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Quiso tener el cuerpo más perfecto del mundo y se convirtió en un dios con una vida que ahora es serie

Netflix estrenó "Arnold", una docuserie de tres episodios que sigue las distintas facetas de la vida de Arnold Schwarzenegger, controversias incluidas.

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Arnold Scwarzenegger.png
Schwarzenegger en "Arnold"
Foto: Netflix

Nada mal para un chico algo raro en la Austria rural de la década de 1950. Y con un apellido impronunciable que todo terminamos aceptando como el más común del mundo, y escribiéndolo sin faltas.

Aquel chiquilín criado en una familia algo estricta que nunca creyó mucho en sus sueños llegó a ser campeón mundial de una disciplina imposible, impensada estrella de cine, esposo de una princesa americana y hasta gobernador de una de las economías más grandes del mundo. E icono cultural y celebridad.

Y un dios. O por lo menos así se lo ve a Arnold Schwarzeneggeren el comienzo de, precisamente, Arnold, la miniserie que acaba de estrenar Netflix y que necesita tres episodios para abarcar tanta proeza. Fumando un habano observa, satisfecho, su obra en el pico más alto de una carrera que solo fue hacia arriba.

Schwarzenegger es el hombre que cumplió todos sus sueños.

Quiso tener el cuerpo más perfecto del mundo y destacó en el fisicoculturismo, el universo del que es su leyenda más grande. Dicen que moldeaba su masa muscular con la concentración de un monje y la visión de un artista y, para certificarlo, fue un montón de veces Mr. Olympia, el Nóbel del fisicoculturismo, en el primer paso de una trayectoria que moldeó, justamente, como su masa muscular.

Para cuando se retiró se había codeado y había superado a aquellos hombres musculosos que estaban en las fotos pegaba en su cuarto de adolescente. Su madre estaba preocupada; para él no eran más que recordatorios de hasta dónde quería llegar.

“Toda la vida he tenido este talento inusual de ver mi futuro claramente frente a mi”, es lo primero que se le escucha en la serie. “Si lo veo, lo puedo conseguir”.

El segundo episodio es “El actor” y sigue su visión de convertirse en la estrella de cine que sería.

Su ídolo era Reg Park, un musculoso con el que se deslumbró en la pantalla de un cine de Thal, su pueblo. Fue por Hercules and the Captive Women, tremenda clase B. Veinte años después protagonizaría la baratísima Hércules en Nueva York, un debut cinematográfico poco auspicioso pero simbólico.

Ya millonario (invirtió las ganancias del fisicoculturismo en bienes raíces) a comienzos de la década de 1970 y en una celebridad con foto de Warhol incluida, Schwarzenegger fue, primero Conan, el bárbaro y después Terminator, para James Cameron, uno de los tantos testimonios célebres a los que accedió Arnold.

Ese suceso, lo convirtió, junto con Sylvester Stallone, otro de los hábiles declarantes en Arnold, en la gran estrella del cine de acción de su generación.

“Cada vez que salía con una película como Rambo II, tenía que encontrar una manera de superar eso”, dice Schwarzenegger en la docuserie. “Sin Stallone, tal vez no hubiera estado tan motivado en los años 80 para hacer el tipo de películas que hice y para trabajar tan duro como lo hice. Soy una persona muy competitiva”.

Aquel robot del futuro se convertiría en una franquicia exitosísima (aunque la calidad se resintió tras la salida de Cameron después de la segunda) a la que le regaló su latiguillo más famoso: “I’ll be back”. También está “Hasta la vista, baby” y a ambos los aplicaría en su plataforma política.

Su carrera, una de las más rentables de la historia del cine (con un montón de éxitos más) se resentiría por el inevitable paso del tiempo y por cumplir su otro sueño: ser estadounidense. El tercer episodio se llama “El americano” y es el más personal de la serie.

Allí se repasa su matrimonio con María Shriver, la sobrina del asesinado presidente John F. Kennedy. Fue una relación improbable pero idílica que se terminó abruptamente cuando se descubrió que él había tenido un hijo extramatrimonial con una mujer del servicio doméstico.

En la serie se lo ve con Joseph, ese hijo, quien, por lo visto sacó su gusto por el fisicoculturismo. El actor se muestra como un hombre de familia que dio un tropezón del que no deja de arrepentirse. “Fue uno de mis grandes fracasos”, dice.

El otro fue el de El último héroe de acción, la película de 1986 que fue un golpe duro, dice, en su carrera.

La pareja, que se mantuvo unida durante 25 años, vivió algunos de los grandes hitos de la vida del austríaco: cuando se nacionalizó estadounidense y su vida política, una decisión que lo convirtió en 2003 en el gobernador de California pero que se cobró el matrimonio como daño colateral.

De este período, no se evitan temas controversiales como las acusaciones de manoseos a mujeres que surgieron durante la campaña. “Eso estuvo mal, no hay excusas”, dice ahora.

Como político se mostró al principio inmovilizado por la inexperiencia y abrumado por el trabajo pero supo cumplir con la exigencia -dicen amigos y excolaboradores- con voluntad de estadista. Seguro que hay otras bibliotecas sobre sus siete años como gobernador.

Con toda esa evidencia y esa historia de vida, Arnold, dirigido por Lesley Chilcott, es también un manual de autoayuda. Los sueños, insiste Schwarzenegger, se pueden cumplir siempre y cuando uno esté enfocado y convencido.

“El objetivo es esculpir tu cuerpo a voluntad”, dice en el comienzo. “Pero también lo puedes utilizar para moldear tu mente, de hacer las cosas que otros consideran imposibles. Eso te lo da la voluntad”.

El método le funcionó.

En Arnold se lo ve doméstico, rodeado de perros y de Whisky y Lulu, su pony y su burro, los malcriados del dueño de casa. Su rutina de semiretirado incluye todas las mañanas limpiar su pituco corral y fumarse un habano.

Y es que, ¿qué más le puede quedar por hacer al dios que cumplió sus sueños?

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