Hace dos años declaraba que quería convertirse en la nueva cara del rock local. Hoy es quien hizo posible que una estrella urbana puertorriqueña viniera a Montevideo a rozarse con la plena uruguaya, y quien acaba de reunir a ocho figuras de la escena bailable local para responder con una canción esta pregunta retórica: si en Argentina Duki, Emilia, Tiago PZK, María Becerra, Rusherking, Lit Killah, FMK y Big One lograron formar la troupe estelar de “Los del Espacio”, ¿por qué acá no?
Una tarde cualquiera, después de haber revelado en Instagram que le gusta tomar una extravagante mezcla de café con jugo de naranja, Uri dice: “Siento que acá se puede aprovechar ese factor sorpresa, y que Uruguay todo lo empuja si le das algo que empujar. A mi me gusta el factor de shock”.
Uri —Uriel Martínez, 23 años (aunque suele declarar 22); que vivió y estudió en Gales y Canadá, se probó en la carrera de Comunicación y hoy trabaja en ingeniería de software— está detrás de dos de los lanzamientos pop más llamativos de las últimas semanas, “Falso Amor” y “MVD”.
El primero es la conjunción del boricua Guaynaa, un artista reconocido a nivel internacional y dueño de hits como “Rebota”, con el local Jona Suárez de La Nueva Escuela más el rapero Frijo y el cantante Valen Vargas, ambos argentinos.
La segunda, que salió este jueves, es “MVD”, una cumbre local que integran la banda de plena y candombe La Deskarga, el grupo de cumbia Lira, la reggaetonera Agus Padilla, los traperos Valuto y Zanto, el cantante pop Lucauy y Jotape, que incursiona en la mezcla de candombe, trap y funk.
“Es raro que las tendencias en Uruguay se basen en artistas uruguayos. Muchas veces son de artistas argentinos, de Quevedo, cosas así. Y está bueno ver que puede entrar algo que se hizo acá, que se intentó desde acá y que tuvo sus frutos. Siento que con esto se quiere decir: Uruguay también puede impulsar una canción”, dice Uri sobre sus recientes proyectos.
Cómo Guaynaa terminó filmando un videoclip en Uruguay
Con Guaynaa se conocieron en marzo, en un boliche en España, presentados por un amigo en común. Algunas horas después ya se estaban hablando a través de Instagram. En abril concretaron la selección de artistas y el 4 de mayo Guaynaa estaba aquí, listo para filmar el videoclip en el Club Español.
“Días antes de estrenar la canción nosotros mismos estábamos creando cuentas falsas de TikTok y subíamos partecitas de afuera del rodaje del video como diciendo, ‘che, ¿Guaynaa está en Uruguay?’, y les poníamos como 60 centavos de pauta para que se mueva en Montevideo”, devela Uri.
“Es que a mí siempre me criaron con eso de que si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Como que si las cosas no salen naturalmente, las intento. Y sentía que tenía algo tan preciado como una canción con Guaynaa que tenía que sacarle el mayor provecho”.
Uri, que empezó en la música para poder escribirle una canción a la chica que le gustaba, cree que hoy su prioridad es que, en cualquier cosa que haga, se note su impronta. La polivalencia, dice.
Por eso hay una veta rockera en su primer disco, Bienvenidos a mi funeral (2023), a pesar de que en sus sencillos se esté codeando todo el tiempo con la plena y otros ritmos más pisteros. “Hay una frase que escuché el otro día: ‘ser un niño con el arte y ser un científico con el post’. Y creo que esa es la clave”, dice. “Cuando hacés la canción, disfrutala como un niño, que cualquier idea esté bien”.
En su estilo, en su búsqueda, Uri reconoce la influencia del pop en inglés que escuchó sobre todo en sus años en el exterior —Backstreet Boys, Harry Styles— y una “antesala” que tiene a Tan Biónica, Spinetta y Calamaro en el medio. Y también apunta la influencia de su madre, una escritora que no pudo dedicarse de lleno a su pasión y que se enoja cada vez que su hijo pone una “mala palabra” en sus letras (“hasta me comí una bloqueada de 12 horas, para que aprenda”).
“Es muy fácil hacer arte cuando sentís que querés hacerlo y hay alguien en tu casa que te lo transmite”, dice Uri, que no quiere pedirle de más a la música. Soñaba con que “Falso Amor” liderara las tendencias y cuando pasó, dice, nada cambió. ¿Entonces qué?
“La realidad es que hay más chances de que en este momento caiga un meteorito que de ser Bad Bunny”, dice. “Entonces hay que ser realista: tengo que disfrutar de esta canción, aprovechar y disfrutar cada momento”.

En parte, por eso tiene un trabajo formal y alejado de lo artístico: jura que nunca quiso que la música fuera un negocio y que se niega a hacerla por necesidad. Con esa postura se relaciona, también, su poco rodaje en vivo: no la pasó bien cuando le abrió a Nick Carter, por ejemplo, y frenó esa actividad tan normal para artistas emergentes como es telonear a músicos más consagrados.
“¿Y si no la paso bien para qué lo voy a hacer? A mí siempre me pasa eso. Que si yo siento que no voy a vender algo, no quiero saltar a la piscina, o meterme en un festival donde hay más chances de que la gente diga ‘¿y este qué hace?’ a que se sepa las canciones. Obviamente hay que creer que uno puede encantar a la gente en vivo, pero tampoco hay que forzarlo”, dice. “Pero este año sí quiero hacer una sala. También es un miedo personal de hacerlo y no vender una entrada, pero en algún momento te la tenés que jugar. Y siento que este es el año para hacerlo”.
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