El candombe la llamó en 1995 y la esperó hasta que, casi 30 años después, Julieta Rada decidió hacerlo suyo

La cantante habla de "Candombe", su disco grabado en Nueva York, en el que homenajea su herencia y la mezcla con músicos de Israel, África y Argentina. De esto va esta charla con El País.

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Julieta Rada.
Foto: Eugenio Chiavassa, Alma Sevilla Hansen

De pronto dice “mirá”, extiende el brazo y ofrece su piel erizada como evidencia empírica. Eso que le ocurre en plena entrevista, en una tarde de calor intenso, esa electricidad tan física como incontrolable, es lo que le pasa a Julieta Rada cada vez que piensa en “Llamando”, la canción de Mariana Ingold que abraza como una de sus favoritas y que de alguna forma carga con su propia historia.

Julieta nació en Argentina, pasó sus primeros tiempos en México y recién con cinco años se instaló en Uruguay. Hasta entonces no comprendía del todo quién era, para el resto, su padre: “Sabía que era cantante, músico, que tenía discos, pero nunca lo tuve como alguien famoso. Pero llegué a Uruguay y lo veía en la tele, lo saludaban en la calle”, dice en charla con El País. Era 1995 y ese descubrimiento, esa revelación de la fama y la popularidad, para Julieta tuvo una muy específica banda sonora: “Llamando”, el candombe fresco que Mariana Ingold lanzó en 1991, que reúne a una parte fundamental de la música uruguaya y que tiene a Ruben Rada cantando esos versos que dicen que “de vos me enamoré, de vos me enamoré, sos la música que amaré”.

“Yo prendía la tele y veía ese videoclip, lo veía a mi papá y no sé por qué, pero me emocionaba. Esa canción me marcó”, dice Julieta ahora, cuando finalmente se animó a vivir su propia historia de amor con el candombe. No lo menciona, pero esta letra también parece estar hablando de ella: de cómo un día, radicada en Nueva York, supo que ya no podía ir contra un llamado que llevaba años atendiendo y esquivando a partes iguales.

Entonces se embarcó en Candombe, un disco que celebra la herencia ancestral al tiempo que reafirma su propia búsqueda actual. Un disco de candombe, sí, pero sobre todo un disco de Julieta Rada.

En esta exquisita relectura de ocho candombes más o menos conocidos, “Llamando” opera como sostén. Hace mucho tiempo, Julieta ya le había pedido los acordes a Mariana Ingold, que fue su primera profesora de piano y la persona con la que debutó en vivo en un escenario, con la intención de grabarla. Estuvo a punto de hacerla para Corazón diamante, su segundo disco solista que ya cumple 10 años —“no puedo creer, me da miedo el paso del tiempo”, confiesa—, pero al final decidió que no. Que su turno iba a llegar más adelante.

Así, el tema terminó siendo la punta de lanza de un proyecto en el que su pareja actual, el baterista argentino Juan Chiavassa, cumple el rol de productor y de impulso emocional. Y cobija este pregón, el momento favorito de Julieta en todo el álbum:

Sos la esperanza que lleva el Lobo todos los días / sos la esperanza que lleva el Nego con su alegría / sos la esperanza que lleva Rada, sos su manía / sos la esperanza de que Mateo siempre se ría / sos la esperanza del Mediomundo, Cuareim y Ansina / sos la esperanza de que el racismo vaya a la ruina / sos la esperanza de que tu pueblo viva otra vida / sos la esperanza de Hugo y Osvaldo, también la mía.

Candombe, el disco, existe en este momento porque confluyeron varias situaciones. Una es ese paso del tiempo que a Julieta la aterra: a punto de cumplir 35, puede ganarse ciertas batallas. “Ahora soy mucho más activa, voy mucho más para adelante, confío mucho más en mi criterio”, admite.

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Julieta Rada para la era de su disco "Candombe".
Foto: Eugenio Chiavassa, Alma Sevilla Hansen

También influyeron el entorno y el contexto. Hace tres años, la menor de los Rada decidió radicarse en Nueva York. De pronto, descubriendo la ciudad más vertiginosa del mundo, se dio cuenta de que había un grupo rioplatense que tenía el candombe muy presente: músicos uruguayos y argentinos que se juntaban a tocar los tambores y curtían Eduardo Mateo, Rada, los Fattoruso. Un latido que se conectaba directamente con la historia de hace 50 años, cuando Opa emergió en pleno Manhattan.

“Y si me mudo a un lugar donde están todos los proyectos musicales mundiales, ¿qué voy a hacer yo en esta ciudad? ¿Me pongo a cantar jazz? ¿Me pongo a cantar R&B? ¿O me pongo a hacer lo que lo que es mío y doy a conocer mi cultura?”, pensó Julieta. “Porque también esa es la joda, ¿no? Estás ahí, y está bueno dar a conocer el candombe y que se escuche en todos lados. Porque ya lo habían hecho Hugo (Fattoruso), papá y todos, pero es como que la historia nunca termina de avanzar. También por eso me copé con hacerlo”.

Así, Candombe es un disco que funciona como una conversación políglota, como un crisol multicultural.

Bañado de influencias del jazz, de la música afroamericana y de un pop muy del siglo XXI, tiene como pilares a dos argentinos, Chiavassa y Leo Genovese, que oficiaron de arregladores y músicos. Son la base del equipo que grabó en estudio Bacque, en Nueva York, y que completó Noam Tanzer, un bajista israelí que se muere con Charly García y conoce propuestas uruguayas como la de El Kinto.

“Juan me ayudó, me marcó un camino. Yo tenía muchas inseguridades y él me decía: ‘salí del pueblo’. Esa fue la frase que me marcó para empezar a hacer las cosas”, se sincera Julieta sobre el aporte central de su novio en esta historia. “‘Estás todo el tiempo pensando que si llamás a uno se va a enojar el otro, que si este está peleado con tal, que si el candombe así, que si esta melodía no sé qué’. Me dijo eso, algo así como ‘sacá tu cabeza del lugar uruguayo y empezá a relajarte y a soltar’. Y ahí me relaje y solté”.

En ese soltar, el disco desembarcó en un puerto de vientos globales, que se abre con la muy tradicional “Biricunyamba” de Pedro Ferreira, pero en una versión pop a la que Julieta ubica entre Chaka Khan y Miami Sound Machine. En “Baile del candombe” hay un senegalés, Alune Wade, aportando bajo y un cántico directamente africano, pero también un coro de niñas que son las hijas (y las amigas de las hijas) de Carmen Pi. En “Botija de mi país” se cuela un bandoneón tanguero, y en “Adiós a la rama” se suma Fito Páez: cuando Julieta escuchó su grabación por primera vez, no pudo más que llorar.

En la versión de “Se abre el portón” de Hugo Fattoruso está presente un guitarrista de Benín, Lionel Loueke, que ha tocado con Herbie Hancock. En “Llamando” está la voz de la cantante puertorriqueña iLe y la ayuda de un productor amigo, Neekl, que ha trabajado con Ca7riel y Paco Amoroso. Pero también hay tambores hechos y rehechos en Montevideo, como los que se escuchan en la logradísima “Consejo de Eros” (con el cubano Pedrito Martínez de invitado), que primero grabaron los Núñez en Sondor y que después terminaron en manos del propio Rada. Y está la modernidad de Juan Campodónico, interviniendo de manera cabal la versión de “El tambor” de Jaime Roos. Y la voz de Julieta, más plantada que nunca, sellando una pieza a la que nada resume mejor que la fineza.

“Está muy fino mi disco, la verdad que sí. Fino y caro”, dice y se ríe de forma inevitable. “Está superbién grabado, mezclado en Los Ángeles en el mejor estudio que hay. Realmente lo di todo. Ahora necesito recuperarme emocional y económicamente, pero estoy muy orgullosa del disco. Para mí es el mejor de mis discos”.

Ahora, superado aquel “paniquito” que alguna vez tuvo al pensar en hacer un disco de candombe, y ya con la fantasía de grabar un volumen 2, Julieta está lista para presentarlo en vivo: el 15 de marzo en el Teatro Solís, con una banda de lujo (hay entradas en Tickantel), el 15 de mayo en Niceto de Buenos Aires, y a inicios de junio en Nueva York. “Siento que tuve que atravesar bastantes años para pasar el filtro de ser la hija de Rada y todos esos prejuicios”, dice Julieta, que hoy siente que la gente ya entendió cuál es su búsqueda.

Ella también lo entendió: hubo que recorrer mucho para entregarse así a ese candombe que desde 1995 la estaba llamando.

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