El reencuentro de Graffolitas: cómo las ganas de festejar se volvieron un disco que une a Durazno y Barcelona

Claudio Piquinela cuenta cómo fue el reencuentro de la banda duraznense, la grabación de su nuevo disco "Epístolas para un destinatario ausente" y este reinicio de un grupo clave del rock nacional.

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La banda Graffolitas en 2025.
Foto: Difusión

Es de noche en Barcelona y Claudio Piquinela acaba de salir de trabajar. Lleva la barba larga, se ríe corto cada pocas palabras, y por única vez en 40 minutos de videollamada con El País, no puede evitar que la voz le tambalee. Está pensando en aquel 18 de noviembre de 2023 en que Graffolitas, después de 10 años de ausencia, volvió a tocar en vivo en el Parque de la Hispanidad de su Durazno. Se está acordando. Dice: “Cuando terminamos y nos fuimos para atrás del escenario, estaba la hija de Tito y vino corriendo a abrazarnos y se puso a llorar... Y ninguno pudo contener las lágrimas”. Después busca, en el lenguaje, algo que no encuentra. “Era como… Era como algo que… Era como una emoción tan grande que se ve que la habíamos contenido, y después de que tocamos la primera vez y aquello salió para afuera...”.

Piquinela dice que nunca fueron muy conscientes de que Graffolitas había hecho un camino que había dado su fruto y que había cosechado, del otro lado, un público entusiasta. Pero aquel día, exactamente en el mismo suelo en el que todo empezó, se acercaron chiquilines de 18, 19, 20 años y les dijeron “pah, pensé que nunca los iba a poder ver en vivo” y ellos se preguntaron cómo era posible. Entonces, lo que comenzó apenas como un reencuentro para celebrar los 30 años de sus inicios, los empujó a ir por más.

Y así mañana, como quien no quiere la cosa, llegará Epístolas para un destinatario ausente, nuevo disco de Graffolitas. Rock —y a veces punk— sencillo y directo, que a más de uno le revivirá la juventud.

Detrás de la vuelta de Graffolitas: para adelante, sin plan

Cuando se fue a vivir a España, hace ocho años, Cope Piquinela bajó las cortinas de la música. Ni siquiera escribió más, dice. Graffolitas, la banda de su vida, la que se fundó en Durazno en 1993, ganó el concurso Pepsi Bandplugged por voto popular, mutó al influjo de La Polla, estuvo en los Pilsen Rock y se hizo un lugar en la montevideana escena del rock nacional, se diluyó en 2013 por puro desgaste. “No estábamos ni peleados ni enemistados ni nada que se le parezca”, explica el cantante. “Sentimos que era el momento justo para darnos un descanso sin fecha de retorno. Darnos un tiempo, y que el tiempo nos dijera qué era lo que queríamos hacer. Y bueno, fue un tiempo bastante largo”.

Desde ahí, dice, nunca hablaron de un posible regreso. Pero un día, Gonzalo Pombo, bajista, “empezó un trabajo de prospección interesante”. Uno a uno, fue acercándose a sus antiguos compañeros y haciendo preguntas, viendo qué posibilidades había, qué apertura mostraban a la idea de volver a juntarse.

Y uno a uno, fueron contestando lo mismo. A pesar de que Cope estaba en España, Gonzalo en Argentina, el baterista Roberto “Tito” Colina en Durazno y los guitarristas Nicolás Bessonart y Robert “Chavo” Chavat en Montevideo, es decir, a pesar de las distancias, todos estaban listos para una vuelta más. Entonces, Cope levantó las cortinas y volvió a escribir.

Si Pombo fue el impulsor, Juanito Lauz, hoy mánager del grupo, fue el último artífice. “Porque nosotros siempre hemos sido un desastre”, dice Cope y se ríe otra vez. “Juanito nos organizó, nos dio para adelante, nos dijo que quería estar ahí, y con ese respaldo se facilitaron las cosas. Así comenzó el proceso de laburar a distancia, ver cómo se hacía, volver a tocar cada uno en su casa, ensayar en soledad y estar en contacto, hacer un grupo de WhatsApp, intercambiar ideas. Y todo fue surgiendo”.

En 2023, Graffolitas se reencontró —no volvió—, con la única intención de celebrar. Tocaron en el festival Durazno Rock, el 30 de noviembre en Sala del Museo, 15 días más tarde en Live Era y poco después en el boliche Hechizos de su departamento, una sala que los había recibido tantas veces.

“Lo tomamos siempre como eso: como un encuentro para celebrar, para volver a vernos, para estar juntos arriba en el escenario, con la gente, divertirnos y pasarla bien. Era el festejo de los 30 años y nada más. Lo que pasa es que claro, vivís cosas, pasás tan bien, es tan lindo, que entre nosotros quedó esa espina. Y ahí empezamos a ver que no era tan loco volver a sacar canciones”, dice Piquinela, que igual aclara: “Yo creo que Graffolitas sigue tomando todo lo que surge, sin plan por delante”.

Esa espina se transformó en un nuevo disco de Graffolitas, el primero desde El lenguaje de las flores de 2011; antes estuvieron Graffolitas Banda (2000), PobreS.A. (2004) y Mutuatatú (2007).

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La banda Graffolitas, en vivo en 2006.
Foto: Archivo El País

Las maquetas transoceánicas se hicieron con las notas de voz que, encerrado en su baño en Barcelona, Piquinela grababa con el celular sobre las bases que recibía desde el Río de la Plata, un escenario distópico si alguno de ellos lo hubiera imaginado en 1993. Con producción artística de Sebastián Teysera y grabado en Maldonado (en estudio Del Burro en Playa Hermosa) por Esteban Demelas y Agustina Soca, el álbum fue el resultado de una semana de convivencia entre amigos, y se nota.

“A mí me quedó grabado algo que nos dijo el Enano: que a él le habían gustado mucho las canciones, pero que sobre todo le había parecido muy divertido el proceso, y que si uno pasaba tan bien en el proceso de la grabación, de creación y todo lo demás, después, en el momento de subirse a un escenario, eso se iba a notar", dice Piquinela. "Fue alegría pura”.

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Graffolitas durante la grabación de su nuevo disco, "Epístolas para un destinatario ausente".
Foto: Difusión

Epístolas para un destinatario ausente —que se edita este viernes por Little Butterfly Records y se presentará en vivo en octubre en Montevideo—, es rock sin rodeos, un diálogo con rabia y humor entre un individuo y su contexto, y se apoya en un relato: la correspondencia entre dos personajes históricos hallada en una obra en la Capilla Farruco, monumento histórico nacional duraznense. “Vamos a sostener que es verdad”, dice Piquinela, un fanático de la historia, y otra vez se ríe.

“Ni sabemos quién van a escuchar las canciones, a quién le van a gustar, a quién no. No conocemos sus rostros ni su forma de pensar, entonces de alguna manera son ausentes: están ahí, pero no sabemos quiénes son y si de verdad existen”, explica luego, pensando en el elocuente nombre del disco.

“Pero Graffolitas va más allá de lo musical. Como dice Gonzalo, es como un ente que nos envuelve a todos, que nos excede, y ese componente afectivo fue muy importante y decisivo a la hora de tomar esta decisión. Y si ese componente te empuja, no te cuesta nada volver a conectar”.

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