No están esperando que alguien los llame. Se organizan, hacen sus discos, sus videos, se invitan, se apoyan, se recomiendan, se visibilizan. Entienden que su militancia hoy va más allá de la música: para ganar espacio también hay que —por ejemplo— golpear las puertas de los medios, acceder a las vitrinas. Su única filosofía es hacer o, en todo caso, “ser, haciendo”. Hay un espíritu de comunidad y una convicción profunda: las conquistas ya no son personales. O como dirá AVR en una de esas tardes de domingo en las que todo parece posible: “Podemos hacerlo colectivo. Podemos generar un movimiento negro de acá, de Uruguay”.
Isabel Lenoir, Rodrigo Álvez y AVR (Álvaro Silva Pereyra) son tres exponentes jóvenes —centennials y millennials— de una nueva generación de la música afrouruguaya. Una camada que recoge la historia ya escrita, honra el candombe y valora lo que se ha construido, pero une fuerzas para ir por más.
Algo se prendió cuando, en la misma semana de mayo de este año, Rodrigo Álvez y AVR estrenaron nueva música. Sin saberlo, publicaron casi en simultáneo dos trabajos —el primero, Canciones nuevas, un suave álbum pop; el segundo, Postal interna, un introspectivo disco de rap— que habían nacido de procesos similares: independientes, personales, autogestivos.
Entonces AVR, que lleva años en la escena del hip hop y ha pisado escenarios como el del Teatro Solís, entendió. “Empecé a ver que somos varios artistas afro que estamos en esta, que nadie nos patrocina, nadie nos viene a avalar o a buscarnos para tocar en tal festival”, dice. Sin embargo, “nos dimos cuenta de que abarcamos todos los géneros. Si hiciéramos un Cosquín Rock tenemos candombe, electrónica, tango, folclore, lo que quieras. Entonces no tenemos que esperar por nadie. Vamos nosotros a poner la jeta”.
La búsqueda parte de lo musical, pero para Rodrigo Álvez también abarca otros ambientes: la comunicación, la moda, las artes escénicas. Reconoce en la comunidad afro un potencial que no tiene un reflejo inmediato en la sociedad actual. “Pero mires por donde lo mires, hay un artista afro”, dice.
Hace poco, Álvez y AVR fueron juntos al programa Mirá Montevideo de TV Ciudad, coconducido por Lucila Rada, y ellos mismos se sorprendieron de esto: durante algunos minutos, en la televisión uruguaya, hubo tres personas negras al aire.
La identidad, el llamado del candombe y la inclusión
Isabel Lenoir nació en el Prado, en el seno de una familia compuesta por personas blancas y negras.
Creció en medio de un sistema social hegemónicamente blanco, pero hubo algo clave, definitorio: su madre —una mujer blanca— siempre le prohibió que se alisara el pelo. Lenoir, niña y adolescente, supo sufrirlo. Pero a su tiempo entendió. Alisarse ha sido una forma de adaptación para muchas mujeres afro, una estrategia para evitar quedar fuera de un canon de belleza que ha percibido al rulo, en todas sus formas, como un signo de desorden, a contramano de la docilidad y la pulcritud.
El cabello es identidad.
El candombe también.
“Y en cierto momento de la vida, aparece. O reaparece, porque el candombe es parte de nuestra esencia como afrodescendientes, como hijos y nietos de africanas”, dice Lenoir. “Pero hay días en que una se siente invasora. Yo ahora vivo en el barrio Palermo y, de verdad, por momentos me siento una invasora. A veces la gente me mira de costado”.
Rodrigo Álvez, que tampoco fue criado en el fuego del candombe, reconoce una experiencia similar. Cuando contaba que había salido en la comparsa Tronar de Tambores, pero tocando el trombón, a menudo veía en el otro un gesto de decepción. “Si no tocás el tambor, ya sos visto como un negro raro”, dice. “Y yo estoy haciendo ese trabajo de entrar en la comunidad”.
La música que ambos proponen dialoga de maneras distintas con el candombe. Álvez, que integró la Orquesta Juvenil del Sodre y al mismo tiempo la banda de plena Los Negroni, incluyó la clave candombera en “Buscando la calma”, un interludio de Canciones nuevas. Pero reconoce que todavía está en la búsqueda de su sonido propio, que hasta ahora podría etiquetarse como pop, aunque toma del afrobeat y el neosoul, entre otros ritmos.
Por su parte, Isabel Lenoir exploró una variedad de estilos en su primer EP, Piscina libre, en el que destacaba “Chamuyo”, su oda a la música afrouruguaya que no solo se balancea entre la plena y los tambores, sino que reivindica el baile, un tipo de baile, una forma de contornearse y (re)conocerse.
Pero ya en el lado B de Piscina libre, estrenado el año pasado y presentado en la Sala Zavala Muniz del Teatro Solís, se encaminó directamente hacia el campo que quiere recorrer. “Soy cantante de candombe”, dice. “Hago candombe joven, candombe diferente, hablo de cosas que nos pasan a nosotras”.
Al momento de esta nota, estaba en Buenos Aires, compartiendo su música del otro lado del río. El sentimiento y el buen gusto envuelven piezas como “Tierra” o “Gurí”.
AVR, el más experimentado de los tres, ya se ha convertido en una voz fuerte en la escena del rap local y en un aliado de, por ejemplo, Luciano Supervielle, con quien ha compartido escenarios por todo el país. Más de una vez, tocando con él, alguien le preguntó de dónde era. No de qué barrio. De qué país.
En algún momento dirá: “Yo me sentí excluido muchas veces, y esa es una bandera que tenés que llevar, no queda otra. Vos vas a ir a tocar un lugar y probablemente, si ese lugar no es Montevideo o la periferia, vas a ser el único negro en 30 kilómetros a la redonda. Y siempre te van a estar mirando”.
Su música ha sufrido transformaciones recientes, ya sea en la forma de hacer las letras o en cómo decidió encarar Postal interna, su último disco. Tras el alcance que tuvo Sankofa, un álbum en el que trabajó directamente sobre su identidad negra y la poesía de su abuelo, que se editó en vinilo y hoy ve en las bateas de Palacio de la Música cuando va con su hija a comprar cuerdas, decidió replegarse, volver a los orígenes y encargarse de todas y cada una de las partes de un disco. “Necesitaba una paleta personal, volver adentro y disfrutar del no saber”, dice.
"Un espacio empieza a abrirse para el público negro"
El presente. Más que una renovación o una tendencia a la profesionalización, que la hay, Lenoir considera que el mayor cambio en relación a la música afrouruguaya hoy tiene que ver con la visibilización, con que hay “un espacio que empieza a abrirse para el público negro”. ¿Pero también con que de pronto hay una sensación de que “ser negro puede estar bueno”?
Al otro lado del teléfono, su boca lanza preguntas como piñas en un cuadrilátero. En la mitad del Mes de la Afrodescendencia —que, a nivel cultural, Álvez evalúa como una forma de resarcimiento a las carencias del resto del año—, Lenoir dispara: “¿Por qué avalamos la música negra solo en el Festival Lágrima Ríos. ¿Por qué habilitamos música negra solamente en el bar Santa Catalina? ¿Qué pasa en El Tropy? ¿Qué pasa en Shelby? ¿Qué pasa en La Unión? ¿Qué pasa en el Cerro y en La Teja? ¿Por qué cuando salimos al extranjero dicen: ‘el candombe nació en Palermo y Barrio Sur’? Me parece que hay una narrativa muy sólida, y sobre eso nos paramos, y sobre eso se definen los límites. Hay un racismo muy solapado en lo que pueden hacer los negros y lo que no. ¿Porque qué es lo negro? ¿Quién define qué es lo negro?”.
“Es la pregunta que siempre me hago”, retruca AVR. “A veces siento que no están los espacios dignos para cierto público. Pero vos ves Brasil y la vara está altísima, tenés productores afro haciendo cosas mega acá nomás. Entonces, ¿qué hace falta? ¿Qué chip hay que cambiar? ¿Qué hay que mostrarle a la gente?”.
Recién ahora, en 2025, hay un ministro negro en Uruguay (Edgardo Ortuño en la cartera de Ambiente; en 2005 fue el primer legislador afro y, años después, Gloria Rodríguez la primera mujer negra en el Senado). Pero aún no es frecuente ver a maestros negros en las escuelas, abogados negros en los juicios e incluso personas negras presentando las noticias en el noticiero central.
Sin embargo, hoy, con sangre joven, la música se mueve. La Nueva Escuela, con Jona Suárez al frente, ha cruzado fronteras con su fusión de candombe y plena, y artistas como La Deskarga o Jotape ganan visibilidad. Julieta Rada ha llevado su disco de candombe a Argentina, Nueva York y el Teatro Solís en un show de corte histórico. La noche antes a esta entrevista, no más, Darío Píriz había agotado las entradas en la Nelly Goitiño.
El proyecto La Candombería no para de convocar público y, con un fuerte componente blanco en su equipo, la Rueda de Candombe ha hecho un aporte en cuanto a la difusión del repertorio candombero. En el último tiempo, el jovencísimo Facundo Balta no solo fue convocado para un especial del canal de streaming argentino Olga, sino que fue uno de los elegidos por Jorge Drexler para producir su nuevo disco en Europa. Y eso sobre lo ya escrito: Chabela Ramírez, Eduardo da Luz, Ruben Rada, todos los que aparecerán en la charla.
“Vas a tener que patear puertas”, dice AVR, “pero si un pibe de Barrio Sur puede ir a producir un disco a Europa: se puede, gurises”.
“Yo le tengo esperanza a los hechos”, dice Álvez. “Hacer que pasen cosas es la receta para tener conciencia de clase, y para que los que vengan atrás digan: ‘Qué bueno que esté pasando esto. No voy a dejar que muera. Voy a seguir haciendo’”.
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