Dormir mal no es inofensivo ni parte natural de “hacerse grande”. Es un síntoma de que algo se desajusta por dentro. ¿Estás durmiendo o simplemente sobreviviendo con los ojos cerrados?
Te levantás cansada, con la cara hinchada, la cabeza pesada, el humor por el piso y el cerebro en modo avión. Pero te decís “es normal, será el estrés”. Te tomás un café, dos, tres, y salís a la vida como podés. Pero a la noche, ¡otra vez! Y así todos los días.
Si esto te suena familiar, no sos la única. Y no, no es solo el estrés, ni es la edad, ni te falta melatonina en pastilla. El mal descanso no es un síntoma más, es un grito silencioso de tu cuerpo diciendo que algo no está bien.
Modo rebelión.
Dormir mal no es solo estar un poco cansada, es un círculo vicioso que te agarra por todos lados. Si dormís mal:
—Tus hormonas se desregulan, especialmente en perimenopausia y menopausia.
—Aumenta tu nivel de cortisol, la hormona del estrés, que te deja con ansiedad y hambre emocional.
—Bajás masa muscular más rápido y acumulás grasa visceral (sí, esa que no se va ni con promesas).
—Tu piel, tu concentración, tu deseo sexual y tu sistema inmunológico… se van de vacaciones sin avisar.
Un estudio publicado en The Lancet Healthy Longevity encontró que las alteraciones del sueño en mujeres mayores de 40 duplican el riesgo de deterioro cognitivo temprano. Y como si fuera poco, un meta-análisis en Sleep Medicine Reviews confirmó que el insomnio sostenido afecta directamente la salud cardiovascular en mujeres en transición hormonal.
Dormir mal no ni inevitable ni “parte del combo”. Es un síntoma, no una condena. Y mientras sigamos normalizándolo lo único que hacemos es postergar el bienestar que sí podríamos tener. Aceptar que dormís mal como si fuera un rasgo de personalidad o una etapa obligada es como resignarte a vivir con el freno de mano puesto. ¿Y sabés qué pasa con el cuerpo? Se acostumbra a sobrevivir. Pero sobrevivir no es vivir.
Las cosas no recomendadas.
Tomá nota de lo que no funciona aunque nos lo vendan como pan caliente.
—Empastillarte sin evaluar el origen del insomnio.
—Cambiar el colchón pero no revisar tus ritmos circadianos.
—Tomarte “una copita para relajarte” y pensar que ayuda (spoiler: no ayuda).
—Deslizar reels a las 2 de la mañana como si no hubiera un mañana.
Estas soluciones son como ponerle glitter a una alarma de incendio. No apagan nada. Solo lo disfrazan. Y mientras tanto, el cuerpo sigue en alerta, el sistema nervioso en loop, y vos contando ovejas con los ojos como platos.
Si dormís mal, no sos débil. No sos exagerada. No estás loca. Estás desregulada. Estás sobrepasada. Estás pidiendo ayuda con la almohada como mensajero.
Y mientras sigas ignorando lo que pasa cuando cerras los ojos, tu cuerpo va a seguir gritando cada vez más fuerte aunque vos jures que dormiste “más o menos bien”.
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