Cómo No Te Va Gustar encontró una nueva vida con su espectáculo más complejo, el que nunca habían imaginado

Por primera vez en 30 años, No Te Va Gustar se animó a un espectáculo sinfónico que, tras pasar por Medellín y Buenos Aires, llega a Montevideo. Esta es la historia de esa nueva piel musical.

Apareció en la mitad de una maratón de scrolleo lánguido, un día después de haber vuelto de Buenos Aires. Era un video breve —ya le perdí el rastro— en el que Emiliano Brancciari cruzaba cantando el ancho del escenario del Movistar Arena. Martín Gil, desde su butaca, cerca suyo como hace 30 años, lo miraba como solo mira el que sabe todo lo que pasó, todo lo que hay detrás. Cuando Brancciari pegó la vuelta y le devolvió el gesto, se agarraron las manos y las apretaron, fuerte, cada uno embarcado en su propia tarea. Después siguieron, prendiendo el fuego de una multitud.

Había pasado las últimas 48 horas viéndolos de cerca, comprobando el efecto de su flamante aventura filarmónica. Sin embargo, si pudiera, reduciría toda esta nota a ese momento. A la complicidad de dos amigos. Al reconocimiento mudo de un esfuerzo que explica, entre otras cosas, cómo No Te Va Gustar llegó hasta acá.

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En febrero de 2004, con entrada libre, No Te Va Gustar tocó en San Luis. En una esquina cualquiera del balneario de Canelones, rodeada de árboles y con el polvo de la calle que se iba levantando con cada salto de la gente, Brancciari apareció en escena de pantalón deportivo, los rulos sueltos, un inglés rudimentario para cantar algunas de Bob Marley mezcladas con un breve repertorio (a esa altura, dos discos). Había un par de miles de personas y la efervescencia adolescente que tiñe casi todos mis recuerdos de aquellos años.

Fue la primera vez que los vi.

Ahora, 22 de mayo de 2025, los ocho NTVG están vestidos de sastrería —de traje el cantante, de camisa country el baterista Diego Bartaburu, sin mangas el bajista Guzmán Silveira—, alineados con la elegancia que pide su nueva versión. El código de vestimenta aplica a toda la Orquesta Filarmónica de Medellín, el mastodonte que los acompaña en escena y con el que nunca habían fantaseado hasta que un día, un mail los sorprendió.

Hoy da la sensación de que podrían estar así todas las veces que quisieran. Hay algo, dirá Bartaburu a El País, que lo invita a “tirarse para atrás y disfrutar”. A juzgar por lo que ocurre en Argentina, al público le pasa exactamente lo mismo. Montevideo tendrá su propia oportunidad de experimentarlo, el 9, 10 y 11 de agosto en el Auditorio del Sodre. Las entradas se agotaron en tiempo récord. Ayer, cuando lo anunciaron, se preguntaron si era señal de que había que hacer "algo más".

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No Te Va Gustar con la Filarmed, en el Movistar Arena de Buenos Aires.
Foto: Ignacio Arnedo

Cómo surgió el concierto sinfónico de No Te Va Gustar

Fundada hace 42 años en el garaje del maestro Alberto Correa, la Orquesta Filarmónica de Medellín no es normal, dice a El País su directora ejecutiva, María Catalina Prieto Vásquez: “Es una orquesta distinta, y eso me da mucho orgullo”.

Prieto asumió su rol hace ocho años. En ese período, la Filarmed bajó el promedio de edad de su público de 65 a 34 años. Para ella, es una señal clara de apertura, de entendimiento, de sensatez. América Latina, dice, es un continente vivo, un continente que baila, un continente de fuego. Las orquestas no pueden ser solo de traje, corbata y solemnidad.

De ahí que, de un tiempo a esta parte, hayan empezado a desarrollar un proyecto por año que implica fusionarse con la música popular. Ya compartieron escenario con la banda Monsieur Periné, con Puerto Candelaria y con el salsero Gilberto Santa Rosa. Su última fusión es la de No Te Va Gustar.

A fines de 2023, Prieto mandó el primer mail a Nicolás Fervenza, mánager de NTVG. Después hubo una reunión virtual. En febrero de 2024, aprovechando un viaje de la banda a Colombia, se encontraron; ese día, Prieto sintió que por fin se habían dejado tentar.

Hasta entonces, el grupo mostraba una resistencia, en cierta forma justificada en que nunca habían querido explorar el formato sinfónico, y en un reparo del propio Brancciari, que admite que era completamente ajeno a las propuestas orquestales.

El 22 de mayo, en el primero de dos Movistar Arena con entradas agotadas, Emiliano señaló hacia atrás, donde estaban 60 y tantos músicos dirigidos por el maestro Daniel Rueda-Blanco, y dijo: “Ellos nos convencieron de que esto era un proyecto maravilloso, y tenían razón”.

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El espectáculo de No Te Va Gustar y la Orquesta Filarmónica de Medellín en el Movistar Arena de Buenos Aires.
Foto: Agustín Dusserre / Ignacio Arnedo

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“Yo me iría al primer ensayo, a la primera canción del primer ensayo, que fue donde realmente nos dimos cuenta de que esto valía la pena y que era un proyecto totalmente distinto y motivador”, dice Brancciari en charla con El País, después de un ensayo general en The Roxy, cuando se le pregunta a qué instante de toda esta historia filarmónica se retrotrae sin pensar demasiado. “Le pusimos un montón de trabajo, pero cuando empezó a sonar la orquesta en el mismo lugar que nosotros, por primera vez, nos voló la cabeza. Y nosotros necesitábamos eso: que nos volara la cabeza”.

Denis Ramos, trombonista y miembro de (casi) todas las horas de No Te Va Gustar, refuerza la sensación: “Ese momento fue cautivador, porque si bien podíamos tener una idea, cuando empieza a sonar esta cantidad de músicos en vivo es una locura. Te arrolla, te pasa por arriba y te emociona, también”.

La emoción es un componente central en esta propuesta, por varios factores. Por un lado, prescindir del pogo y el agite que se espera de una banda de rock permite rescatar, en el repertorio, baladas amargas como “Una triste melodía”, una canción archivada del disco Todo es tan inflamable, de 2004. También habilita volver a moldear piezas despojadas como “No necesito nada” y “Verte reír”, o hacer de “Mi ausencia” —una favorita de todo el grupo— una explosión casi cinematográfica, con todas las cuerdas de la orquesta acentuando el dramatismo y con los instrumentos de percusión traducidos en un incesante repique de marcha.

“Agarró tremendo vuelo”, resume el bajista Guzmán Silveira. Brancciari amplía la mirada: “Encontramos una nueva vida, una nueva piel”.

La nueva piel y el nuevo show de NTVG, en Uruguay

Con 30 años de recorrido, es difícil pensar cuántas primeras veces le quedan por delante a una banda como esta. Sin embargo, No Te Va Gustar las sigue viviendo: en febrero se estrenó en Medellín con la Filarmed, replicó el encuentro en mayo en Buenos Aires, y ahora prepara el sinfónico en Montevideo, pero con otros músicos.

En el Sodre, sus shows serán con la Selección Uruguaya Sinfónica (SUSI), que dirige Nacho Algorta, con el que ya trabajaron en el unplugged Otras canciones, un disco y una gira con la que celebraron sus 25 años.

De ahí, de hecho, la banda toma varias puntas para bordar las versiones con las que ahora se reinventa. Esas versiones que, en el show del 22, tuvo que sacar adelante a pesar de la tragedia que es, cuando sin aviso, el cantante pierde la voz.

Con esa adversidad tuvo que ver aquella mirada que Martín Gil le dio a Brancciari el 23, mientras él ya desplegaba su voz plena, sin fisuras. En esa mirada estaban la afonía, el compromiso, el alivio, el sostener la música a pesar de todo, pero también la complejidad —de montar un espectáculo así, de mantener una empresa así—, la emoción, y lo que cabe en 30 años de historias que, de traje o de chancletas, siempre quieren desembocar en lo mismo: que al final del día, en cualquier versión, haya un motivo para seguir cantando.

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