Redacción El País
Se llama Ruth Morton. Tiene 97 años. Es anglouruguaya —sus padres son británicos pero ella nació en Uruguay—, vive en Montevideo y hace 42 años la reclutaron los ingleses para que operara como espía en la guerra de Malvinas. Nunca se lo había contado a nadie; se mantuvo en completo silencio durante décadas, hasta ahora.
"Mi tarea principal era vigilar tres submarinos, los movimientos de los submarinos, desde la costa argentina", relata Morton, que operaba desde Mar del Plata, escondida en un edificio viejo frente a la base naval. La mujer da comienzo así a una entrevista que le realizó Graham Bound para la BBC, consignó La Nación. No es casual: este periodista fue fundador del Penguin News, el diario de las islas, y compañero de la hija de Morton en el colegio en Uruguay. En el Oro del Rhin piden el té y Morton comienza a relatar, ya arañando los 100 años, el secreto de la mitad de su vida.
Según ella, hubo pocas señales relevantes que informar: la más clara fue ver salir a tres submarinos una noche, aunque solo dos sumergibles luego participaron efectivamente en operaciones durante el conflicto.
La exespia relata que los servicios de inteligencia no le eran ajenos. Morton venía de una familia ligada al espionaje desde la Segunda Guerra Mundial. De hecho, cuenta que cuando tenía 11 años, a veces sonaba el teléfono de su casa y ella atendía. Si no estaban su padre o su hermana mayor, debía escribir los mensajes para luego transmitírselos. Eran códigos cifrados, que no comprendía.
"No entendía lo que querían decir, pero tenía que acordármelos palabra por palabra y darles los mensajes", cuenta la mujer en la entrevista. "¿Era como un juego?", le pregunta el periodista". "No, no me emocionaba. Tenía que tener mucho cuidado y transcribir palabra por palabra", recuerda la exespía.
Una familia de espías
En los años de la Segunda Guerra Mundial, los ferrocarriles de capital británico que operaban en Uruguay eran la fachada perfecta para tareas de inteligencia.
Allí trabajaba Eddie, el padre de Ruth, quien se incorporó a esas tareas encubiertas y sumó al operativo a sus hijas mayores, Babs y Minna. Su función, según se supo después, era captar comunicaciones, traducirlas y volcarlas por escrito, algo que aprendió a hacer Ruth desde niña, sin siquiera entender qué hacía realmente.
Graf Spee, Ancap y la trampa de los británicos
Según la BBC, la familia Morton está vinculada al Graf Spee, en su batalla en diciembre de 1939.
La estrategia encomendada a la familia de Ruth Morton consistía en hacer llamadas que sabían que podían ser detectadas por los alemanes, para hacerles creer que se acercaba una gran flota británica.
Entre esas llamadas, según cuenta la exespía, hubo una a Ancap. Una de sus hermanas se comunicó para averiguar si era posible reabastecer sus unidades con combustible en el corto plazo, tanto durante como después del "episodio"; siempre sabiendo que los alemanes escucharían la comunicación.
Tras batallar con los británicos, y sabiendo que perdería, el capitán del acorazado lo hundió en Montevideo. Morton cuenta que su abuelo decía "cruz diablo", en español.
Reclutada a los 52 años
La guerra volvió en 1982. Minna, hermana de Ruth, trabajaba en la embajada británica en Montevideo. Fue convocada para operar en esta guerra y ella reclutó a Ruth, que a esta altura tenía 52 años. Dejaron Montevideo y marcharon a Argentina.
Morton debía vigilar, desde un edificio en ruinas en Mar del Plata (que ella misma halló frente a la base naval), los submarinos ARA Santa Fe, ARA San Luis y ARA Santiago del Estero. Tenía una vista clara al mar en caso de que hubera movimientos.
Sin embargo, este último había dejado de operar antes de la guerra, pero Ruth Morton afirma que vio a los tres en la supercicie. Según aclara la periodista Alejandra Conti de La Nación, la afirmación de Ruth Morton de haber visto partir juntos a los tres submarinos podría vincularse con un episodio documentado por Jorge Bóveda en el boletín 816 del Centro Naval. Según ese relato, el 22 de abril de 1982 el submarino fue sacado al mar junto con los otros dos y navegó en superficie, aunque sin capacidad de inmersión, con el objetivo de simular que los tres se encontraban operativos. En los hechos, el ARA Santiago del Estero se dirigió a Puerto Belgrano, donde quedó oculto.
"Era sucio y exremadamente incómodo. No te podías parar, tenías que arrastrarte con los codos y las rodillas. pero fue al principio, luego me acostumbré", cuenta sobre el lugar.
La misión, que empezó en abril y terminó en junio, consistía en que la espía reportara información "significativa": debía tomar dos ómnibus desde el edificio abandonado, llamar a un espía angloargentino desde un teléfono público, quien a su vez le daría otro número de teléfono para que se comunicara.
En su lugar de operación, Ruth tenía que matar el tiempo a veces. Se hizo amiga de un carpincho, cuenta. “Era un animal viejo y amistoso, pero olía horrible, pobrecito”. La mujer también tejía —algo que iba contra el protocolo—. Tejió un gorro con la leyenda "Mar del plata".
Según la mujer, ese carpincho le salvó la vida. El desenlace de su historia coincide con la etapa final de la guerra de Malvinas. Morton hace un relato que parece de película. Según cuenta, una noche de junio le dispararon a su punto de observación desde el mar. El ataque mató al carpincho, y ella dice que su amigo le "salvó la vida". Así terminó su misión y volvió a Montevideo.
La exespía no duda: dice que lo haría todo otra vez si fuera necesario.