Desde el Falkor (too) al océano profundo: pilotos narran la vida y el trabajo con el ROV SuBastian en Uruguay

Entre turnos de 12 horas, brazos robóticos y criaturas nunca vistas, dos pilotos relatan cómo fue explorar por primera vez las profundidades del mar uruguayo

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Joel Pérez y Michael Silva Neto, dos pilotos del SuBastian
Gustavo Villa

El vaivén del océano marca el inicio de otro día para Michael Silva Neto y Joel Pérez, dos de los ocho pilotos del SuBastian, el vehículo submarino operado a distancia del buque de investigación Falkor (too) del Schmidt Ocean Institute. Desde su estación a bordo, manejan con precisión milimétrica los brazos robóticos y cámaras de alta definición que hemos visto operar durante un mes en lugares del fondo marino uruguayo donde ningún ser humano había llegado antes.

La tarea exige concentración, paciencia y colaboración: cada decisión impacta directamente en la recolección de muestras y, en un hecho sin precedentes desde la campaña en el mar argentino, en las transmisiones en vivo seguidas por miles de personas fascinadas con las sorpresas del Atlántico Sur.

Ellos mismos —con más de 20 años de experiencia en el mar, primero como buzos comerciales— se sorprendieron con la biodiversidad del mar uruguayo. Grandes corales blancos emergían de la oscuridad del océano, mientras pulpos Dumbo (Grimpoteuthis) —uno de los últimos registros de la campaña Uruguay Sub200 a 4.164 metros de profundidad— flotaban entre corrientes, junto a criaturas que parecían salidas de novelas de ciencia ficción. “No esperábamos encontrar tantos corales. Se veían hermosos. Había montículos de puro coral”, dijo Pérez a El País. Su compañero agregó: “La vida marina aquí me llamó mucho la atención. Hubo inmersiones en las que teníamos 15 puntos de interés y no pasábamos de dos o tres porque no lográbamos mover el vehículo de tanta riqueza”.

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Las mejores imágenes en 4K de la expedición Uruguay Sub200.
Foto: Ocean Schmidt Institute.

Cómo fue trabajar a bordo del Falkor.

A bordo del Falkor (too), los pilotos se organizan en turnos de 12 horas: cuatro personas por equipo que se alternan entre pilotar el vehículo y manipular los brazos robóticos. Cada estación requiere coordinación absoluta: el piloto guía el ROV y ajusta cámaras y luces, mientras el copiloto opera los brazos, asegurando que cada objeto recolectado llegue intacto al barco. No hay tareas individuales: todos participan en todo, desde el mantenimiento hasta la manipulación de instrumentos. Cada jornada es un ejercicio de precisión y trabajo en equipo, un baile coordinado donde nadie trabaja solo.

Ese baile tiene un protagonista central: el vehículo submarino SuBastian. Mide 3,1 metros de largo, 2,1 de ancho y 1,9 de alto. En el aire pesa 3.200 kilos —aunque bajo el agua esa masa se convierte en flotabilidad positiva o neutra— y puede cargar hasta 200 kilos de muestras. Sus cinco propulsores, similares a hélices, le permiten moverse en todas direcciones y descender hasta 4.500 metros de profundidad. Está equipado con cámaras de ultra alta definición, incluidos sistemas en 4K, que transmiten imágenes en tiempo real.

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ROV SuBastian
Schmidt Ocean Institute

El sistema funciona como un engranaje perfecto entre superficie y mundo submarino. “Son computadoras que se comunican a través de fibra óptica”, explicó Pérez. La energía se genera a bordo con motores diésel y viaja hasta el vehículo, donde alimenta motores, cámaras y sensores. Una bomba hidráulica maneja la propulsión y los brazos robóticos, mientras desde las estaciones de control se dirigen luces, cámaras, manipuladores y herramientas como el sistema de succión.

La clave es la visión múltiple: adelante del vehículo hay varias cámaras que permiten recrear la percepción tridimensional que tenemos con los dos ojos. “Sin eso sería imposible hacer un trabajo delicado en el fondo del mar”, explicó Silva Neto. “Cuando yo estoy controlando los brazos y necesito agarrar algo muy pequeño, Joel me sigue con las cámaras y hace zoom para que yo pueda verlo bien y lograr tomarlo. Es realmente un trabajo de equipo”.

Algunas especies vistas en esta expedición nunca habían sido colectadas antes, lo que generó momentos de (sana) tensión. “Teníamos que hacer las maniobras a ensayo y error”, recordó Silva Neto. Tomar algo demasiado delicado con las pinzas podía romperlo, por lo que la coordinación entre piloto y copiloto —siguiendo las indicaciones precisas de los científicos a bordo— era fundamental.

Sin embargo, para Michael y Joel, lo más exigente no es la técnica. “Hay que estar bien de la mente”, explicó Pérez. Silva Neto añadió: “Aquí nos quedamos confinados por mucho tiempo y, a veces, tenemos jornadas dobles o triples. En estas condiciones, las relaciones interpersonales y tu estado psicológico son lo más importante cuando vivís en la pequeña isla que es este navío”.

Si bien la campaña en Uruguay se extendió por un mes, Silva Neto está embarcado desde mayo de este año. Antes de subir, pasó apenas siete días en su casa. Lo máximo que estuvo en altamar fueron 118 días. “Imagínate, tengo cuatro nietos”, contó al hablar de lo que más extraña de estar en tierra. Aun así, ambos coincidieron en que recibieron mucho cariño de los uruguayos, que antes de embarcar los convidaron con asado, y durante la travesía probaron el chivito, el mate y el dulce de leche. Eso sí: a bordo hay un par de ahumadores, pero no hay parrillero, y los pilotos coincidieron en que el Schmidt Ocean Institute debería instalar uno para la próxima misión por estos lares.

Robot ROV Subastian.
Robot ROV Subastian.
Foto: Schmidt Ocean Institute.

Transmisión en vivo y conexión con el público

Lo que también sorprendió a los pilotos fue el furor que despertaron las transmisiones en vivo. Habían estado antes en la Antártida, un escenario imponente, pero nada se comparó con la conexión que generaron las campañas en Argentina y Uruguay. “Eso fue, de hecho, una sorpresa”, recordó Pérez. “Nunca habíamos visto tanto interés, sobre todo de niños, y es como recuperar la esperanza de la humanidad”.

El alcance quedó reflejado en los comentarios que llegaban en tiempo real. Silva Neto contó que uno lo conmovió especialmente: “Después de mirar ocho horas, quiero ser científico”. Para él, esas reacciones son la prueba de que el SuBastian puede sembrar vocaciones: “Si logramos que un chico deje de estar en la calle y se dedique a estudiar, es un camino bueno, de futuro. Eso es lo que queremos para nuestros hijos, para nuestros niños”.

Los científicos uruguayos también aportaron ideas creativas para acercar la expedición al público. En cada inmersión, el vehículo descendía con dibujos hechos por niños, que viajaban junto al ROV hacia las profundidades del Atlántico. “Imagínate lo motivador que es para ese chico ver su propio dibujo llegar a un lugar donde nunca antes había estado un ser humano”, comentó Silva Neto a El País.

El ambiente a bordo dejó otra enseñanza. En la misión participaron científicos de Uruguay, Alemania, Argentina, Brasil y Chile, y la diversidad no fue un obstáculo, sino una fortaleza. “Uno ayudaba al otro, sin importar quién estuviera a cargo en ese momento”, recordó el piloto. Si un colega veía algo que correspondía al proyecto de otro investigador, lo señalaba de inmediato. Para los pilotos, esa generosidad y sentido de equipo fueron tan inspiradores como los descubrimientos en el fondo del mar.

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