Redacción El País
La palabra “mamá” suele acompañar la vida de los hijos desde sus primeros balbuceos.
Con los años, esa misma palabra aparece en contextos muy distintos: como muestra de ternura en un “te quiero”, como pedido de ayuda en un “tengo hambre” o incluso como grito cargado de rabia en medio de una discusión.
En muchos hogares, son precisamente las madres quienes reciben la mayor parte de los reproches, las quejas o los estallidos emocionales de los hijos.
Lejos de interpretarse como un castigo, este fenómeno tiene una explicación en la psicología del apego, según señaló el psicólogo y psicoterapeuta español Rafa Guerrero, especialista en desarrollo infantil.
Guerrero asegura que cuando un niño se enfada con fuerza con su madre, no lo hace por falta de respeto, sino porque la percibe como su “puerto seguro”. Es decir, confía tanto en ella que se siente libre de mostrar emociones intensas que probablemente reprima con otras personas.
“Un niño puede enojarse con su padre, con sus abuelos o con un maestro”, aclara el especialista. “Pero muchas veces es la madre quien concentra la mayor parte de esas expresiones porque fue la primera figura de apego. Desde el embarazo comienza a construirse un vínculo muy profundo, y eso las convierte en privilegiadas: los hijos confían en ellas para mostrar su rabia, su miedo o su tristeza”.
El psicólogo también subraya que no todos los niños se sienten cómodos mostrando sus emociones en distintos entornos. Algunos prefieren reprimirlas fuera de casa y reservan sus enojos para ese lugar donde se sienten realmente seguros: el vínculo con su madre o, en ciertos casos, con su padre.
Este comportamiento, añade Guerrero, no desaparece en la vida adulta. Muchas personas siguen expresando su malestar con mayor intensidad frente a quienes les generan confianza: parejas, familiares cercanos o amigos íntimos. En otras palabras, mostrar “lo peor de uno mismo” suele ser un gesto de cercanía y no necesariamente de rechazo.
Aunque la experiencia más frecuente es que las madres sean el blanco de esos estallidos, no siempre es así. También hay hogares donde los hijos se sienten más próximos al padre y es él quien recibe la descarga emocional. “Lo mismo ocurre con los papás —puntualiza Guerrero—. La figura de puerto seguro puede recaer en cualquiera de los progenitores, dependiendo de cómo se construya el apego”.
Por eso, el especialista invita a no interpretar estas explosiones como un problema, sino como una oportunidad de acompañar a los hijos. “No lo veas como un castigo”, aconseja. “Intentá conectar con su emoción, validar esa rabia que sienten y acompañarlos hasta encontrar un equilibrio”.
En base a El Tiempo/GDA
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