Quería ser veterinaria, pero el tango la atrapó: a los 40, Francis Andreu se suelta y tiene ganas de todo

La pandemia la llenó de preguntas, y cumplió 40 renovando su compromiso con la música. Antes de celebrar con show en el Auditorio del Sodre, Francis Andreu dice: "Tengo todo por hacer, quiero todo".

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Francis Andreu y su perro, Coquito.
Foto: Majo Casaco

Si se detiene a pensarlo, Francis Andreu no sabe cómo llegó hasta acá. Quería ser veterinaria, pero un día, todavía adolescente, la música se le cruzó en el camino como si fuera lo inevitable. La curtió casi como hobby hasta que situaciones recientes la hicieron tomársela más en serio. Sin planificar demasiado, como siguiendo un impulso, empezó un camino que ya lleva 22 años, toda su mayoría de edad. Cumplió 40, además.

Todo sucedió rápido y en grande. Jaime Roos la aplaudió de pie cuando la escuchó cantar en vivo canciones que él escribió. Grabó con Cristian Castro, terminó en El Club de Anita con Diego El Cigala y se fue de copas con Carín León mucho antes de que estallara la fiebre mundial por el regional mexicano. En esa tendencia, Francis fue pionera: desde 2017 tiene un vínculo casi obsesivo con los narcocorridos. Estaba escuchando noticias mexicanas cuando comenzó esta entrevista; lo primero que hizo cuando el grabador se apagó fue buscar la canción “Rubicón”, y cantar sobre Peso Pluma como si estuvieran juntos en un escenario.

Esa es Francis. La tanguera atípica, que recorrió escenarios de championes versionando a Goyeneche, amante de la plena y los caballos, y la que hace seis años le prometió a Coquito —un perro al que rescató para buscarle hogar— que jamás iba a volver a pasarla mal. Coquito es el de la foto. Nunca se fue de su casa.

Esa es Francis, la que este viernes festeja sus 40 por todo lo alto en el Auditorio del Sodre, con un concierto que repasará sus discos y para el que anuncia dos invitados —uno nacional, uno internacional— que, dice, nadie va a poder creer (entradas en Tickantel). De eso, un extracto de su charla con El País.

—¿Cómo te pegaron los 40?

—Divino. Todavía no pude pensar mucho cómo me pegó porque estuve al mango. Desde enero que estoy en la máquina de shows, por suerte. Creo que la sufrí más antes, a los 39. Ahora, físicamente me siento muy bien, con fuerza, con juventud.

—¿No hubo revisión?

—No, porque mi etapa de revisión fue la pandemia. Ahí tuve una rosca muy, muy violenta: ¿y si no canto más?, ¿si esto se termina acá?, ¿qué va a pasar?, ¿cómo no canté las cosas que siempre quise?, ¿por qué me quedé con ganas de tanto? Por eso saqué el disco Berretín, de boleros y rancheras. Porque dije: si esto se corta, me quedé con las ganas de hacer un montón de cosas. Nunca me imaginé que Berretín me iba a abrir las puertas de España como lo hizo. Ahora en Islas Canarias tengo un público hermoso, canarios que aman el tango, los boleros le vuelan la bocha, les encanta el popurrí...

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Francis Andreu.
Foto: Difusión.

—Musicalmente no sos alguien que viva por y para el tango.

—Pila de gente piensa que sí. Es rarísimo, ¿por qué piensan eso?

—Y si esa variedad musical que tenés en la vida no permeaba tu carrera, había una parte tuya que nunca iba a reflejarse en la Francis cantora.

—Total, de hecho el disco de Jaime (Francis canta Jaime Roos, 2018) me hizo animarme más a la vida, porque fue la primera vez que me la recontra jugué. Para mí era muy importante que quedara espectacular y puntualmente que les gustara a Jaime. El resto me podía matar o podían aprobarlo, pero lo que más me importaba era que él lo recibiera bien, como un: gracias. Ese disco me animó a correrme del eje. Me di cuenta que lo que me tira es la música de raíz, todos esos géneros medio pesados: tango, bolero, ranchera…

—Lo pasional como un denominador común.

—¡El desgarro! Cuando sos intérprete, sos como una actriz, vivís todo en carne propia, y yo tengo eso de que la interpretación desgarrada me queda bien. También son muchos años de escuchar tango. Porque no vivo por el tango 24/7, pero hay días que lo necesito. Y cuando me viene el antojo, me pongo el disco ¿Te acordás Polaco?, de Troilo y Goyeneche.

—¿Qué te pasa con ellos?

—Todo. También hay que entender que el tango fue construido en una época social, cultural, económica, que era otro mundo, y antes había otro vínculo con la música, ¿no? Capaz que veo eso en el tango. No sé. Me siento rara con la música nueva. Me divierte porque tengo sobrinos, la bailo. Todo bien. Pero qué lástima que no haya instrumentos. Eso me duele un poco. Por eso me gusta el regional mexicano: se hace con músicos, cuidan un montón el sonido, hay respeto… No digo que la música nueva no respete. Es distinta, y te repito: me divierte, hago coreografías con mi sobrina de 9, hay temas de Tini que me encantan. Pero también digo: qué bueno que yo mamé lo otro. Ojalá no se pierda.

—Hay un punto de contacto entre el tango que transitás y el regional mexicano que tanto disfrutás: los dos hablan del barro...

—¡Total! Ellos cantan el barro, lo que viven de verdad, y el tango también canta lo que vive de verdad. A mí lo único que me da pena de acá es que el tango es recontra nuestro y no se le da la atención que habría que darle. Antes la Intendencia hacía Montevideo Tango, que era espectacular y se ocupaban de llevar capos de la vuelta. No sé qué pasó con eso. Cuando dicen que los argentinos se apropian de todo: no, papi, los argentinos cuidan y fomentan lo que es de ellos. Nosotros no. Y eso es una pena. Hay un montón de músicos de tango en este país que andan bien de bien. Hay un mercado chiquito, pero de elite.

—¿Te considerás una artista popular?

—No sé si tan popular. Me siento muy querida. Es muy difícil aguantar 22 años cantando en este país y llenar un teatro cada vez. Es una remada y yo la remo, pero la gente siempre me responde, y eso me lleva al llanto. Lo hablo en terapia, es como mucho amor. Creo que me juega a favor que me conocen desde chiquita, me vieron crecer, y cuando la gente te ve crecer, hay un cariño especial. Creo que soy más querida que popular, y creo que lo prefiero así (se ríe).

—¿Qué queda y qué perdiste de la Francis de los comienzos?

—Creo que no perdí nada, gané todo. (...) Más de niña no me lo tomaba tan en serio como después de la pandemia, porque tampoco es que me lo tomé en serio toda la vida. Creo que le di una seriedad y un peso cuando grabé el disco de Jaime. Antes, a la música la tenía de plan B; la prioridad eran los caballos, y ahora la música no me está dando tiempo para montar. Como siempre trabajé de otra cosa, me decía: a mí la vida real me trae problemas, la música no me puede traer problemas; la música tiene que ser solo disfrute. Como que le di ese lugar. Y ahora la llevo así, pero con más responsabilidad y dándole más tiempo. Hoy no me puedo ocupar del campo. Realmente no tengo tiempo. Empiezan a cambiar las prioridades, no sé bien por qué.

—¿Se gana otra claridad con la madurez?

—Puede ser. Igual siento que los pasos que di siempre fueron certeros, por la gente que me acompañó. Tuve mucha suerte. Más allá de la familia y la educación, el entorno es clave. Tuve a Jaime cerca, tuve a músicos que me cuidaron. Y creo que me salvaron un poco la vida, porque me cambiaron el rumbo. Yo esto no lo busqué: quería ser veterinaria, pero cada vez que se me muere un perro me desgarro. La música también me corrió los planes de la vida, y eso está buenísimo: apareció, y yo fui.

—¿Y cómo mirás el futuro?

—Tengo todo por hacer, todo por descubrir. Más allá de lo económico, la música te da una vida distinta y alegre, te pone gente alucinante —también gente de mierda, que hay que saber esquivar—, y estoy en un momento en el que quiero todo. Tengo ganas de todo. (Piensa) Vamos bien, Fran. La estamos llevando bien.

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