Tiene 24 años y creó "Quimera", la única librería de Artigas: hoy también trinchera cultural en el norte del país

Jorge Fagúndez soñó con libros donde no los había. En plena pandemia, cuando el mundo parecía haberse detenido, él y un amigo se instalaban cada día con una mesa y algunos libros usados en una plaza. Hoy su emprendimiento es un centro cultural que crece en la frontera.

Jorge Fagúndez
Jorge Fagúndez, el creador de Quimera.
Foto: gentileza

Estar tirado sobre una alfombra leyendo es uno de los recuerdos más nítidos de su infancia. En la escuela, participó en un proyecto colectivo para crear un libro, y ya en la adolescencia comenzó a buscar lecturas que lo ayudaran a emprender. Es como si la confianza en el poder de esos objetos capaces de conservar universos —y en el rol que jugarían en su formación— siempre hubiera estado presente.

Fue esa certeza la que empujó a Jorge Fagúndez (24) a hacer algo inesperado. En plena pandemia, cuando el mundo parecía haberse detenido, él y un amigo se instalaban cada día con una mesa y algunos libros usados en una plaza de la ciudad de Artigas. Allí, entre bancos vacíos y la tímida circulación de las escuelas cercanas, pescaban lectores como quien lanza una caña al río. Jorge tenía 19 años. No lo sabía del todo, pero aquella era la semilla de lo que, pocos meses después, se convertiría en la única librería de su departamento.

De la plaza a una casona

Quimera nació en setiembre de 2020, con el nombre de los sueños que parecen imposibles. “Hace cinco años, pensar en una librería en el centro de Artigas era eso, una quimera”, resume Jorge en charla con Domingo.

Al principio, vendían sus propios libros y ejemplares que familiares y conocidos donaban o les ofrecían a bajo precio. Usaban las redes sociales como vidriera y la plaza como punto de encuentro. Armaban la mesa, exhibían los libros, conversaban con cada persona que se acercaba. Sin saberlo, estaban sembrando algo que pronto empezaría a crecer.

Un año después, llegó la oportunidad de alquilar un local. Las estanterías las construyeron ellos mismos, en una carpintería prestada. Como no tenían demasiados libros, los exhibían de frente, uno al lado del otro, para que el espacio se viera lleno y acogedor. No conocían editoriales ni distribuidores; lo aprendieron sobre la marcha, a fuerza de ensayo y error.

Con el tiempo, empezaron a llegar los primeros contactos. Una conexión casi azarosa marcó un punto de inflexión: el padre de un amigo les dejó una tarjeta con un número de Montevideo. Jorge llamó, y algo se encendió.

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Quimera, la única librería de Artigas.
Foto: gentileza

“En ese momento empezamos a trabajar con la primera editorial y el emprendimiento explotó. Había —y hay— algo novedoso, porque nosotros, como artiguenses, nunca habíamos visto que algunos títulos circularan acá en el departamento. Entonces, básicamente, todo lo que llegaba se vendía. Además, estábamos en un punto central de la ciudad”, rememora.

En Artigas no había librerías. Según cuentan, en la ciudad existieron emprendimientos de este tipo en el pasado, pero no dedicados exclusivamente a libros, y con el tiempo cerraron. Por eso, en los últimos años los ejemplares que se comercializaban se limitaban a farmacias o papelerías, con un repertorio fijo: libros infantiles, bestsellers y de autoayuda.

“Ahora hay una en Salto, pero surgió después de nosotros. Entonces, antes, para adquirir determinados títulos, solamente era posible por Mercado Libre”, comenta el joven emprendedor.

Traer libros nuevos cambió el rumbo. Poco después, la decisión de Jorge de comprarle su parte al socio original y quedarse al frente del proyecto también fue clave. La librería comenzó a crecer, no solo en ventas, sino como idea, comunidad de lectores y movimiento cultural.

Aquel local inicial empezó a quedar chico y nuevamente emprendió una mudanza, esa vez para quedarse. Hoy, en el local actual —una casona antigua, amplia y a pocos metros de la Intendencia— Quimera sigue expandiéndose y ahora tiene también una cafetería de especialidad, en alianza con otro emprendimiento local.

En un entorno donde las políticas culturales escasean y los apoyos institucionales rara vez llegan, Quimera ha sido una iniciativa autosustentable desde el principio. Y eso la define. “Todo lo hacemos nosotros”, remarca quien construyó hasta los muebles, hoy repletos de libros, con sus propias manos.

Librería Quimera
En Quimera se hacen talleres, encuentros de club de lectura y eventos.
Foto: gentileza

“Es la imagen soñada que todos los lectores tenemos: una librería con café. En Montevideo hay muchas, pero acá no había ninguna”, dice el propietario, quien al principio, cuando viajaba al sur invitado a ferias o charlas, solía sorprenderse al escuchar sobre fondos y apoyos departamentales para emprendimientos como el suyo. Eran recursos que, simplemente, no llegaban hasta allá.

“Veo que en el resto del país suelen hacer actividades en conjunto con distintos programas o iniciativas que colaboran, ya sea financieramente o de otras formas. Cuando fui las primeras veces me chocó un poco eso, porque no entendía cuándo empezaban a hablar de estos temas, ya que acá solo cuento con mi esfuerzo para que esto funcione y sea rentable; no hay nada extra”.

Es así, a pulmón, que Jorge puso a Artigas en el mapa de la Noche de las Librerías. En los afiches, donde antes había un vacío, ahora hay un punto que señala que en el departamento norteño habrá actividades. Ese punto es Quimera.

Un local de encuentro que cambia hábitos

Con los años, Quimera se volvió también un espacio de encuentro. Organizan ferias de cómics, convenciones de anime, talleres, clubes de lectura y mesas abiertas. La propuesta editorial es amplia y también conservan libros usados, como en los inicios.

“Los niños se encuentran con libros que escribieron youtubers o creadores de contenido que antes solo veían por las redes y cuando ven que estos títulos están en una librería en su propia ciudad es emocionante, les encanta”, cuenta Jorge y rescata una anécdota para dar cuenta de la dimensión que tomó la librería como espacio de socialización: “Los adolescentes que la frecuentan —de liceos y de UTU— se autodenominan ‘los quimeras’. Algunos pasan tardes enteras acá. Otros, como me contó una madre hace poco, tienen un grupo de WhatsApp que se llama ‘salidas’, y en realidad su salida es ir a Quimera”, cuenta entre risas.

El sueño de Jorge es seguir ampliando la oferta de actividades y aportar aún más a la formación de los jóvenes que la frecuentan. “Me gustaría que los gurises que están por comenzar sus estudios terciarios puedan tener rondas de conversaciones con personas que ya pasaron por ese camino. Es decir, realizar charlas abiertas con profesionales y que puedan sacar dudas para decidir su carrera o para ahorrarse algún tropezón”, comparte.

Ver en las carencias oportunidades

Construir una librería en el norte del país tiene sus particularidades. Al estar alejada de la capital, dice Jorge, la gente suele pensar que los libros son más caros. “Hay que repetir muchas veces que el precio de un libro nuevo es el mismo en todo el país. Y al principio tuvimos que aclarar que no somos una papelería, ni una biblioteca. Hubo que crear esta idea en la cabeza de las personas, esa cultura de diferenciar una cosa de la otra. Pero es entendible porque no había una librería acá”, contextualiza.

Si piensa en las dificultades y oportunidades de emprender algo nuevo en la frontera, donde los incentivos brillan por su ausencia y las carencias abundan, el joven artiguense no duda: “Se suele decir que cuanto más alejados de la capital estamos, más problemas hay. Pero yo veo otra cosa: veo oportunidades. Sí, hay muchas problemáticas, pero justamente esos problemas por resolver, esas carencias, son oportunidades para crear”, sostiene, refiriéndose a lo que el escritor artiguense Fabián Severo definió como una especie de exilio.

“Siempre intento escribir tratando de explicarme esa dicotomía de vivir en un lugar que es tu lugar pero a su vez está esa sensación de haber crecido en el fin del mundo, sin librerías, sin teatro, sin cine, sin cafeterías, sin bares, sin universidades. Esa condena al exilio en que estamos muchos que somos del interior”, decía el premiado escritor en una entrevista de 2021.

Esa condena al “exilio” de no tener acceso al universo de los libros y a una movida cultural es justo lo que hoy Quimera empieza a romper. En un departamento con carencias estructurales históricas, esta casa de libros y centro cultural no solo llenó un vacío comercial: ocupó un lugar simbólico y encendió algo. Porque no solo montó una librería donde antes no había ninguna, sino que también creó una red afectiva, una costumbre nueva que cambia hábitos. Y eso, en un país donde el acceso al libro sigue siendo desigual, no es poco.

Jorge mostró que en el interior se pueden hacer cosas grandes; que la cultura no es un lujo exclusivo del sur, y que las ideas, cuando se cuidan y se comparten, pueden transformarse en comunidad.

Jorge Fagúndez
Jorge Fagúndez tiene 24 y empezó a emprender a los 19.
Foto: @librosquimera

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