Adicción al ejercicio: cómo reconocer cuando entrenar deja de ser saludable y afecta la vida diaria

La adicción al ejercicio es un trastorno silencioso que se esconde detrás de rutinas extremas y autoexigencia. Especialistas explican cómo detectar señales de alerta y recuperar una relación sana con el movimiento.

Gimnasio
Hombre levantando pesas en gimnasio, ejercicios, foto Jae C. Hong - STF - AP - AP

Redacción El País
El ejercicio físico, ese aliado clásico del bienestar, puede transformarse en una carga cuando la búsqueda del cuerpo “perfecto” deriva enadicción al ejercicio, un fenómeno cada vez más observado por especialistas. En un contexto donde se valora la disciplina sin descanso y la estética sin tregua, lo que empezó como un hábito saludable puede terminar dominando la agenda diaria y afectando el equilibrio emocional.

Cuando el entrenamiento deja de ser cuidado y pasa a ser exigencia

Si bien este cuadro no figura como un trastorno independiente en los manuales diagnósticos internacionales, se lo vincula a la dismorfia corporal, un patrón donde la percepción del cuerpo se distorsiona y nunca parece suficiente. La psiquiatra Icía Nistal y la psicóloga Vanesa Fernández explican que, detrás de estos comportamientos, suele haber una batalla silenciosa: el espejo devuelve una imagen siempre “incompleta”, aun cuando el entorno ve un cuerpo sano y fuerte.

Una rutina equilibrada admite pausas, escucha el cansancio y se adapta a las obligaciones. La adicción, en cambio, se impone como un mandato. Aparece el entrenamiento con dolor, el cansancio extremo y, en casos más preocupantes, el desoír recomendaciones médicas. Allí la actividad física deja de ser elección para convertirse en una obligación rígida asociada a la dismorfia muscular, marcada por la obsesión por “verse más definido”.

A ese pensamiento se suman rutinas excesivas, dietas restrictivas y, según investigaciones internacionales, incluso el uso de anabólicos para acelerar resultados. El cuerpo pasa a ser un proyecto infinito, una meta que nunca se alcanza.

Ejercicio. En algunos gimnasios, las pantallas son las que indican qué hacer. (Foto: Shutterstock)

Señales de alerta que no conviene minimizar

Los primeros indicios suelen ser emocionales. La irritabilidad cuando no se puede entrenar, la ansiedad al interrumpir una rutina o la necesidad permanente de subir la intensidad del ejercicio son señales que no deberían pasarse por alto. También se observa un retraimiento social: la vida gira en torno al gimnasio y el resto parece quedar para después.

Hay avisos más visibles: insistir en entrenar pese a lesiones, organizar horarios y encuentros en función exclusiva del entrenamiento o sentir que un día “no vale la pena” si no se pudo hacer ejercicio. En algunos casos la alimentación se vuelve rígida y aparece la dependencia de suplementos o sustancias para aumentar masa o definición.

No todas las personas activas están en riesgo, pero sí existe mayor vulnerabilidad en quienes tienen baja autoestima, crecieron en entornos donde la apariencia es central o participan en disciplinas que mezclan estética y rendimiento. Jóvenes —sobre todo varones— que entrenan fuerza suelen entrar dentro de los perfiles más expuestos. También quienes tienen antecedentes de trastornos alimentarios o rasgos de perfeccionismo.

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Una manera de hacerle frente a esta tendencia es hacer ejercicios, en particular de fuerza.
Foto: Rawpixel.

Consecuencias físicas y emocionales, y cómo prevenir el desborde

Forzar al cuerpo puede pasar factura: lesiones por sobreuso, fracturas por estrés, alteraciones metabólicas y complicaciones hormonales. Cuando se suma el uso de esteroides, se observan riesgos cardiovasculares serios. En el plano psicológico, la adicción al ejercicio se relaciona con ansiedad, depresión, frustración y la sensación permanente de no estar “a la altura”.

La prevención empieza mucho antes de que aparezcan los síntomas. Las especialistas insisten en educar sobre imagen corporal, recordando que el movimiento está vinculado a la salud y no a un modelo estético imposible. También es clave capacitar a entrenadores para identificar señales de alarma y derivar a profesionales cuando corresponda.

Las redes sociales también juegan un papel clave. Fernández advierte que muchos creadores de contenido no dimensionan el impacto que pueden tener sobre audiencias jóvenes y vulnerables. La comparación constante y los cuerpos “irreales” que se muestran en pantalla profundizan la distorsión de la propia imagen.

Recuperar un vínculo sano con el ejercicio implica volver a su sentido esencial: el movimiento como una forma de cuidado, no de castigo. Cuando esa diferencia se vuelve clara, el cuerpo deja de ser un campo de batalla y vuelve a sentirse como un espacio propio, habitable y sin exigencias desmedidas.

En base a El Tiempo/GDA

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