Redacción El País
En la mesa familiar, los gestos se repiten casi sin pensarlo. Uno de los más comunes es soplar la cuchara para bajar la temperatura de la comida antes de dársela al bebé. La intención es protegerlo de una quemadura, pero la ciencia advierte que ese reflejo tan arraigado puede tener un efecto no deseado: facilitar el ingreso de bacterias de la boca del adulto a la del niño, cuyo sistema de defensas todavía está en pleno desarrollo.
Durante años, soplar la papilla o la sopa fue interpretado como una muestra de cuidado. Sin embargo, hoy se sabe que esta práctica aparentemente inofensiva también involucra cuestiones de higiene, transmisión de microorganismos y salud bucal en la primera infancia. Cada vez que un adulto sopla, libera microgotas de saliva que pueden depositarse en la comida o en la cuchara. Esa saliva transporta una gran cantidad de bacterias que, si bien no suelen generar problemas en personas sanas, pueden impactar de manera distinta en un bebé.
La boca humana aloja numerosas especies bacterianas, entre ellas algunas relacionadas con la aparición de caries. Investigaciones demostraron que estos microorganismos pueden pasar de los adultos a los niños cuando hay contacto entre saliva, alimento y boca. Esto ocurre no solo al compartir cubiertos, sino también al soplar muy cerca de la comida que luego se ofrece al pequeño.
Un estudio que analizó parejas madre-hijo detectó coincidencias genéticas entre las bacterias presentes en la saliva de ambos, lo que refuerza la hipótesis de una transmisión directa en la vida cotidiana. Si bien esa investigación no se enfocó exclusivamente en el acto de soplar, sí evidenció que ciertos gestos habituales en la crianza facilitan el traspaso de microorganismos de una generación a otra.
La principal razón para extremar cuidados es que el sistema inmunitario del bebé todavía no ha madurado por completo. Las defensas se desarrollan progresivamente, por lo que bacterias que en un adulto pasan inadvertidas pueden favorecer la aparición de caries tempranas o alterar la microbiota oral del niño, con posibles consecuencias a largo plazo.
Además, el gesto de soplar no siempre cumple con el objetivo buscado. En muchos casos se repite varias veces sin conseguir una disminución real de la temperatura del alimento. A esto se suma un aspecto social: en distintos entornos, soplar la comida se considera poco higiénico, por lo que evitar esta costumbre también ayuda a que los niños no la incorporen como algo normal.
Los especialistas subrayan que es mucho más fácil construir hábitos de alimentación higiénicos desde el inicio que intentar corregirlos después. Los niños aprenden observando e imitando: lo que ven todos los días en la mesa familiar termina moldeando su forma de comer y su relación con la comida.
Existen alternativas simples, eficaces y seguras para enfriar los alimentos sin recurrir a la boca. Revolver el puré o la sopa distribuye mejor el calor; extender la porción en la cuchara o en el plato acelera el enfriamiento al aumentar la superficie expuesta; agregar un poco de agua o leche templada, cuando la preparación lo permite, baja rápidamente la temperatura; y, sobre todo, esperar unos segundos antes de ofrecer el bocado sigue siendo la opción más segura.
En muchas casas, incluso, esos segundos de espera se aprovechan para cantar una canción breve o jugar, integrando la pausa al ritual de la comida. Evitar soplar la comida es un cambio mínimo, pero significativo: se elimina el riesgo de transmisión de bacterias y se promueve una forma de alimentación más higiénica y respetuosa con la salud del niño.
En base a El Tiempo/GDA