Litto Nebbia: el regreso a Uruguay, el recuerdo de Los Gatos y la grabación que inauguró un camino inagotable

El emblemático músico rosarino se presentará este fin de semana en Pueblo Narakan y Magnolio Sala. En la previa, dialogó con El País sobre su relación con Uruguay y la esencia de su música.

Litto Nebbia.
Litto Nebbia.
Foto: Difusión.

La obra de Litto Nebbia es inagotable. A los 77 años, el rosarino sigue siendo un manantial de música. Pionero del rock rioplatense y autor de clásicos como “La balsa”, “El rey lloró” y “Solo se trata de vivir”, su discografía es tan extensa y variada que, más que escucharse, necesita un mapa para abarcarla. De hecho, hace una década publicó un libro que funcionaba como guía.

En aquel momento sumaba 70 álbumes, pero la lista no dejó de expandirse. Para hacerse una idea, además de sus nuevos discos, cuando cumplió 75 lanzó Los archivos de Nebbia, un colosal proyecto de canciones inéditas, rarezas y grabaciones en vivo que ya tiene 18 volúmenes. Y, según le adelanta a El País, hay varios más a punto de publicarse.

Además, hace casi 40 años está al frente de Melopea, un sello independiente que no solo edita su música, sino que también tiene en su catálogo a álbumes de emblemas como Astor Piazzolla, Atahualpa Yupanqui y Roberto Goyeneche, además de figuras locales como Ruben Rada —con quien grabó un disco a dúo—, Hugo Fattoruso, Opa y Mariana Ingold.

Músico incansable, Nebbia sigue componiendo mientras su obra se proyecta hacia rincones inesperados. En los últimos años, artistas internacionales samplearon varias de sus canciones. En 2020, Jay-Z y Jay Electronica, por ejemplo, usaron su canción “La caída” para darle forma a “The Neverending Story”. “Esas cosas te sorprenden, son una gran alegría”, dice al otro lado del teléfono.

“Hace poco el rapero K lanzó ‘Old Justice’, basada en una música que grabé en 1972, y ahora un estadounidense, Luke Tyler Shelton, está por sacar otra”, adelanta. “Son cosas que aparecen de a poco, de gente de géneros que cualquiera diría irreconciliables con lo que uno hace. Y no: no tienen nada que ver, pero resultan muy emocionantes”.

El motivo de esta entrevista es su inminente regreso a Uruguay. Este viernes se presenta en Pueblo Narakan de Punta del Este y, al día siguiente, en Magnolio Sala. Será su primer show en Montevideo en nueve años, así que es toda una celebración. Las entradas para ambos conciertos están a la venta en RedTickets.

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Litto Nebbia.
Foto: Difusión.

Nebbia ofrecerá dos conciertos unipersonales en los que alternará guitarra y piano para repasar lo más emblemático de su obra. Todas las canciones, asegura, se vestirán con la energía de lo espontáneo. “Cada lugar suena distinto. Toques con otros músicos o solo, siempre hay una cosa que pasa en el aire, que no sé qué es, y que hace que las canciones tengan otras rítmicas y síncopas. Me gusta improvisar”.

Esta visita también dará paso a un ejercicio creativo. Tras sus shows volverá a Punta del Este para participar del ciclo Portal Sessions, que cruza artistas de distintos estilos en un miniconcierto de cuatro canciones que luego se filma y publica en formato EP. Allí compartirá escenario con El Kuelgue, en un intercambio basado en dos temas propios y dos del grupo, reimaginados en clave colaborativa.

En la previa a su nueva visita, va un fragmento del diálogo entre Nebbia y El País.

—Tu relación con Uruguay se remonta a finales de los sesenta, cuando venían a tocar con Los Gatos. ¿Qué recordás de aquella época?

—Una de las primeras veces que fuimos a Uruguay fue para tocar para una radio que manejaban los hermanos Rupenian. Fue tremendo porque fueron miles de personas, y fue el comienzo de una gira de tres meses que nos llevó a Chile, Bolivia y Brasil. En esa época, además, hice amistad con un montón de músicos, como los hermanos Fattoruso, Rada y Mateo. Toda esa gente hizo que siempre estuviera al tanto de lo que pasaba en Montevideo, una ciudad que siempre me ha hecho acordar mucho a Rosario. Más adelante, en los setenta, fui con Huinca, un grupo que tenía, a tocar al Teatro Solís junto a Días de Blues. He ido varias veces, aunque no tantas como podría esperarse, a pesar de la cercanía.

—Ya que hablamos de Los Gatos, su éxito fue muy vertiginoso; vos tenías 19 años cuando salió “La balsa”. ¿Cómo analizás ese fenómeno?

—Fue una gran satisfacción, pero cuando el grupo empezó a tener el éxito que tuvo, también aumentó en uno la idea de responsabilidad, de tener que crecer y evolucionar para que el siguiente disco sea mejor que el anterior. Tenía la idea de que, como a la gente le gustó, uno no puede fallar… me entró todo eso, ¿sabés? Por otro lado, fue muy vertiginoso, como decís. Imaginate que hasta los 15 años yo viví con mis padres en una pieza. Teníamos una orfandad total de plata porque ellos eran músicos bohemios, pero además mi padre tenía la maldición del juego, así que siempre nos faltaba dinero. Entonces, de golpe, pasó todo esto tan rápido con Los Gatos y, al año siguiente, les pude comprar un departamento para que se vinieran a vivir a Buenos Aires. Eso me dio una gran felicidad. Después, lo otro fue todo muy rápido, y recién más adelante en la vida podés ir disfrutando y masticando todo lo que pasa.

—Mencionaste algo fundamental: la evolución constante. ¿Qué tan importante es en tu vida?

—Sí, siempre tengo un interés por evolucionar. Pero, además, en esa época comencé mi propia evolución intentando meterme en la vida de otros artistas que me gustan, justamente para disfrutarlos más. Por ejemplo, me apasiona el cine tanto como la música. Me fascinan directores como el japonés Akira Kurosawa o el sueco Ingmar Bergman: películas complejas, difíciles. Lo primero que hice fue conseguir no solo todas sus películas, sino también literatura sobre ellos. Leí libros donde contaban sus ideas, sueños y cómo hacían sus películas. Siempre fui convencido de que cuanto más conocés al creador, sea cine, música o literatura, más disfrutás lo que hizo. Y después aplico lo mismo a mí mismo.

En Argentina no solo estás haciendo shows para celebrar los 50 años de tu disco Melopea, sino que publicaste una versión extendida con canciones inéditas. ¿Cómo te enfrentás al viaje emocional de reencontrate con ese repertorio?

—Ha sido una gran sorpresa, porque me sucede que cuando un disco se vuelve histórico, generalmente hay una o dos canciones que son las que más tocas o las que han tenido la suerte de gustar, de desprenderse y de ser interpretadas por otros. Esas son las que mencionan en los reportajes, y así queda la idea de que un disco se resume a esos temas, mientras que el resto queda prácticamente olvidado. Ni yo mismo las tocaba, entonces pasa el tiempo, y ahora que estoy tocándolo en vivo tuve que volver a armar todo porque me propuse presentar todos los temas de Melopea, así que volví a las partituras y las grabaciones, porque hay canciones que no canto desde el día de la grabación. Tienen su complejidad armónica, su quilombo, ¿viste?

—Sí, como canciones como "Apelación de otoño", "Capitanes de esta guerra" y "Los lunes de la humanidad"...

—Sí. Y es una gran sorpresa porque me gusta descubrir que, incluso después de 50 años, no hay una baja en la calidad de esas canciones. Eso es lo que me importa. Y tiene que ver, más allá de la suerte o del talento, con el estilo que uno tiene. Yo no hago música de moda; ni cuando la hice fue de moda, ni lo es ahora tampoco (se ríe). Hago música con mis características, con mi onda, con mi impronta, con mi personalidad, con lo que tengo. Y eso hace que, cuando pasa el tiempo, las canciones siguen encajando en tu estilo y se sienten bien. No sentís esas cosas que a veces pasan con cierta música: escuchás algo que te gustaba a los 15 años y 20 años después te parece demodé o ya no te entusiasma tanto. La música está bien, está fresca, está muy viva, y eso es lo lindo.

—Además de tus nuevas canciones, estás trabajando con el proyecto Los archivos de Nebbia, donde rescatás grabaciones en vivo de todas tus épocas. ¿Cómo surgió?

—Son de distintos años, pero todas inéditas. Yo grabo muchísimo, de verdad, mucho, mucho. No te digo que mi discografía sea un desorden, pero grabo de todo. Además, tengo un nicho de gente coleccionista de mis cosas. La caja Los Archivos primero salió con 12 volúmenes. A los cuatro meses publiqué un anexo con seis más, así que ya vamos por el volumen 18. Ahora estoy preparando otra caja de seis para el año que viene, por lo que va a llegar hasta el volumen 24...

¡Increíble!

—(Se ríe) Te juro, tengo dos cajas de manzanas llenas de grabaciones. Son cosas que a veces grabo yo, a veces me las regalan los sonidistas, a veces me las traen admiradores. Y lo lindo es que las compagino con un criterio estrictamente musical, enfocado en la composición, sin importar el lugar donde estuve tocando, ni el instrumento, ni el año. Entonces aparecen cosas que me gustan. Podés estar escuchando una versión de un tema realizada en Punta Alta, cerca de Bahía Blanca, y al siguiente tema escuchás una versión hecha en Berlín. Y lo que me encanta de juntar todo esto es que se note el estilo propio, la forma de componer y de interpretar, que suena reconocible, aunque cambies de músico, de instrumento o de ciudad.

—¿Y cuál sentís que es la esencia, eso que a une a todas esas canciones de distintas épocas?

—Es un poco la paleta de la formación de uno. No te olvides que tuve una educación musical desde muy niño, con padres que eran músicos bohemios impresionantes, medio marcianos. Tengo eso, y luego comencé a investigar por mi cuenta para componer canciones. Mi viejo me decía: "Inventate otra". No decíamos que yo era un compositor; mi viejo me llamaba como que era un inventor. Esa era la palabra que se usaba (se ríe). Y yo hacía cancioncitas.

—Está bueno, porque era el juego de inventar canciones…

—Claro, era un “a ver qué se te ocurre”. Y bueno, yo hacía eso a los 13 años, imaginate. Entonces, desde muy chico fui inquieto por avanzar con los acordes, las armonías y las líneas melódicas que me gustaban. Empecé con la guitarra y más adelante me ejercité en el piano, y de esa combinación surgió una construcción tanto lírica como melódica. En esa mezcla aparece también mi impronta: no hago tango propiamente dicho, pero en algunos temas melódicos o baladas se percibe la atmósfera de la música ciudadana y del tango. No soy folclorista, pero a veces uso rítmicas ternarias en la guitarra, propias de nuestro país y de Latinoamérica. Tampoco toco jazz como tal, aunque improviso constantemente. De toda esa fusión surge un formato de canción que, más allá de su calidad o importancia, es un formato original que responde a mí.

—En varios de tus box-sets incluiste tus primeras grabaciones, hechas cuando tenías ocho años. ¿Cómo es la historia?

—Esas grabaciones fueron un invento de mi madre. Sabés, en esa época ni para comer teníamos, vivíamos en una pieza en el centro de Rosario. Pero yo ya cantaba y me la pasaba todo el día tarareando e inventando melodías. Había una casa por el centro que decía: “Grabe la voz de su pariente más querido, la voz de su abuelo, la de su perro, su gato, qué sé yo”. Vos entrabas, pagabas unos manguitos y te ibas con un acetato con la grabación. Bueno, a mi vieja se le ocurrió una mañana que había juntado unos mangos. Nos dieron media hora para grabar un disco, que aún conservo, aunque ya lo pasé a digital porque un 78 revoluciones como ese ya no se escucha bien. Fuimos con un guitarrero amigo de ellos y grabé tres canciones que todavía circulan por ahí; yo las pongo siempre de adorno en algunos discos. Lo interesante es que ya allí hacía lo mismo que hago ahora: tararear, inventar melodías, todo eso que parece un invento posterior, y viene desde chico. Mi madre me dijo: “Cantá, así tenemos un recuerdo de cómo cantabas a los siete años”.

—Entre ellas, está una versión de "Bye Bye Love", de los Every Brothers...

—Sí, era una de las tres que hice. Después de grabarlas, el disco quedó tirado en la pensión. Con los años decidimos rescatarlo, digitalizarlo, limpiar un poco el ruido que tenía, y quedaron las tres canciones. A veces las pongo como broma en los discos, pero tienen mucho valor sentimental para mí.

—¿Y qué aspectos de ese chico de ocho años se mantienen hasta ahora en tu obra?

—Me da mucho gusto haber tenido la suerte de un destino así, de desarrollar una especie de marca, un estilo, desde tan pequeño. Es muy difícil. Yo lucho mucho por el estilo; me gustan los compositores que podés reconocer al instante, quienquiera que cante una de sus canciones. Eso es muy importante. Pero el estilo no se estudia, no se recibe en una escuela; viene con vos o no viene. Y yo, de chico, ya tenía esa manera de cantar, de tocar el piano y la guitarra, de dividir las melodías, estas cosas medio románticas si se quiere llamar así. Y bueno, ahora que pasa el tiempo lo valoro más, me doy cuenta de la suerte que tuve.

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