La reforma debe salir

La reforma jubilatoria tiene que aprobarse. Eso lo sabe todo el país: frentistas y gobierno, blancos y cabildantes, colorados e independientes. No es un problema de si a algunos les gusta y a otros no. Es una necesidad impostergable.

Fue negociada y vuelta a negociar. Sobre la propuesta original se hicieron varias modificaciones. Pero no admite arreglos hasta el infinito porque si se hacen, deja de ser lo que esencialmente es y ya no resuelve el drama que se cierne sobre el país. Es así de sencillo.

No hay lugar para la demagogia, aunque muchos la estén practicando en forma vergonzosa.

Por un lado, el Frente Amplio reniega de la advertencia dada por el ministro de economía del último gobierno frentista. Danilo Astori había dicho que quien ganara la elección del 19, fuera Daniel Martínez o Luis Lacalle Pou, no tenía otra salida que afrontar una reforma ineludible que incluyera cambios en edades y montos.

El Frente actual, radicalizado e ideologizado a niveles primarios, parece no haber registrado tal declaración. Se opone a esta reforma pero no habla de cual es su alternativa, quizás porque no la tiene o sí la tiene, es tan mala que no sería creíble.

Tanta oposición rotunda es pura demagogia. Sin duda, mucha gente resiente el corrimiento de la edad de retiro (aún sabiendo que dado lo gradual del proyecto, no le tocará), pero a la vez entiende con realismo que no hay más remedio que afrontar esta situación con transparencia y honestidad.

El problema es Cabildo Abierto, socio en la coalición de gobierno, empecinado en reclamar justamente el tipo de cambio que desnaturaliza el sentido de la ley.

Es ya un modus operandi. Cuando algo está por salir, los cabildantes se acuerdan que quieren introducir nuevos cambios, no importa cuales, y frenan todo el proceso. Actúan lisa y llanamente como un niño mal criado que no quiere entrar al aula. Alguien debe hacerles entender que “se acabó el recreo”. ¿No era eso lo que decía su líder Guido Manini Ríos?

Manini pide tiempo y sostiene que no hay apuro para aprobar la ley. Lo hay. El ministro de Trabajo y Seguridad Social, Pablo Mieres, insiste en que el momento es ahora, cuando hay margen para aprobar, promulgar, dejar que los sindicatos protesten antes que la campaña electoral se instale. Cuanto más lejos esté la aprobación de la ley de la campaña, mejor.

No es creíble que Cabildo no entienda eso.

¿Qué hará entonces Cabildo cuando termine el receso de Semana Santa? Al momento de escribir estas líneas nadie lo sabe. Lo cual irrita a buena parte de quienes apoyan al gobierno. Pero los estrategas cabildantes creen que su obstinación les dará algún rédito.

Da la impresión que para ellos, el interés del país y de las generaciones venideras, no es prioritario. La jugada chica de la política importa más.

Lacalle Pou escucha, pero sabe que hay un plazo. Llegado ese momento, la ley se vota. Si no se aprueba por falta de votos, los responsables de haber llegado a esa situación tienen nombre y apellido. Lo lógico sería que se fuesen de la coalición, con todo lo que ello implica. Lo deseable sería que ello no ocurra.

El senador Guillermo Domenech ha dicho que ellos no se van, que en todo caso los echan. El razonamiento es casi infantil. No votar la reforma es una manera de irse y de enviar una señal al Frente: “les estamos despejando el camino para que ganen en 2024”.

Es de esperar que la demogogia no predomine. Lo que se gana con ella en lo inmediato, terminará perdiéndose con el tiempo. Al final, la gente registrará quienes asumieron con coraje su responsabilidad, y quienes no.

En medio de manifestaciones muy violentas contra una reforma similar en Francia y tras haberse salvado por un pelito de un voto de censura, el presidente francés Emmanuel Macron explicó con frontal honestidad cual era su posición en una entrevista televisada. Asumió sin vueltas que la reforma lo estaba convirtiendo en un gobernante sumamente impopular y que estaba dispuesto a pagar ese precio. La reforma era ineludible; no había manera de enfrentar la seguridad social del futuro sin ella y por lo tanto estaba dispuesto a defenderla, aún sabiendo el costo político que tenía para él.

Hay momentos en que es imprescindible asumir un sentido de profunda responsabilidad al tomar medidas cruciales, aunque no sean simpáticas.

Por último, en anteriores columnas he insistido en la necesidad de desglosar el capítulo que permite que personas ya jubiladas tomen tareas remuneradas sin perder su jubilación, ni parcial ni totalmente.

Previendo demoras en el debate general, sostuve que sería bueno adelantarse en este tema y ganar tiempo. Son demasiados años en que rige esta atroz limitación a jubilados que quieren realizar determinadas tareas y cobrar por ellas. Es una práctica que asombra a jubilados de otros países, que cobrando su retiro completo, desempañan labores que les dan satisfacción y un ingreso extra. Acá se optó por un mecanismo insensible y cruel y se sigue postergando el fin a tamaña arbitrariedad. El ensañamiento continúa.

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