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La utopía de la sustentabilidad

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Proliferan por doquier los discursos “políticamente correctos”, las expresiones de buena voluntad y las manifestaciones de las mejores intenciones para impulsar el desarrollo humano justo, sustentable y equitativo.

Proliferan por doquier los discursos “políticamente correctos”, las expresiones de buena voluntad y las manifestaciones de las mejores intenciones para impulsar el desarrollo humano justo, sustentable y equitativo.

Pero las acciones continúan yendo por otras sendas, ajustándose fielmente a la mejor rentabilidad posible, a la captura de inversiones rápidas y al beneficio personal o corporativo sin importar los efectos colaterales o secundarios.

El planeta comienza a sentirse algo chico para una humanidad siempre en expansión, ávida por mejorar la calidad de vida de las personas y confiada en que la ciencia y la tecnología solucionarán cualquier problema serio que se presenta.

El mismo panorama se puede extrapolar para la interna del país. No es casualidad que el sistema político, casi sin excepciones, reacciona de la misma manera. Cada gobierno, sea nacional o departamental, cuando asume sus responsabilidades se encuentra con una realidad socioeconómica que no parece darle casi margen de acción.

No importan demasiado los discursos de campaña, las promesas que se realizaron; a la hora de tomar decisiones difíciles y trascendentales, parece que el camino entra en una pendiente ineludible que conduce inexorablemente a profundizar la huella ecológica de los pueblos.

Si dentro de esa espiral condenatoria desde el punto ambiental hay algún margen de maniobra que permita minimizar impactos, ¡mucho mejor!

Pero, el sentido común nos dice que esa estrategia es muy desacertada porque desconoce la realidad de la salud de los ecosistemas -que son los que sostienen los ciclos naturales y vitales del planeta.

Nuestra supervivencia -al igual de la de las demás especies- depende cien por ciento de la productividad natural de los ecosistemas. Agua, aire, alimentos, medicinas, etc., etc., son los pilares de la vida. Y aunque la cotidianidad nos engañe todo lo que utilizamos proviene de esa combinación asombrosa de organismos, elementos y materiales que interaccionan para generar lo que genéricamente denominamos recursos naturales.

La inteligencia humana enfrenta un reto supremo. ¿Cómo logramos desarrollarnos y satisfacer todas nuestras necesidades sin comprometer la base misma de los recursos?

La respuesta la hemos simplificado en una palabra mágica: el desarrollo sustentable.

Este espejismo no debe hacernos perder más tiempo. No es posible conseguir los más elevados objetivos de bienestar para la generación presente y las futuras si no revemos a fondo el actual modelo.

Detengámonos un instante en Uruguay. Somos un país despoblado, agroproductor, sin industrias importantes pero con niveles elevados de contaminación de nuestros cursos y espejos de agua, erosión de sus suelos y costas, superficies enormes dedicadas a los monocultivos; con una rica biodiversidad protegida en los papeles pero no en los hechos. Buscamos petróleo al mismo tiempo de promover el uso de las energías renovables y propias.

¿Cuándo llegará el momento de mostrar coherencia en la gestión y encaminar el desarrollo hacia la conservación y la sustentabilidad?

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Hernán Sorhuet Gelós

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