Redacción El País
En tiempos donde las notificaciones no descansan y las videollamadas suplen el café de la tarde, surge una pregunta inquietante: ¿la tecnología nos está aislando? Según una nota publicada por La Nación (Argentina), varios estudios coinciden en que el vínculo digital no reemplaza la experiencia de un encuentro real.
El neurocientífico Javier Valdés, de la Universidad Autónoma de Madrid, lo resume en una frase que alerta: “Es un círculo vicioso capaz de transformar una decisión puntual en una forma de vida”. Cuanto menos nos juntamos, más incómodo resulta hacerlo, y más fácil es evitarlo.
Un efecto en la salud comparable al tabaco
El aislamiento no solo pega en lo emocional. Una investigación de la Universidad de Chicago, liderada por la psicóloga Emily Westwood, comprobó que la falta de contacto humano sostenido altera la producción de oxitocina y debilita el sistema inmunológico, en un nivel comparable al tabaquismo crónico.
Por su parte, un metaanálisis de la Universidad Brigham Young reveló que la desconexión social sostenida aumenta un 29% el riesgo de muerte prematura. La soledad, en silencio, se comporta como una epidemia invisible.
Empatía, confianza y lenguaje corporal en retroceso
De acuerdo al University College London, sin contacto físico ni microexpresiones compartidas, el cerebro pierde precisión para interpretar señales emocionales. Eso erosiona la empatía y debilita la confianza en los demás.
El mundo laboral refleja con claridad este desgaste. La consultora Gallup detectó que quienes trabajan sin interacción presencial frecuente tienen 37% más chances de sentirse “desconectados” de la cultura de su organización.
La conversación como un lugar
En otras épocas, las plazas, cafés y tertulias eran el escenario natural para tejer amistades, ideas y hasta revoluciones. Hoy, los espacios compartidos como coworkings o clubes culturales intentan recrear algo de esa mística. “Quien trabaja en casa puede resolver tareas, pero no construye capital social”, advierte el consultor en innovación laboral Romeo Pérez Suárez.
La antropóloga Sofía Marchesi, de la Universidad de Roma, lo sintetiza con una imagen: “La diferencia entre una cerveza en el barrio y un after office es que la primera es un ritual; el segundo, un evento”.
Recuperar los rituales del encuentro
Lejos de ser nostalgia, recuperar los espacios de sociabilidad es, según los investigadores, una inversión en salud y resiliencia. La mesa compartida, la charla sin apuro o el abrazo que libera oxitocina siguen siendo insustituibles.
Porque, como recuerda La Nación, “el vínculo digital no logra replicar la neuroquímica del encuentro”. Y sin ese laboratorio invisible que es el cuerpo, las relaciones se vuelven más frágiles y más fáciles de romper.
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