Alissa Wilkinson, The New York Times
Dos preguntas recurrentes -aterradoras y entrelazadas- caracterizan la carrera como director de Errol Morris, que incluye documentales emblemáticos como La delgada línea azul y Niebla de la guerra, por la que gano el Oscar.
La primera pregunta se refiere a la naturaleza del mal: qué es, de dónde viene, si es invitado al corazón de un hombre o si decide fijar allí su residencia. La otra es la fina membrana entre la verdad y la ficción, que dicta cómo nos dejamos engañar y cómo esos engaños gobiernan el mundo.
No es de extrañar que su último proyecto, el documental de Netflix Caos: Los crímenes de Manson, regrese al mismo ámbito. Basada, en cierta forma, en el espeluznante libro del periodista Tom O’Neill, la película reduce su pregunta central a una desconcertante recurrente: ¿por qué nosotros, como cultura empapada en narrativas de crímenes reales, estamos tan obsesionados con esos asesinatos en particular que ocurrieron hace más de 55 años?
Probablemente conozcas la esencia del caso: Charles Manson, un músico fracasado y un hippie de ojos salvajes, ordenó a su “familia” (en su mayoría fugitivos drogadictos que habían estado viviendo con él en un rancho lleno de viejos escenarios de películas) que llevaran a cabo una serie de asesinatos espantosos en las noches del 8 y 9 de agosto de 1969. Entre las víctimas se encontraba la actriz Sharon Tate, embarazada de ocho meses y medio de su primer hijo. Su marido, el director Roman Polanski, estaba fuera de la ciudad.

La historia incluye todo tipo de detalles extraños, bien documentados, desde accidentes y coincidencias (quién estaba allí esa noche, quién no) hasta las conexiones de Manson con Dennis Wilson de los Beach Boys y su adoración a los Beatles hasta el extraño comportamiento que él y sus acólitos exhibieron durante el sensacionalista juicio. O’Neill, en su libro, va más a fondo, planteando el espectro de varias teorías conspirativas sobre posibles operaciones encubiertas del gobierno.
O’Neill, un periodista tenaz que siguió la historia durante décadas, es muy consciente en el libro de que parece estar un poco trastornado, pero eso se debe a que, insiste metódicamente, todo el asunto está un poco trastornado. No hay evidencia estricta, pero sí existe la clara posibilidad de que Manson se cruzara, y tal vez más, con operaciones encubiertas de Estados Unidos que se cruzaban inquietantemente con el tipo de control mental queejercía sobre sus seguidores.
La CIA, a través de iniciativas como el Proyecto MK-Ultra y la Operación CAOS, espió a los ciudadanos y experimentó con iniciativas destinadas a controlar las mentes y crear, como dice Morris en términos cinematográficos, un candidato manchú. De manera similar, los proyectos Cointelpro del FBI apuntaban a desmantelar grupos considerados subversivos, como el movimiento contra la guerra, el movimiento por los derechos civiles, las organizaciones comunistas y socialistas, el movimiento de mujeres y, en particular, los Panteras Negras, a quienes la familia de Manson intentó explícitamente atribuir los asesinatos. Estas operaciones encubiertas contra ciudadanos son un territorio familiar para Morris, incluida su serie de seis partes de 2017 Wormwood (también en Netflix) de la que inserta un pequeño clip en Caos, con pocas explicaciones. Aparentemente es una forma de recordarle a sus espectadores más fieles que esta no es su primera intervención en este tema.
Caos: Los crímenes de Manson presenta a O’Neill, quien dice prácticamente lo mismo en pantalla -mira, no estoy diciendo que sucedió así; no podemos decir que no fue así-pero también incluye otras voces. El más notable es Bobby Beausoleil, un joven músico cuyo camino se cruzó con el de Manson de manera desafortunada y sombría, y que insiste en que los motivos de Manson para llevar a cabo los asesinatos eran mucho más pedestres de lo que personas como O’Neill los hicieron parecer. También hay imágenes de archivo del propio Manson, tanto durante el juicio como en varias entrevistas, y de varios de sus seguidores décadas después de sus condenas.
Sin embargo, la otra voz más significativa de la película es la de Morris, tanto estilística como literalmente. Como es habitual en él, lo vemos y escuchamos entrevistar a O’Neill (frente a la cámara) y a Beausoleil (por teléfono). Hay restos del ahora establecido estilo de crímenes reales de Netflix en Caos sobre todo la pequeña e irritante introducción a lo que está a punto de suceder en este documental, una especie de mini tráiler de sí mismo, que inicia la película, quizás la indicación más visible de que el streaming ha alterado la forma no solo de ver sino de estructurar las películas.
Morris tiene una influencia que supera a la de la mayoría de directores de documentales, y esto se debe principalmente a su película: curiosa, escéptica, dependiente de las entrevistas realizadas por el director. Y está obsesionado con esa única pregunta: ¿Por qué seguimos volviendo a esta historia?

La respuesta que da la película es que no nos interesa tanto el asesinato como el control mental. Es una respuesta convincente: queremos saber cómo lo hizo Manson, cómo lavó el cerebro a la gente y los obligó a perder todo sentido previo de moral, ética y humanidad. En clips de archivo, los antiguos seguidores de Manson, años después de haber sido desprogramados de su influencia, hablan de que él aún está en sus cabezas.
Es una pregunta interesante intentar responder en el caso de Caos porque, aunque Morris nunca lo diga abiertamente, esta ansiedad se extiende claramente mucho más allá de Charles Manson. Es obvio que la proliferación de documentales sobre crímenes reales está vinculada a un temor muy moderno: ¿qué pasa si resulta que todo lo que crees que es verdad sobre el mundo, no solo es incorrecto, sino que fue implantado en tu mente por alguien que quiere manipularte? Ya no se trata de sectas marginales en ranchos: son grupos sociales, teorías sobre el mundo, la burbuja en la que flotas en Internet, el candidato en el que crees.
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