Se lo suele llamar "la fábrica de sueños" y se le reprocha a menudo vivir a espaldas de la realidad. Sin embargo hay un rubro del Oscar en que esa afirmación sobre Hollywood es claramente falsa: el de cine documental.
A lo largo de los años la Academia ha premiado muchos documentales, con frecuencia volcados sobre temas ríspidos, polémicos o muy actuales: los nombres de Barbara Trent (autora de El engaño de Panamá, sobre la invasión de ese país por el gobierno de Bush), Michael Moore (con su cuestionamiento al armamentismo de Bowling for Columbine), el gran Errol Morris (su penetrante retrato de Robert McNamara en La niebla de la guerra) o el más cercano Charles Ferguson (Trabajo confidencial, sobre la crisis financiera del 2008). Este año no es diferente.
Los cinco títulos que compiten en el rubro documental de largometraje (hay otras cosas interesantes en corto) manejan temas relevantes y/o llamativos. The Invisible War del norteamericano Kirby Dick es una investigación acerca de numerosos casos de abuso sexual dentro del ejército norteamericano. How to Survive a Plague del también estadounidense David France cuenta las actividades de dos organizaciones dedicadas a la lucha contra el Sida. Un poco más localista, pero sin duda curioso, es el caso recogido en Searching for Sugar Man del sueco Malik Bendjelloul, una investigación (en coproducción con Gran Bretaña) acerca del curioso caso del folclorista norteamericano Sixto Rodríguez, quien nunca fue muy notorio en su propio país pero se convirtió misteriosamente en un icono cultural en Sudáfrica.
CONFLICTO.
La confrontación principal puede estar empero en una que repite, a nivel cinematográfico, una de las situaciones más conflictivas a nivel geopolítico del mundo de hoy, Palestina e Israel. Dos películas, Cinco cámaras rotas
(coproducción palestino-israelí-franco-holandesa dirigida por el palestino Emad Burnat y el israelí Guy Davidi) y The gatekeeper (película de Israel, Alemania, Francia y Bélgica dirigida por el israelí Dror Moreh) ofrecen visiones contrastadas y acaso involuntariamente complementarias de esa realidad compleja.
Por supuesto, la primera impresión es que se trata de películas "opuestas". El film de Moreh consiste en una serie de entrevistas a exdirectores del Shin Bet, la Agencia de Seguridad Interna de Israel. El de Burnat y Davidi recoge los testimonios de los habitantes de una pequeña villa de Cisjordania. Curiosamente (han observado muchos de quienes han visto las dos películas), unos y otros coinciden en un punto básico: de que el "establishment" político israelí ha desaprovechado varias oportunidades para la paz (naturalmente, hay quienes sensatamente piensan que no son los únicos culpables.
"Ganamos cada batalla, pero perdemos la guerra", dice Ami Ayalon, director del Shin Bet entre 1996 y 2000, en The gatekeepers. El film recoge sus testimonios y el de otros cinco exdirectores del Shin Bet que, retirados, declaran un profundo desencanto con los políticos israelíes y el futuro del conflicto.
Se ha señalado como un real logro del film que esos seis exdirectores hayan aceptado aparecer ante cámaras. Hasta hace poco solo se los conocía por una inicial (como el M de las películas de 007), y solamente se daba a conocer su identidad una vez que dejaban el servicio. El Shin Bet se creó en 1949 para garantizar la seguridad del Estado, pero tras la guerra de 1967 y la posterior ocupación, comenzó a operar en territorios palestinos. Reclutó a informantes árabes, y planificó y ejecutó ataques contra radicales islámicos.
Todos esos entrevistados dicen cosas bastante fuertes. "Cuando abandonas este trabajo, te conviertes un poco en un izquierdista", confiesa Yaakov Peri, director de la agencia entre 1988 y 1994. Y casi todos son lo suficientemente inteligentes como para entender el enfrentamiento en que viven en sus infinitas gradaciones del gris. Por eso se enojan cuando los políticos les piden retratos en blanco y negro. "Para otros (el enemigo) yo también soy un terrorista", señala por ejemplo Yuval Diskin, director de la agencia entre 2005 y 2011. "El que para uno es un terrorista, para el otro es un luchador por la libertad".
PALESTINOS.
Las otras voces son las registradas en Cinco cámaras rotas
del israelí Davidi y el palestino Burnat (dicho sea de paso, este último llegó a Los Ángeles el martes pasado para participar en la ceremonia de entrega de los Oscar, y fue retenido temporalmente junto a su familia por los servicios de inmigración de Estados Unidos; lo soltaron pronto, empero).
Tras el film hay una historia. Burnat obtuvo una cámara de video en 2005, cuando Israel comenzaba la construcción del "muro de seguridad" en la villa de Bilin, a la que quería separar del asentamiento judío de Modiin Illit. Burnat grabó durante varios años las manifestaciones de protesta de los residentes palestinos de la zona, que incluyeron cargas policiales, heridos y algunas muertes. A lo largo del tiempo le rompieron cinco cámaras. De ahí el título del documental.
Con horas y horas de material grabado, Burnat recibió el apoyo del israelí Davidi, quien le propuso condensar ese material para dar forma a una historia que, se ha dicho, "es más una narración subjetiva y un alegato político que un documental al uso".
También hay testimonios fuertes en el film de Burnat y Davidi. "Lo que en Bilin nos gustaría que sucediera con este documental es que la comunidad internacional vea por lo que nos hace pasar Israel", asegura Mohammed Khatib, uno de los habitantes del lugar. "Que vean el aislamiento, que vean cómo es la ocupación, y que hagan presión sobre sus gobiernos". Uno de los puntos altos del testimonio es el año 2007, en que la Corte Suprema de Israel ordenó al Ejecutivo cambiar el trazado del muro para preservar el lugar que los palestinos consideraban que era suyo por derecho.
Cambio: A partir de este año, el premio de la Academia se llama oficialmente Oscar.