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Un recuerdo lleno de moretones: a 30 años del show de UB40 en Montevideo

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UB40 en Montevideo. Foto: Archivo El País

Crónica

Crónica de una noche agitada, que incluyó música, pero también varios problemas

En 1989 tenía yo 16 años. No era frecuente que espectáculos internacionales de relevancia recalaran en Montevideo, por aquello de que el mercado era u2014y esu2014 muy chico y por tanto poco seductor para las bandas de renombre, como lo era entonces la británica UB40.

El grupo, formado por los hermanos Alastair y Robin Campbell, estaba en el pináculo de la fama con éxitos como "Red Red Wine" u2014una versión en clave de reggae de un almibarado tema de Neil Diamondu2014 y "Rat in my Kitchen", un hit global que había sido lanzado tan solo tres años antes. También versionaron después a Elvis Presley con "Can't Help Falling in Love", y eran, a la sazón, un grupo netamente pop y comercial. Nada de heavy metal, nada de rock, nada de punk y esas cosas del demonio que todavía inquietaban a la Policía posdictadura.

El día del concierto decidimos con un grupo de amigos ir a u201cchusmearu201d lo que acontecía en el Cilindro Municipal, quizás el peor lugar que haya existido, junto con el Palacio Peñarol, para hacer conciertos en vivo. Era obvio: la cancha se hizo para escuchar los rebotes de la pelota y no los del sonido, lo cual hizo olvidables algunos shows que allí se realizaron, como el de Bob Dylan, que tuvo lugar dos años después.

Ninguno de los de mi grupo de amigos tenía intensión de u201ccolarseu201d. Y uno de ellos, algo mayor que nosotros, se iba al día siguiente a vivir a Estados Unidos, donde reside hasta el día de hoy, por lo que no quería meterse en ningún tipo de problemas.

INOLVIDABLE

El momento del caos

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Cuando el recital estaba por comenzar, la cola para ingresar de personas con entrada en su mano era enorme. Pero en un momento, al parecer la capacidad locativa se colmó. Las puertas se cerraron intempestivamente y eso molestó a los que habían pagado un precio bastante alto para ver a la popular banda de Birmingham.

Efectivos policiales comenzaron a salir a u201cdisiparu201d a la gente de muy mala manera y se inició una lluvia de piedras. Seguidamente, la respuesta policial llegó en forma de golpes de cachiporra y hasta de sables. Y no solo de efectivos a pie. Otros a caballo comenzaron a correr por todo el predio circundante al Cilindro, que tenía una longitud de aproximadamente una cuadra antes de llegar a la calle.

u2014¡Súbanse al camión que allí no pasa nada!u2014 gritó un fulano. Y decenas nos montamos a la parte trasera de un vehículo que estaba estacionado en el terreno, lejos de la calle.

u2014¡Bájense del camión!u2014 espetó casi inmediatamente, con postura amenazante, un uniformado a caballo que blandía una espada. Ni lerdos ni perezosos, todos abandonamos el barco como ratas. Recuerdo, de ese mismo momento, como dos efectivos sacaban a un joven u201cen el aireu201d, con la cara y remera ensangrentadas, prácticamente desvanecido.

En ese entonces, la disyuntiva era correr o caminar para abandonar el predio. Pero pensábamos que si corríamos, supondrían que u201chabíamos hecho algou201d. Mientras caminábamos hacia la calle, seis policías montados a caballo y con sables en sus manos, enfilaron a toda velocidad hacia la multitud. Uno pasó junto a mí. u201cZaféu201d, pensé tras un suspiro. Una chica que estaba a pocos metros no tuvo la misma suerte y fue golpeada con el costado de un sable. Caminar no funcionaba: era el momento correr.

Cuando llegamos a la vereda, todavía había gente comiendo plácidamente en dos carritos de chorizos. Tal vez pensaban que allí nada les pasaría, como nosotros creímos cuando nos subimos al camión. Pero no fue así. Los policías tiraron sus caballos contra la gente, estrujándola contra el metal. Acto seguido, los puestos de comida bajaron sus ventanas y se desentendieron del asunto.

Mientras nos parábamos a contemplar un árbol que había tomado fuego por unas cubiertas de caucho incendiadas, un policía alienado nos confirmaba que todo estaba fuera de control disparando su arma al suelo, en medio del gentío. Todos corrimos a más no poder, tropezando por los pasajes de los complejos habitacionales del lugar, hasta quedar al margen del peligro. Los músicos británicos ni se enteraron de lo que ocurrió afuera.

Y volvieron a Montevideo 28 años después, ahora con una alineación diferente pero que conservaba algunos de sus miembros originales. El Cilindro ya se había hecho Arena tras el colapso de su techo. Y el segundo recital se realizó en el Teatro de Verano.

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