Frontera en clave de poesía: Andrés Rivero lanza "Mormasiento", libro en portuñol y tejido con memorias del norte

En charla con Domingo el poeta riverense habla de la frontera como universo sonoro y lingüístico, del portuñol como lengua afectiva y de la poesía como salvación y juego vital.

Andres Rivero
El poeta riverense Andrés Rivero.
Foto: Juliana Freitas

El aire caliente del norte uruguayo tiene una palabra propia: mormazo. En Rivera, a ese calor que aplasta se lo nombra así, con resignación y con afecto. Allí la expresión fue transformada en adjetivo —“mormasiento”— y se convirtió en insulto entre niños y adolescentes pero también en mote de pertenencia. Ahora, como una imagen que remite a este norte, el término da título al nuevo libro de poemas de Andrés Rivero, escritor y músico riverense que desde hace años habita Montevideo, pero que sigue mirando —y creando— desde la frontera.

Mormasiento es un libro tejido en español, portugués y portuñol, idioma que Rivero reivindica como territorio afectivo, cultural y político. “Hago un juego y digo que mi poesía sale de las cunetas, de ese lugar que nadie quiere ver, pero que en ese caso es un ecosistema hermoso, profundo. En los márgenes encontramos nuestra verdadera ancestralidad”, dice el escritor a Domingo.

Lo presentará a fin de mes en su Rivera natal, luego en Buenos Aires, Porto Alegre y Montevideo. Se edita de manera independiente y los ejemplares se pueden conseguir a través de la página de Instagram @rivero.arte.

Los textos que lo integran provienen de distintos momentos y algunos fueron trabajados durante casi diez años. Otros ya habían aparecido en Lingua Mae, un libro colectivo que Rivero publicó junto al grupo artístico con el que fusionaba ritmos en la frontera. Varios más fueron quedando registrados en papeles sueltos, boletos de ómnibus y libretas de viaje. Durante años, también los volcó en las redes sociales, donde la circulación era inmediata y libre. Fue ahí donde su obra encontró eco: la gente compartía, comentaba y pedía más.

“Era un juego lindo de autoestima para nosotros, los fronterizos, porque tenemos una mirada muy estigmatizada de nuestra cultura. Y cultura es cosa ordinaria, como dijo alguna vez Gilberto Gil. Es cosa de todos los días. Hay una visión occidentalizada de lo que es la cultura, de que está en lugares pomposos y tiene palabras bonitas, pero la poesía también tiene palabras que no son queridas. Y yo voy por ese lado, voy por la poesía de lo correteado”, sostiene.

Si busca en la memoria el empujón más fuerte para escribir, recuerda a su abuela. Aidé era analfabeta y campesina, y una mañana le pidió que anotara las canciones que hasta entonces solo había cantado de memoria. Al poco tiempo falleció. “El ‘mi hijo, tome nota’ que me dijo poco antes de morir, me marcó”, relata quien se volvió cronista de una tradición oral que el sistema formal de enseñanza nunca reconoció. En poemas como "Confieso", Rivero cuenta partes de esta historia:

"Eu iscrevo porque as letra saim
num porque li muintos libros
meu corazón isplode de amor
también porque so fío dus esquecidos.
A mestra me relayó
cuando as miñas palabras misturadas
se uniron numa prosa fechada
pa’ abrazá meu portuñol".

Andres Rivero
Mormasiento es el segundo libro de Andres Rivero.
Foto: Juliana Freitas

— En un momento en que otros géneros y formatos dominan la escena literaria y las redes sociales, ¿qué valor le atribuís a la poesía y por qué la elegís para expresarte?

Hago poesía porque pienso todo así, voy por la calle y voy mirando en poesía, la admiro. De niño me costaba mucho la formalidad de la educación, pero cuando encontraba un poema de Juana de Ibarbourou, lo leía con entusiasmo, y era muy chico. De repente después me daban otra cosa para leer y tartamudeaba, no podía. Con el tiempo descubrí que tenía dislexia, pero en esa época no existía este tipo de diagnóstico, te sentías refrustrado. Realmente la escritura me costaba un poco, pero no tenía problema de expresarme o entender. Entonces, creo que la poesía y el escribir resignificó ese niño herido del sistema formal. Escribir siempre fue mi lugar para jugar, pero también mi lugar de salvación.

En Mormasiento, la frontera no aparece solo como escenario geográfico, sino como un universo lingüístico y sonoro. Los poemas se alimentan del portuñol campesino de Minas de Corrales (donde Rivero creció), del portuñol urbano de Rivera y de los sonidos que atraviesan los barrios: cumbia, rap brasileño, samba, murga. “Allá el ruido del barrio está en clave de zurdo de samba, no en clave de candombe como en Montevideo. El mundo sonoro es otro”, anota.

Libro Rivero
"Mormasiento", el libro de poemas de Andrés Rivero.
Foto: Difusión

En tus proyectos anteriores, como Lingua Mae y Trío Bagayero, la creación fue siempre desde el portuñol . Y ahora en Mormasiento también lo reivindicás. ¿Cómo sentís que la gente ve el portuñol hoy después de que varios lingüistas hayan estudiado sus variaciones y de que algunos artistas y escritores pienso, por ejemplo, en Fabián Severo lo reivindiquen con orgullo?

Creo que falta mucho para que la visión sobre el portuñol cambie, porque el estado no hace nada, no lo valida y, muchas veces, ha ayudado en la discriminación. Todos los que somos de la frontera en algún momento hemos sentido vergüenza de nuestra historia como fronterizos cuando, por ejemplo, se ríen de nosotros por alguna palabra. Cuando leo a Fabián Severo contar sobre Artigas, veo similitudes con Minas de Corrales, esa tristeza que él narra, yo la veo en mi pueblo. Rivera ya tiene otra forma, es una ciudad donde pasa mucha gente. El riverense tiene picardía, tiene una ginga más "malandra". Sobre las investigaciones, es cierto que las universidades vienen a poner un "sello de calidad", pero nosotros no lo necesitamos. A veces los investigadores vienen, sacan todo del artista, todo su proceso creativo...porque nosotros tenemos un concepto. Todo esto que yo creo, está en mi cabeza y está conceptualizado, no es un acto desordenado. Entonces vos pasaste toda una vida investigando, armando tu propio concepto a través de la poesía, de la pintura o de lo que sea, y llega la universidad, lo agarra y le pone un nombre y arman cosas con eso, pero muchas veces no hay ningún retorno para el artista. Con el tiempo me puse mas selectivo con relación a eso. Yo no tengo problema de pasar adelante lo que sé, lo que he podido poner en palabras, pero a veces también hay un abuso, no hay una retribución al artista por su proceso y eso es una apropiación, porque después queda conceptualizado con el nombre de otra persona. Pasa también de que la persona que estudió te quiera enseñar lo que sos. No me gusta ser descortés con la gente, pero en estos casos digo, "yo lo voy a llamar así porque lo conocí así y le digo así", y listo. Y estas cosas no las hablo solo para criticar, es desde una mirada de alguien que quiere revalorizar su lengua materna.

— ¿Y cómo fue tu proceso de entender que podías crear desde ahí, que también era válido?
Cuando empecé a escribir me preguntaba dónde pararme, si en el español o el portugués. Fui alfabetizado en español entonces me paré desde ahí, pero escribiendo como suena. Es una herramienta lúdica que la formalidad del sistema no entiende, pero que la podés agarrar para que el niño juegue con las palabras y que de ahí también encuentre un lugar afectivo. Ahora hablo el español porque vivo en Montevideo y además trabajo con niños, entonces no puedo hablar en portuñol. Tengo que ser sensible a la cultura del niño con el que estoy trabajando. Pero si estoy en la frontera, me va a salir naturalmente porque el portuñol es mi lengua afectiva. A veces hay un miedo de las instituciones de que, a causa del portuñol, vos no puedas hablar "bien" el español y yo soy la prueba de que se puede.

Escribir siempre fue mi lugar para jugar, pero también mi lugar de salvación.

Hablás de herencia afroindígena en tu obra. ¿Cómo influye tu historia personal y familiar en la escritura de este libro?

Mi historia es afroindígena. Dentro de mi vida hubo gente que resistió mucho para que yo esté acá. Mi abuela Aidé fue una mujer agricultora de ese norte profundo, que pasó hambre. Mi madre fue quien rompió la barrera del hambre. En mi familia hubo personas esclavizadas y no es, como se dice, algo que pasó hace 500 años atrás. Son cinco generaciones atrás. Entonces eso me atraviesa y yo puedo poner en palabras, en una poesía, en un juego, esa herencia. Intento contribuir para que se visualice eso: que la esclavitud no fue hace tanto tiempo. De diferentes maneras, trato de contar esas historias. Estoy en la búsqueda todavía, pero encontré el camino.

—Hace ya un tiempo que te fuiste de Rivera. ¿Cómo es tu relación con la frontera hoy?

Mi relación es de ir seguido. Es de mucho amor. Y la idealizo también. Trato de que lo que yo escriba sirva para levantarnos. Sé que somos pobres pero yo no voy por ese camino, yo voy por el camino de hilar fino para ir enriqueciendo la cultura del barrio, promoviendo la autoestima, el orgullo, los lugares, nuestros personajes. Si algo puede disminuir mi comunidad, me rechina. Me pregunto ¿será que estoy fortaleciendo o estoy hundiendo? Nosotros padecemos mucho lo socioeconómico y yo vengo de un origen muy humilde, pero aprendí a ver la riqueza en ese lugar. Es un lugar que puede ser pobre y violento muchas veces, pero la solidaridad no falta, nadie muere de hambre. Trabajé siete años en un centro juvenil en Villa Sonia, el barrio más pobre de Rivera, y pude ver eso. Entonces creo que el libro sirve para ressignificar. No sé si lo hice bien o mal, pero es honesto con mi comunidad, la ressignifica y la valoriza.

En las historias familiares, la oralidad popular, y en la música diversa de fondo, se asienta la creación de Rivero. Su escrita se reconoce más cerca del cordel brasileño —composiciones populares que circulan en las calles, ferias y plazas—, que de las editoriales. Entre el calor del norte y el portuñol, su poesía insiste que las palabras guardan memoria y que escribir puede ser una forma de resistencia.

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