Fede Peña, el músico que se fue de Uruguay a los 5 años y volvió medio siglo después para saldar deuda de vida

El pianista que se crio en Argentina, lleva más de 30 años en Washington y tocó con Marcus Miller, Maxwell y Chaka Khan, volvió a Montevideo para vivir una noche histórica: la vida de Fede Peña.

Compartir esta noticia
f4ede.jpg
Fede Peña toca junto a Matías Rada en la presentación de "Candombe", el disco de Julieta Rada.
Foto: Mauricio Rodríguez

Sentado a contraluz en alguna cuadra de Washington D.C., con la ventana de fondo y la cámara al frente, Federico Peña se confiesa. “Si me hubieses preguntado hace seis meses, yo te diría que sí, que me siento un poco más argento. Yo siempre digo que soy ‘urutino’ o ‘argenguayo’. Pero en marzo, cuando estuve en Montevideo, pasó algo. No solo el recibimiento: oler los olores, ver los árboles, ir a donde estaba mi casa en Carrasco, todas esas cosas me hicieron sentir tan como en casa... Fue muy raro”, dice. “Como que en todos lados, los árboles, el cielo, todo, todo me acobijaba como diciendo: de acá saliste, este es tu lugar”.

Este es su lugar. Aquí nacieron él y su hermano, el inolvidable actor Fernando Peña, con quien comparte el histrionismo, la capacidad de imitar acentos, la creatividad acuariana. Aquí empezó todo, o más bien, aquí lo descubrió: cuando tenía dos años, quizás en un día de Carnaval, una pequeña cuerda de tambores pasó por su casa. Los tamborileros llevaban las caras pintadas, los instrumentos con los colores de Peñarol. Él, dice, flasheó. Su padre, un histórico periodista deportivo que iba a morirse a los 60 años, algo que iba a cambiar el rumbo de la familia y los iba a empujar a buscar otra vida en Estados Unidos, lo levantó en sus brazos, lo sentó en los hombros, acompañó la comparsa.

“Me lo contó mi viejo. Yo me acuerdo, igual. Lo tengo en la cabeza, me acuerdo de ese momento. Cuando cierro los ojos, lo veo. Entonces vos me preguntás cuándo me di cuenta de que era músico, y para mí nunca hubo un antes y un después. No dije: ‘quiero hacer eso’. Fue como que ellos tenían un espejo y yo me vi. Vi tocar a los tambores y dije: ‘yo pertenezco a estos pibes. Yo soy eso’”.

Cuando tenía cuatro años, "flasheó" otra vez. Con su familia viajaron a Buenos Aires a visitar a su abuela y de repente ella se sentó en un mueble, dice Peña, y de ese mueble salió música. “Fue mágico”: así recuerda el día en que un piano lo cautivó.

Pianista, productor, compositor y camaleónico, Fede Peña se curtió en la escena de la música en Argentina. Compinche del hijo mayor de Hugo Fattoruso (Alex, el Ciruela), a los 15 ya se codeaba con músicos como Juan del Barrio, Mono Fontana, Daniel Colombres y Marcelo Torres, “un pendejo jugando en Primera”.

Desde hace más de 30 años está en Washington, donde forjó una carrera muy ligada a la música afroamericana y se convirtió en un nombre fuerte. Siempre pendiente de las bases rítmicas, tiene la versatilidad como bandera: su sonido bebe del jazz, la raíz negra, las baladas y lo latino, una mezcla que lo distingue.

Tocó más de una década con Meshell Ndegeocello, una bajista prodigio que luego revolucionó la escena americana con su música, se convirtió en referencia del neo soul y llevó a este argenguayo/urutino a, por ejemplo, abrir algunas giras de Sting.

Fue parte de la banda de Marcus Miller, grabó con el cantante de R&B Maxwell (incluyendo su disco debut Maxwell's Urban Hang Suite), tuvo historia musical con Chaka Khan. Ahora vive un momento raro. El teléfono ya no suena tanto como antes. Su inglés se volvió tan “yanqui” que perdió esa cosa exótica que a los artistas de allá les seduce especialmente. Si no dice que es uruguayo, cualquiera lo toma por un local. Algunos malos tragos lo tienen pensando que quizás es el momento de hacer lo que nunca hizo: grabar su propio disco, pagarse, al fin, una deuda personal.

Si este es el tiempo de saldar pendientes, Fede Peña ya tachó lo esencial de la lista: en marzo, después de toda un vida fuera de Uruguay, volvió por unos días a Montevideo, para tocar en el Teatro Solís y compartir, por fin, la música con Ruben Rada.

“Esta es una deuda que yo tenía conmigo, una deuda de vida, realmente. Este momento yo me lo imaginaba desde que tengo 15 años, ¿entendés? Yo siempre tuve esa expectativa de que un día iba a tocar con el Negro y pensé que se me iba a dar mucho antes en la vida”, dice en videollamada. En medio de un brote de alergia, la emoción se le cruza y un poco le hace tambalear la garganta.

El regreso a Uruguay y aquella noche en el Solís

Desde que Julieta Rada se mudó a Nueva York, fue expandiendo su red de contactos. Conoció a músicos de todas partes (en su último disco, Candombe, grabaron artistas de Argentina, Israel y Senegal) y en algún momento se cruzó con Fede Peña. Sus historias son cercanas: él nació en Montevideo, a los cinco años se fue a vivir a Argentina y a los 18 se mudó a Estados Unidos, donde se quedó definitivamente; ella nació en Argentina, pasó sus primeros años en México y luego vino a echar raíces a Uruguay, aunque hoy es, más bien, ciudadana del mundo.

Fue una convocatoria de Julieta Rada, para tocar con ella en la presentación de Candombe en el Teatro Solís, la que trajo a Peña a Uruguay. “Yo tenía cero expectativas, pero al mismo tiempo no quería defraudarme a mí mismo. Viste que te hacés una película, el retorno del hijo pródigo, y después no pasa nada y te puede llegar a poner triste. Y yo siento mucho las cosas”, dice.

Al final, vino. Trajo por primera vez a su esposa, la madre de sus hijos. Se instaló unos 10 días en una casita en Ciudad de la Costa. Cada vez que salía a la ruta para viajar a ensayar a Montevideo, lo miraba todo.

En el show iba a tocar un par de temas, y terminó teniendo una presencia destacada en el escenario. Un duelo de keytar y guitarra eléctrica con Matías Rada, pero sobre todo la energía expansiva que emanaba desde su estación de teclas, lo convirtieron en una de las sensaciones de una noche musical difícil de olvidar.

Sin embargo, cuando Peña habla de ese sábado, se va directo a lo privado. “Cuando estaba haciendo la prueba de sonido, estábamos pasando esos temas del medley de candombes que hicimos al final y se subió el Lobo (Núñez), subieron las dos cuerdas y yo estaba en el medio del escenario, justo al ladito del Negro, detrás de Juli, tenía la batería acá atrás, los tambores en el otro hombro, a Matías (Rada) al lado. Y en un momento me tiré un poquito a solear, y te juro que se me caían las lágrimas de emoción. Lloraba y me reía de jolgorio, todo al mismo tiempo. Creo que nunca en mi vida musical me pasó algo así. Fue terrible”, dice.

Eso se puede explicar con la solidez de la banda, la convención de talentos de aquel día, pero también por su encuentro con el Negro Rada, eso con lo que soñó toda una vida —“en mi mundo musical, el Negro está allá arriba”, dice— y que al final se cumplió ahora, en este momento en que todo se le parece a la incertidumbre.

Pero también se explica, quizás, por esa sensación de cobijo, eso que percibió hasta en los árboles y que puede ganarle a todo, incluso al paso del tiempo: la certeza que se impone cuando al fin llegamos a casa.

Hacerse de abajo en la música de Washington

Con 18 años, Federico Peña llegó a Estados Unidos solo con su madre, que intentaba una nueva vida tras enviudar. Y aunque descubrió que en Washington había muy buenos músicos pero nada de industria musical, se fue colando como pudo en el escaso circuito. Tocaba en una banda de go-go (el candombe de Washington, asegura) cuando conoció a Michelle, una bajista de 16 años que más adelante se convertiría en la cantante y rapera multinominada al Grammy, Meshell Ndegeocello.

Cuando Meshell explotó, Peña ganó visibilidad y se le abrieron las puertas a varios proyectos musicales prestigiosos, con los que grabó o giró por años.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar