio”.
María Matilde Poggi comenzó a dar clase en 1974 en la Escuela Nº 20, donde pasó la mayor parte de su carrera. Vivía en el barrio y conocía a muchas de las familias: tuvo en el aula a hermanos y, con los años, llegó a ver pasar generaciones enteras. Recuerda una escuela llena de alumnos —tanto que a veces había que dar clase en los pasillos, separados por un tabique— y grupos de más de 35 niños. Era, dice, un tiempo de fuerte compromiso familiar y comisiones de fomento muy activas, con festivales y exposiciones que llenaban la escuela de vida. Entre sus recuerdos más vívidos está la llegada de un chico de 12 años que nunca había ido a la escuela y pidió aprender a leer. Poggi lo recibió en primer año: el grupo lo adoptó como un hermano mayor. Matilde se jubiló en 2009, pero conserva intacto el cariño por la escuela y su comunidad.