Flavio Cianciarulo —o mejor, Sr. Flavio— se ilumina cuando habla de música uruguaya. El bajista, corista y uno de los compositores de Los Fabulosos Cadillacs se declara fan absoluto de Jaime Roos, recuerda la vez que Hugo Fattoruso lo llevó a escuchar los tambores de Ansina y revive sus expediciones por disquerías montevideanas a comienzos de los 2000, en busca de las figuritas difíciles del cancionero local. Cita, casi de memoria, Circa 1968 de El Kinto, Botija de mi país de Rada y Mateo, y hasta Candombe puro de Eduardo Da Luz. “Todavía los tengo acá en casa, celosamente guardados”, dice con una sonrisa.
Si esta videollamada fuera parte de Tiranos temblad, tras evocar su discoteca, la imagen del músico —camisa roja a cuadros negros, sombrero a lo Madness y el icónico “MDP” tatuado en el pómulo derecho, por Mar del Plata— quedaría congelada unos segundos, solo para dar paso al clásico sello: “Aprobado, certificado por un uruguayo”.
El motivo de esta entrevista es el concierto que los Cadillacs ofrecerán este sábado en el Antel Arena. Será la vuelta de los argentinos al estadio cerrado —donde debutaron en 2023 con un show potentísimo—, y llegan con la gira de celebración de sus 40 años. El repertorio, avisa Flavio, va a incluir “los temas que la gente quiere escuchar”. Y si de clásicos se trata, no fallan: “Manuel Santillán, el León”, “Demasiada presión”, “Matador”, “Vasos vacíos” y “Siguiendo la luna” son apenas cinco ejemplos de lo que sonará mañana.
Las últimas entradas se venden en Tickantel, los precios van de 2400 a 3800 pesos y, como se merece este show, el campo será de pie. Así que lleve calzado cómodo para bailar o animarse al pogo.
En la previa, va un fragmento del diálogo entre Flavio y El País.
—Esta gira conmemora, entre otras cosas, el primer show que dieron en Via Fellini, un local de Mar del Plata, en enero de 1985. ¿Cómo recordás aquel recital, luego de ser rechazados en tantos lugares?
—Imaginate… yo vivo en Mar del Plata, en Chapadmalal, y cada vez que voy a la ciudad por trámites o compras paso por el lugar y pienso: “Mirá, tocamos ahí” (Se ríe). Lo encontramos de casualidad, y el dueño, una hermosura, nos acogió y nos dejó tocar. Nosotros veníamos frustrados, con un cassette en la mano, con el Tío Spiker (Mario Siperman), nuestro tecladista. Nadie nos daba lugar: cuando decíamos que hacíamos ska, no sabían qué era. Cuando les decíamos que éramos seis, respondían: “No, acá a lo sumo tocan dos”. Era la época de los acústicos. Hoy hasta el lugar más chico tiene backline, batería, amplis, consola mínima. En esa época no: había que llevar todo. Tampoco había sonido para alquilar. Pero lo hicimos igual (se ríe).
—¿Y qué se mantiene intacto, después de 40 años, de aquel show inaugural?
—Estamos muy agradecidos a la existencia, porque somos una banda que se quiere mucho. Con 40 años encima, sabemos que las relaciones humanas son complejas. Muchas veces no funcionan: puede ser una pareja, un grupo de trabajo y una banda. Por eso agradecemos tanto que nosotros nos queramos de verdad. Hemos sobrevolado turbulencias. Y sabés qué: en una entrevista te puedo mentir, como vos a mí, en todo lo que se te ocurra, pero ¿sabés dónde no se puede mentir? En el escenario. Ahí se ve todo (sonríe). La gente lo ve y eso, increíblemente, nos da esta vigencia llamativa con 40 años de banda. Obviamente, ya tenemos experiencia: marcamos cuatro y sonamos. Antes no tocábamos nada, pero nos interesaba si nos criticaban porque lo nuestro era pura actitud. Era una cosa más punk.
—En agosto publicaste un video tocando el preludio de Bach en el bajo y contaste que habías sufrido un daño neurológico que te provocó una parálisis en la mano derecha. ¿Cómo fue el proceso de recuperación?
—Ese daño neurológico fue muy duro. Y como todo lo duro, hay que afrontarlo. Un día me desapareció la motricidad fina de la mano derecha y perdí la movilidad completa. No podía apretar un desodorante ni sostener un papel. Perdí la fuerza de pinza. Creyeron que era un ACV, pero fue una lesión degenerativa que causó una pequeña hemorragia interna en la médula, que es muy peligroso porque podría haber quedado cuadripléjico. El médico me dijo que era un milagro que solo haya perdido la mano. Después me comentó que había un 10% de posibilidades de recuperar la movilidad… Y yo me aferré a ese porcentaje.
—Emocionalmente, ¿cómo lo viviste?
—Imaginate: yo agarraba el bajo y no podía apretar una nota. Pensé: “Es posible que no toque nunca más”. Cuando le conté a mi querido hermano de la vida, que es Vicentico, lo grave que era, me dijo que paráramos todo. Estábamos en medio de la gira de ese año, y yo le dije que de ninguna manera la banda tenía que parar. Entonces, les propuse que mi hijo Astor, que ya era un Cadillac que tocaba percusión y segunda batería, me reemplazara en el bajo. Él conoce todas las partes. Yo necesitaba que la banda siguiera porque iba a ser mucho peor y frustrante para mí saber que por el impedimento de mi mano la banda parara. Así que mientras que ellos seguían, yo le puse garra y corazón. Tuve que reinventarme. La data estaba en mi cabeza, pero tenía que volver a enseñarle a mi mano a tocar. Incluso tuve que usar un collarín durante seis meses. Cuando recuperé un poco de movilidad, empecé a estudiar un preludio de Bach adaptado al bajo. Me puse en modo Rocky Balboa y le metí con todo hasta que pude. Así que cuando volví a tocar con mis hermanos musicales fue muy emocionante.
—Y ahora que estás de nuevo en los escenarios, celebrando los 40 años de la banda y con tu hijo tocando contigo, ¿en qué pensás cada vez que tocás?
—Lo resumo en una palabra enorme: gracias. Estoy eternamente agradecido al público, porque es el que nos da esta vigencia. Y también agradezco porque con la banda nos queremos de verdad. Eso en el escenario no se puede fingir. Nos divertimos, nos gusta estar juntos. Además, tocar con los hijos es una bendición enorme: reactivan, refrescan y renuevan la banda con sangre joven. A veces leo comentarios diciendo que arruinan el sonido, lo cual me parece una estupidez. Florian (el hijo de Vicentico) y Astor son bestias musicales, incluso mejores que nosotros (se ríe). ¿Cómo no van a estar ahí?
—¿Están pensando en grabar un nuevo disco o en registrar estos conciertos para hacer un álbum en vivo?
—Ahora estamos trabajando en un documental sobre lo increíble y astral que fue el recital de 2023 en el Zócalo (en Ciudad de México, que fue récord de convocatoria con 300 mil personas). Además, siempre nos pasamos temas y demos, así que muy probablemente el año que viene nos juntemos en un estudio para grabar canciones. Todavía queda mucha tela para cortar.
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