Rueda de Candombe, el sueño que nació en un viaje y se convirtió en uno de los mejores inventos de Montevideo

Los lunes, una multitud se reúne al aire libre para bailar y escuchar candombe en un evento que bendicen Lobo Núñez y Jorge Drexler. Esta es la historia del último fenómeno musical de Montevideo.

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La Rueda de Candombe en el atardecer del 24 de febrero. Es un ciclo musical que ya es fenómeno.
Foto: Ignacio Sánchez / El País

No hablan de destino: hablan de convergencia. Cuando tienen que explicar cuál es el fuego sagrado de la Rueda de Candombe, el proyecto que necesitó un verano para convertirse en una de las mejores cosas que le ha pasado a Montevideo en años, Caleb Amado y Rolo Fernández no se ponen místicos. Saben que las ideas surgen todo el tiempo, a cada segundo, en cualquier lugar. Pero también saben que la mayoría fracasan, que pueden desvanecerse incluso antes de levantar vuelo. No alcanza con el entusiasmo: no es el entusiasmo lo que hace que un lunes de febrero Jorge Drexler esté cantando en la Rambla Sur, mientras toca una banda y mil personas bailan como si el mundo se hubiera desdibujado.

La Rueda de Candombe, este encuentro que casi todos los lunes (el que viene, por ejemplo) pone al candombe canción en el centro de la escena y que, con entrada libre, reúne invitados, canciones y a una alegre multitud, existe por la convergencia. Porque un día, la ocurrencia de unos amigos de viaje por Río de Janeiro bajó a un papel, cruzó un par de reuniones y encontró un aliado estratégico en el bar Santa Catalina que dijo que sí, que algo como esto era posible. Y porque los referentes candomberos le dieron el visto bueno. Sin su aval, juran Caleb y Rolo, nada hubiera sucedido.

“Nosotros somos convidados del candombe”, dicen una mañana de verano en charla con El País. “El candombe es algo que les pertenece, y nuestra intención no es apropiarnos. Es darle luz”.

Del amor por la música popular a un sueño de amigos

Caleb no sabe qué le encendió la llama. En su casa nunca le inculcaron la cultura musical. Nunca lo llevaron a un tablado ni lo arrimaron a una comparsa. Nadie le dijo qué tenía que conocer, a quién tenía que escuchar. Y sin embargo un día, de adolescente, algo se prendió. En un momento era capaz de venirse solo, los domingos de tarde, desde su casa en Ciudad de la Costa hasta Montevideo: bajaba en Uruguay, caminaba hasta Barrio Sur y Palermo, veía en acción a Valores de Ansina. Cuando hacían un corte y los tambores se quedaban en silencio hasta por una hora, él esperaba solo en la plaza, callado, tranquilo. Miraba de cerca, pero con la prudencia de quien llega de visita. Después se iba. “Me movía, me mueve, me encanta”, dice. “Me da orgullo que me mueva lo popular: murga, candombe y plena”.

Rolo es hijo y nieto de murguistas. A los tres meses ya estaba en algunos brazos en el Teatro de Verano. Llegaba de la escuela a la casa de su abuela Myriam directo a poner discos de murga y a tocar el redoblante encima, intentando replicar esos patrones. A los 13 años empezó a tocar el bajo y debutó en Carnaval cuando todavía era menor. Irrumpió en la música tropical —tocó con Alex Stella, Vanesa Britos, Denis Elías— y fue en una de esas noches de plena que el músico Sebastian Stortti le comentó que su banda se iba a quedar sin bajista. Hablaba de La Candombera. Fue el comienzo de su historia de candombe y jazz.

Un verano de hace pocos años, estos dos caminos se cruzaron. Coincidieron por la música, se siguieron viendo, fueron “pegando más onda”. Para Caleb, su amistad con Rolo es la enseñanza de que el tiempo no es excluyente para formar relaciones duraderas, sólidas. Prolíficas, también.

Músicos ambos —Caleb, percusionista amateur que trabaja en gestión cultural; Rolo, bajista y multiinstrumentista profesional—, formaron una sociedad creativa que hoy es motor de la productora Kinto Club, que concibió a la Rueda de Candombe como niña prodigio.

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La Rueda de Candombe cuando recién arranca, sobre las 19.00 en Plaza España.
Foto: Ignacio Sánchez / El País

Rueda de Candombe, un fenómeno recién nacido

En el otoño de 2024, Rolo y Caleb se fueron a Brasil. Viajaron mano a mano y completamente alineados en su propósito: querían vivir a pleno la cultura carioca y conocer “lo más local que había”, ese Río de Janeiro que no es tan evidente para los turistas. Así, fueron descubriendo rodas de samba en las que a veces, dicen, eran las únicas personas blancas del lugar. Visitaban espacios que no les pertenecían a ellos ni a ningún forastero, vivían alegrías ajenas, se acercaban a la música como los verdaderos locales.

Un día llegaron a Samba do Trabalhador. Cada lunes, el Clube Renascença del barrio Andaraí despliega una mesa larga que recibe a un puñado de músicos que se sientan, tocan y cantan samba. Alrededor, desde las cinco de la tarde, cientos y cientos de personas bailan, cantan juntas, se ríen. A las 9 y media de la noche, la música se apaga y todo se termina. Todo, menos la magia.

Allí, en Río, la idea de montar una rueda propia cobró fuerza “soñándola”, dice Caleb. “Pero eran charlas de bar. Imaginate que esto fue en abril o mayo, lo materializamos como algo posible de hacer en octubre y lo empezamos en noviembre”.

“Para que algo suceda se tienen que dar muchas cosas. Una idea por sí sola es una idea y no pasa nada. Y acá pintó una convergencia, y además estuvo la convicción. Somos camiseteadores, y en lo personal lo he tomado como bandera: peleamos para desarrollar la música de acá”.

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Rueda de Candombe en Plaza España, el lunes 24 de febrero.
Foto: Ignacio Sánchez / El País

El lunes 11 de noviembre, un día de cielo amenazante, se hizo por primera vez la Rueda de Candombe bajo el techo del bar Santa Catalina. A la semana salió a la vereda. Un mes después, la convocatoria había crecido tanto que llegó la primera suspensión municipal: el 16 de diciembre, la Rueda no se pudo hacer como estaba prevista. La esquina de Canelones y Ciudadela ya no era contención suficiente para 400 personas.

El 23, la Rueda cruzó la calle y se instaló en Plaza España. Hubo que disponer baños químicos, barras, una pequeña tarima a modo de escenario. Cambió la logística. Cambió la convocatoria. No cambió la esencia.

Para Rolo y Caleb, el espíritu de la Rueda es de “sobremesa” y eso define a su banda estable (Diego Paredes, Darío Terán, Claudio Martínez, Hernán Peyrou y Alejandro Luzardo, más Caleb en la musicalización). Tocan con instrumentos que pueden sonar en cualquier lado —chico, repique y piano, acordeón, guitarra, guitarrón—, cantan todos, le dan el protagonismo a la gente. A las 19.00 hacen su primera vuelta de música. Arrancan más bien con milongones y el primer público, sentado en el piso, corea bajito. Los que se animan bailan con movimientos pequeños. El aire se vuelve mántrico, como un arrullo.

Después, el pulso va subiendo. El coro espontáneo atraviesa temas de Rada, Eduardo Da Luz, Chabela Ramírez, Rodolfo Morandi, Jaime Roos. Los abanicos amortiguan el calor, la gracia del bailarín Cococho Pereira es un foco de contagio, una muchacha se contornea como si la cadera estuviera poseída por una fuerza telúrica, ancestral. El lunes pierde sus connotaciones: suenan los cueros y ya no hay tedio, no hay pesadumbre.

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Jorge Drexler en la Rueda de Candombe del 24 de febrero.
Foto: Ignacio Sánchez / El País

La Rueda, que repite este lunes, funciona de 18.00 a 23.00 con entrada libre y es financiada por el Santa Catalina, que la sostiene por el consumo en las barras. Caleb y Rolo ya trabajan en darle continuidad en los meses de frío en un espacio cerrado, y sueñan con llevarla a otros países.

Por recientes disposiciones de la Intendencia, el evento —que ha plantado semillas en Ferona de José Ignacio y La Fraterna de Jaureguiberry— tuvo que acercarse aún más a la Rambla, el paisaje que el lunes 24 tuvo un atardecer de naranja furioso y a Jorge Drexler bailando desenfrenado, cantando su “Tamborero” pero también “Amandote”, abriéndole un paréntesis surreal a la rutina.

Esa noche también estuvo el Lobo Núñez. Dos semanas antes, mientras Edú “Pitufo” Lombardo tocaba una frenética versión de “Nombre de bienes” de Eduardo Mateo y el calor de las nueve de la noche parecía robarse todo el oxígeno, todo el aire, el Lobo —uno de esos referentes que le dio el aval a la Rueda— se arrimó a la tarima, subió, tomó el micrófono. Dijo: “No saben las veces que con Rada y Mateo tuvimos que suspender shows porque no había público. Y miren esto... Esto es candombe. El candombe es la muestra más veraz de la convivencia: no precisó de ningún decreto para admitir todo”.

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