Pocos saben que Agösto Latino se llama Agustín Silveira Möller, que es egresado de la EMAD, fue becario Fulbright y cursó una maestría en guion para cine y televisión en Nueva York y Los Ángeles. Tal vez no ubiquen su nombre o su cara, pero difícilmente hayan olvidado a Alzira: esa doña de peluca rubia, que hablaba con la eñe y desplegaba humor. Debutó en La culpa es nuestra (Canal 10) y se volvió un fenómeno en 2007, cuando Agösto llegó a hacer hasta cuatro shows por noche.
No reniega de su mayor hit. Aunque hoy está enfocado en la dirección teatral, lo popular lo sigue haciendo vibrar. Por eso se probó en Carnaval en 2009, ganó el premio Revelación con una imitación de Daisy Tourné, y disfruta cada vez que revive a Alzira. Es más, planea festejar sus 20 años con un show masivo, donde “la gente haga chilena divirtiéndose”.
Alzira era una mujer humilde, de campo, y ese vínculo con lo rural también atraviesa Un hombre torcido, la obra que escribió y dirige, que se presenta con dos únicas funciones el 8 y 9 de mayo en la Sala Hugo Balzo (entradas a la venta en Tickantel).
“Mi bisabuelo tenía un circo, mi abuelo era estanciero. Íbamos mucho al campo y me conecté fuerte con ese mundo, que amo”, cuenta a El País. Algo de ese paisaje asoma en este texto inspirado en Rosinha, mi canoa, de Vasconcelos, donde un hombre del campo se enfrenta a un médico que representa la ciencia. La idea, dice, surgió pospandemia y busca mostrar qué pasa cuando la ciencia se vuelve autoritaria y no admite ser cuestionada.
Este proyecto, protagonizado por Hugo Piccinini, Cecilia Sánchez y Carlos Rompani, le confirmó que quiere “seguir hincándole el diente a la dirección”, ya que no estar en escena le quitó presión y le dio libertad.
De Alzira, las propuestas que rechazó, su amistad con estrellas mundiales, sus anhelos y más va esta charla con El País.
El comodín y la propuesta de Cacho de la Cruz

Era carismático, pero no se veía artista. Su entorno insistía en que lo suyo era el escenario, aunque su timidez y su físico lo frenaban: “Era muy gordo y quería esperar a adelgazar para estudiar teatro”, confiesa. Todo cambió a los 16 años, cuando Gabriela Calandra, una amiga de su madre, lo subió al auto y los anotó a ambos en la escuela de Carlos Aguilera.
En esas aulas, Mari Minetti —su “maestra de la vida”— le vio algo especial. Paraba la clase para que todos lo miraran y lo apodó Agosto: “Me hizo sentir artista y me bautizó”, resume.
La fama llegó en 2007 con Alzira, un personaje en el que creyó desde el día uno. Aunque la producción de La culpa es nuestra no confiaban en ese humor, Agösto defendió su creación. Al principio lo ponían en sketches que lo avergonzaban —como uno en el que paraba gente en la calle disfrazado de policía estética—, pero se plantó: “Me puse firme para que pasaran al aire el contenido por el que me habían contratado. Cuando lo hicieron, explotó”, cuenta.
Alzira tiene la capacidad de hacerlo facturar —el mayor dinero que ganó fue gracias a eventos con ese personaje—, pero no solo lo mueve lo económico. “Cuando me fui a Estados Unidos y dejé de hacerla por años, extrañé el fenómeno. Si bien tengo mucha academia, me gusta que lo teatral trascienda las élites”, dice.
—¿Te volvieron a convocar para hacer televisión?
—Después de vivir seis años en Estados Unidos quedó la idea de que ya no estaba más. La tele me encanta y siento que podría aportar mucho. Hace 14 años me llamó Cacho de la Cruz: quería que hiciéramos un sketch con él como Susana Giménez y yo como Mamá Cora. No llegamos ni a hablar de plata; se dio cuenta de que no estaba muy receptivo.
—El Carnaval también fue solo una vez, ¿por qué nunca más?
—Lo hice para probar. Nunca fui fanático del Carnaval, pero me llegó una propuesta concreta: Marcel Keoroglian había escrito un cuplé de Daisy Tourné y se lo vendía a la murga Colombina Che solo si yo lo actuaba. Arreglé un buen dinero y fue mega placentero. No me convocaron más, no sé si por repetir que no era del palo o porque no fui a buscar el premio a Revelación (risas).
Entre celebridades y proyectos
El ambiente de la música lo rodea de forma natural. Abajo de su casa está el estudio de La Vela Puerca: se hizo amigo de ellos, lo invitan a los shows y comparten asados. Mientras vivió en Estados Unidos, coincidió en reuniones con Lady Gaga gracias a un amigo productor, y se hizo íntimo del cineasta Federico Álvarez, con quien compartía rituales domingueros.
Antes de eso, cuando tenía 20 años y había bajado 70 kilos, se mudó a Buenos Aires para probar suerte. “Viví dos años allá, hice lo que pude. Dejé fotos en Pol-Ka, me llamaron para un día de casting y me decían que tenía una impronta protagónica, pero no tenían rol para mí. No sé si era real. No tenía un peso, la pasé muy mal y me volví”, recuerda. Allí también actuó en Grasa, dirigido por José María Muscari.
Hoy su foco está en lo audiovisual. La serie Chubbywood, que escribió, dirigió y protagonizó, ganó el premio a Mejor Serie en el Festival Detour 2022. “Me gustaría seguir por ese camino: dirigir cine, series, lo que venga”, cierra.
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