No está claro qué quiere decir Diego Matturro cuando insiste en que está completamente loco. Sin embargo, va por la vida haciendo cosas que parecen apoyar su teoría. Esta noche, su evento de lanzamiento de disco consistirá en recibir a amigos, invitados y público en general en el local Recreo de Ciudad Vieja, para componer, producir y grabar una canción en vivo. No sabe si alguien lo hizo alguna vez y mucho menos tiene idea de cómo saldrá el experimento. Parece ser lo que más le fascina de todo esto.
Esa “locura” podría estar detrás de aquel día de 2022 en el que, con una hija pequeña y un estudio recién montado en su casa, decidió renunciar a su trabajo de 17 años en informática para intentar dedicarse exclusivamente la música. O en la cadena de cimbronazos que ha vivido desde que, en 2024, le hizo un tema a Mariano Bermúdez y cualquier plan se le fue de las manos.
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¿Cuándo esta historia se volvió tan impredecible?
Exintegrante de Sirilo y Los Prolijos, en 2019 se estrenó como solista con Amigo imaginario. Su segundo disco, Conflicto de intereses (2022), le dio tres premios Graffiti —la misma cantidad que consiguió en esa edición Jorge Drexler— y algo más importante: la posibilidad, dice a El País, de dejar de ser “Diego, el que tocaba en bandas” para ser “Diego, el que tiene un proyecto propio”. En 2023 vino Amor, odio, tiempo, plata, y todo fue “un sueño”: se llevó cinco Graffitis incluyendo el de mejor álbum y tema del año, para terminar como el máximo ganador de aquella temporada.
¿Y después, qué? Esclavo de su ansiedad, Matturro empezó a trabajar en un disco que quería entregar en 2024. Pero entonces, la vida se dio vuelta: un giro de 180 grados lo obligó a frenar sus canciones, a ejercitar de algún modo la paciencia, y finalmente No se cansen de buscar, su quinto álbum, acaba de ver la luz.
“Estoy superconforme, como nunca estuve antes de sacar un disco. Siempre estaba nervioso, pensando a ver si las canciones iban a gustar, muy pendiente de lo que podía pasar. Pero no sé por qué, ahora no. A mí me encanta, lo escucho y siento que es mío. Lo que dicen las letras lo puedo defender. Aun estando inmerso en un mundo de música que no es de Diego Matturro, puedo seguir sacando música que sí lo es”.
El otro Diego Matturro: compositor de hits para la región
En abril de 2024 se lanzó “No tenés lugar”, una plena que había escrito con y para Mariano Bermúdez, y de inmediato Matturro empezó a recibir cada vez más llamados de artistas de la movida tropical, todos interesados en su servicio de compositor. Unos meses antes, el mánager de No Te Va Gustar, Nicolás Fervenza, le había sugerido que se dedicara a componer: le dijo que lo hacía rápido, lo hacía bien, lo hacía de una manera que se encuentra poco y en la industria se necesita mucho.
Cuando Banda 21, un grupo de cuarteto cordobés, se interesó por una composición del uruguayo, entonces Fervenza intervino y lo conectó con Sony. Y todo, dice Matturro, “se fue a la mierda”.
Ahora, Matturro trabaja con Sony Music Publishing, que administra su catálogo de composiciones y lo vincula con artistas de todo tipo, pero también trabaja con talentos de sellos como Universal, Warner o los locales Bizarro y Montevideo Music Group. Viene de liderar un camp de composición —un encuentro intensivo pensado para crear y cerrar canciones— para Karina, La Princesita.
“Y hay cosas que todavía no se pueden decir”, cuenta a El País, “pero cada vez se va agrandando más para afuera y ahora estoy subiendo otro escalón que sí me da miedo. Encontré un lugar donde realmente soy bueno. En todo lo demás soy regular bueno, pero en esto soy bueno, y quiero apuntar ahí”.
En Argentina, es director musical de Natalie Pérez, con quien grabará nuevo disco este año. Trabaja muchísimo con La K’onga, el proyecto por el que obtiene más regalías, por la cantidad de veces que tocan en vivo; y en su agenda estable están Banda 21, Lauta, Flor Vigna, Damas Gratis y Campedrinos, un dúo de folclore del que dice: “Es el futuro”.
La expansión acelerada lo llevó a limitar su círculo uruguayo y hoy continúa ligado a Luana, El Reja, Sole Ramírez y La Deskarga, más otros dos grandes, bajo reserva.
¿Cómo repercute todo esto en Diego Matturro, el artista que sigue defendiendo su propio proyecto?
“Yo siento que ahora soy completamente otra persona”, dice. “Hace un año pensaba y veía la música de una manera, y ahora es como que literalmente soy otro. Es que si yo tengo a una persona que me hace los videos, otra que me graba, otra que me viste y otra que me hace la comida, seguramente mi proyecto tenga cuatro cabezas más pensando. Desde que empecé a componer y a trabajar para una compañía que es mucho más grande de las que yo estaba acostumbrado, vi que había una manera diferente de hacer las cosas —no digo mejor— porque había mucha más plata para hacerlas”.
Conocer la industria desde adentro también lo llevó a abrir la cabeza. Ya no le tiene miedo a meterse con la cumbia o el reggaetón. En No se cansen de buscar, su nuevo disco, abrazó ciertos tratamientos de la voz de los que antes renegaba, experimentó con el electropop y hasta compuso un tema con intervención de la inteligencia artificial. También tiene a Alejandro Balbis, porque hay cosas que no se olvidan.
“No me importa. Este es el único lugar donde yo puedo hacer lo que quiero”, dice. “Y aparte lo hago con mis amigos, que ya saben cómo soy”.
Pero Matturro está convencido de que todo ese cambio y toda esa apertura no transformará la esencia de su camino musical solista, que está basado en guitarras eléctricas y se refugia en un sonido “sucio y mal tocado”. Es otro, y es el de siempre: el pibe de Malvín Norte que nació en Covine 8 y se quedó a pocas cuadras hasta que, a los 34, decidió mudarse.
Hoy vive en Ciudad de la Costa, pero Matturro asegura que todo sigue ahí. Su primer amor, su primera pelea, sus partidos de fútbol, las tardes jugando al Super Nintendo, la vida en la calle, los vecinos, también las canciones, son su lazo eterno con Malvín Norte, donde aún vive su abuela, donde hay algo que se mantiene intacto. “Ahora que voy mucho a Buenos Aires, voy a lugares que en la puerta tienen a una persona armada, y tenés que dar tu documento para que te dejen pasar, y no sabés si estás entrando a un cuartel, a una cárcel o a un barrio privado, es rarísimo. Y seguramente un niño que nazca ahí va a tener un montón de cosas que yo no tuve nunca, pero lo sacas y no sabe qué hacer. El barrio te da una cosa que no te la da nadie, un sentido de pertenencia y de entender que, en todo ese entorno, son todos iguales que vos”.
Seguir subiendo escalones en una industria con niveles impensables, ¿no manchará esa esencia, no pervertirá el corazón de las canciones que él mismo canta?
“Ni en pedo”, dice con una solidez absoluta. “Yo puedo cruzar la línea. Hacer un reggaetón para Fulano, una canción para Netflix, irme a Bogotá a componer para un puertorriqueño pegadísimo, pero después me vuelvo para acá, porque mi lugar está acá. Todo eso me da aprendizaje, trabajo, plata para mandar a mi hija a un colegio privado, para tener un auto, para vivir más cómodo. ¿Puedo vivir de la otra manera? Obvio, viví toda la vida de la otra manera. Y si me quedo solo ahí, mi vida va a ser la misma que fue hasta 2024, intentando convencer al mundo de que el proyecto de Diego Matturro es un proyecto internacional. Y no lo es, ¿pero entonces qué hago, cambio y lo transformo en cuarteto y salgo a tocar en boliches y hago dinero? Podría, ¿pero eso soy yo? No. Yo puedo ayudar a otras personas a hacer mejores canciones, más lindas, ayudarlos a escribir cualquier cosa, sí. Pero yo voy a seguir siendo esta porquería a la que le gusta hacer pop rock con la guitarra. Y mientras pueda hacer las dos cosas y se den de comer entre sí, entonces encontré el híbrido perfecto”.
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