"El personaje de Juan Campodónico había estado siempre atrás del vidrio. Había que ponerlo en la portada"

Produjo discos clave de la música uruguaya y es parte de Peyote y Bajofondo, pero nunca había publicado un álbum con nombre propio. Ahora, Juan Campodónico se reinventa y explica qué hay detrás de este salto.

Juan Campodónico
Juan Campodónico para su disco solista.
Foto: Gastón Gadda

Recién ahora lo empieza a entender. Recién ahora, dos años después de haberse embarcado en este proyecto, Juan Campodónico saca sus conclusiones y comprende, va comprendiendo, por qué nació su flamante primer disco solista, Todo esto tampoco soy yo, un volantazo en el camino de uno de los nombres fundamentales de la música uruguaya.

Miembro fundador de Peyote Asesino y Bajofondo, capitán del colectivo Campo, productor de recorrido internacional y de discos como el primero de No Te Va Gustar, el transformador Raro del Cuarteto de Nos o algunos imprescindibles de Jorge Drexler, a quien conoce de toda una vida —tanto que toca la guitarra en su ópera prima, La luz que sabe robar—, Juan Campodónico, el artista, nunca había firmado un disco.

Ahora acaba de iniciar una era, de pintar los primeros colores sobre la hoja en blanco que descubrió, dirá, con el advenimiento de la era Spotify. Ahora, también, entiende cómo todo este reinicio se conecta con la llegada de Milo, su primer hijo, fruto de su relación con la arquitecta Tamara Corts y una fuerza que abre su ecléctico cuerpo de canciones.

Todo esto tampoco soy yo es, como Juan, un disco inquieto, una tierra fértil que, según cómo se la mueva, irá develando la información que guarda. La electrónica, el candombe y la música de raíz se cruzan entre búsquedas, presencias, poesías, intenciones.

Es tiempo de alumbramientos. Sobre eso, parte de la charla que tuvo con El País.

—¿Qué lugar ocupaba en vos la idea de la paternidad? ¿Había aparecido antes el deseo?

—No. Por distintos motivos no había sido ni reflexionada. Me había dejado llevar por la vorágine de cosas a hacer y realizaciones personales muy lindas. Pero hay momentos donde todo se alinea. También tiene que ver con que la generación de mis padres había desaparecido completamente. En un punto yo siempre fui muy hijo, y en un momento dejás de ser hijo porque tus padres no están más, y ahí te cambia la perspectiva de cómo es la vida. Creo que algo de eso tiene que ver con mi disco y la búsqueda de hacer algo quizás más personal.

—Se podría pensar que Campo era un proyecto bastante personal. ¿Dónde lo ubicás?

—Era toda una investigación que surgió de mis intereses, pero lo trabajé como algo no tan personal, sino conceptual, y por eso se formó un colectivo alrededor. Yo era como el DT y había mucha impronta mía. Pero este disco es distinto.

—Casi todos tus mundos musicales están, de alguna forma, representados en Todo esto tampoco soy yo.

—No quise negar nada. En un momento decía: “esto no porque es medio Bajofondo”. Bueno, pero la música de Bajofondo también es algo que siento propio.

—Lo interesante es que si bien el álbum señala los puntos de tu árbol musical, tiene un sonido propio.

—Sí. Eso es para mí una suerte de reinvención.

—Has contado que fuiste persuadido por un par de personas para dar este paso. ¿Alguna vez te habías hecho la pregunta de por qué no tenías algo firmado como Juan Campodónico? ¿Era un dilema?

—Cuando empezó la era Spotify había un perfil de Juan Campodónico y tenía dos remixes. Eso me hizo cuestionar. Al mismo tiempo sentía que Campo ya tenía unas reglas de juego donde no podía hacer exactamente lo que quería, como que no era tan personal. Y empezar a hacer algo y firmarlo con mi propio nombre fue increíble porque podés hacer lo que quieras. Fui trayendo un montón de música que tenía y por eso el eclecticismo y la riqueza que tiene el disco, que es muy abierto e igual tiene una personalidad. Inclusive los artistas que colaboraron se fueron a un lugar distinto del que van habitualmente, como que la propia situación de componer para mi disco les hizo ponerse en otro lugar. El caso más claro es el de Jorge: es de los primeros casos donde escribe como si fuera una ficción, como otra persona. Es interesante...

—Modifica hasta el lenguaje, trae palabras como “pendeja”, “idiota”, “mierda”...

—Es un Drexler peyotero. Es un temón “La duda”. Aparte es cortita y al pie, muy bailable.

—En cuanto al ritmo, "La duda" también llama la atención por unos momentos muy eufóricos que tampoco son característicos tuyos.

—Tiene una batucada (se ríe). Lo que queríamos con “La duda” era encontrar un punto que empezó como una investigación en pandemia, por Zoom —así lo compusimos—, de qué cosas hay en común entre el funk brasileño y el candombe. Y todos los acentos son los mismos. Quisimos acercar esos dos universos, ese fue el puntapié inicial. En el medio, el tema tiene una percusión que es una locura, se pone muy callejero. Por eso te digo que es como un Drexler peyotero: conecta con una cosa bastante visceral.

—¿Desde qué lugar empezaste a trabajar este proyecto? ¿Con una idea clara o dispuesto a investigar y ver hacia dónde te llevaba eso?

—Quería hacer algo que me representara y que lo anterior derramara en lo nuevo, pero no para seguir en lo mismo, sino para señalar que todas esas cosas me conforman. Y decir: bueno, este es el disco de Juan Campodónico, que tiene cosas callejeras, tiene cosas clásicas sofisticadas, y todo eso es parte. También sentía que el personaje de Juan Campodónico había estado siempre atrás del vidrio del estudio, y había que ponerlo en la portada. Había que ponerlo a la vista y explicarlo. ¿Quién es esta persona?

—¿En qué momento supiste que esa grabación antigua de tu padre, César Campodónico, iba a cerrar el álbum?

—Increíblemente el orden del disco es medio el orden en que se hizo. “Milo” surgió al comienzo y “Simplemente la belleza” fue lo último. Le di muchas vueltas porque quería hacer algo con eso, pero hasta que encontré qué usar, qué no, cómo exponerlo y con qué música, pasó tiempo. Le puse una música muy setentas, con cosas medio funky, medio Piazzolla también, que viene de esa época. La voz de mi viejo es divina.

—¿De qué hablabas con tu padre, qué tipo de charlas tenían?

—Infinitas. Mi viejo era un libro abierto. Era profesor de geografía, maestro y director de teatro, con mucha educación: se formó en Uruguay y estudió teatro y geografía en Europa. Era un libro abierto. Yo creo que la cultura que tengo no la aprendí en la escuela pública mexicana, la aprendí en mi casa. La heredé. Inclusive toda la información del mundo de las artes viene de ver a mis viejos hacer sus obras. Y eso capaz que lo empecé a ver con el tiempo. Cuando fui adolescente me dediqué a la música porque supuestamente era algo bien distinto, pero ahora lo veo de lejos y es muy parecido. Igual estuvo bien. Era un tipo muy interesante mi viejo, muy brillante y con mucha cultura. Era re lindo charlar con él de lo que fuera.

—Incluir esa pieza, “Simplemente la belleza”, es todo un gesto político, una gran declaración de principios...

—Es muy de época también.

—Pero elegís traerla a un disco que sale en 2025. También es algo novedoso en tu obra.

—Puede ser, sí… Cosas de la paternidad (se ríe). Pero tiene algo de eso. Pasa que estamos en un momento muy complicado y hay muchos de esos temas que atraviesan todo y dejan de ser políticos: son temas personales.

JuanCampodónico
Retrato de Juan Campodónico para el lanzamiento de su disco solista, "Todo esto tampoco soy yo".
Foto: Gastón Gadda

—En “Milo” se incluyen versos de “Brillo”, de Eli Almic, y uno es: “Andá a saber qué voy a hacer cuando decía deshacer todo lo que me construí”. Embarcarse en el proyecto más personal también es deshacerse y desarmarse un poco...

—Total. Pero eso también tiene que ver con el título del disco, ¿no? El “todo esto tampoco soy yo” refiere a que hay una búsqueda de quién es uno, de una identidad. Y quién es uno también es una construcción. Hasta el último día que estés en esta tierra vas a estar creando la persona que sos. Entonces yo creo que está en sintonía con lo que pretende el disco: no había un artista Juan Campodónico, lo estamos creando. Obvio que no es de la nada: lo estamos basando en una identidad, en unas raíces, un montón de cosas, pero tiene algo de eso, de reinventarse, y de la creación en sí. Y con el mundo de la paternidad y todo eso de ver lo nuevo.

—De descubrir el mundo desde otro lugar: ser padre por primera vez es aprender de cero algo que nadie enseña. Hacer un primer disco con nombre propio también trae descubrimientos.

—Sí, para mí fue una oportunidad de hacer todo, sin dejar de ser quien soy, pero desde una perspectiva totalmente diferente. Es eso, cuando vi la página de Spotify de Juan Campodónico con dos remixes vi una oportunidad, vi una hoja en blanco y dije: pah, esto está buenísimo, es algo que no está y que tengo que hacer. Y qué bueno tener, a esta edad, algo que nunca hice. Capaz que había sido un poco pudoroso en eso de ponerme yo ahí. Siempre queriendo esquivar el foco, el protagonismo... Yo no sé de dónde viene eso. Pero sea lo que fuera, quedó sanado.

—Quizás tiene que ver con el mundo del teatro.

—Puede tener que ver, es un trabajo muy colectivo el del teatro, pero también pienso en la época, en todo lo que nos tocó vivir, que también fue una cosa colectiva. El exilio fue una cosa bastante traumática para los adultos, pero en la interna de nuestra familia siempre se respiró una aire de bondad y belleza, como que estaba todo muy protegido por mis padres. Nosotros éramos muy chiquitos, teníamos 5 y 7 años cuando nos fuimos de Uruguay. Estuvimos un año en Argentina y en el 76, que fue cuando se pudrió todo mal y empezó a desaparecer gente por todos lados y mataron a Michelini y a Gutiérrez Ruiz, decidimos irnos a México. Y ahí había todo otro clima, un marco social que contuvo a toda esa gente, y mis padres usaron el teatro para contar un poco la peripecia que les estaba pasando. Cuando estábamos en México, nuestros viejos nos transmitían idolatrar a Uruguay, un lugar que no conocíamos. Yo tengo un amor profundo por Uruguay y digo: ¿de dónde viene esto? Y bueno, de haberlo deseado, por más de que en aquel momento las instituciones de Uruguay nos expulsaron.

—Cuando vos volviste a Uruguay y te instalaste a vivir acá…

—Era chico, tenía 13 o 14 años.

¿Y pudiste mantener esa idolatría o te pareció que este lugar no tenía nada que ver con lo que te habías construido?

—Cuando conocí Uruguay me pareció increíblemente bonito, bello. Era tan distinto de lo que conocía, otra geografía, otro clima, todo distinto. Pero claro, llegó el invierno y me moría de frío. Tenía unos championes All Star que la suela era finita, para el trópico (se ríe). Pero por más de que mucha de mi actividad me ha llevado fuera de Uruguay, yo siempre he querido vivir acá, conectar con las cosas de acá, desde la música misma. Como que siempre quiero investigar en el tango, en la milonga, en el candombe, tratar de hacer algo nuevo con eso, con otra mirada, o poder aportar desde mi experiencia vital de haber sido un traductor entre culturas distintas. Me acuerdo, desde que era muy chiquito, que nos mandaban música uruguaya en cassettes y venía un tema de cada artista de aquel momento —ponele, “Aquello” de Jaime Roos, uno de Canciones para No Dormir la Siesta— y era un universo que venía en cassette. Y en mi barrio había una disquería y era todo soul, funk, música de comienzos de los ochenta, Michael Jackson, otro sonido. Y llegaban esos cassettes de Uruguay con “A redoblar” y era como meterse en un mundo nuevo.

—Un mundo que representaba otra conexión con la vida, con lo vital.

—Pero yo creo que todas esas cosas están en mi música. O sea, escucho temas de Bajofondo, escucho "Pide Piso", y siento que está el soul de esa época, el soul y el funk, pero después tiene como la cosa medio tanguera y medio melancólica. Está todo eso.

—Pensando en la canción que hiciste con Joséan Log, “Frik”, una oda a lo raros que somos, la rareza es algo que conecta a tus principales proyectos. El Peyote en su momento lo fue, Bajofondo también, Campo, incluso algunas experiencias de producción. Sin embargo, no pienso en vos como alguien que intenta hacer “cosas raras”. ¿Qué te pasa con la extrañeza?

—Me gustan las búsquedas, la innovación, cómo decir algo de una manera nueva. Eso es lo que me interesa cuando escucho música: que me sorprenda. Creo que la temática de “Frik” es que somos todos distintos… Y finalmente, ¿qué es lo normal? Por eso dice: “hagamos una revolución de raros”. Porque los que son normales están llevando al mundo a un lugar realmente mucho peor. Y nosotros, que somos los raros, mejor juntémonos. Yo creo que es una sensación muy humana: todo el mundo se siente distinto del otro. Capaz que la extrañeza es eso. Cuando volví a Uruguay, en el liceo era "el mexicano". Pero no hay una búsqueda de lo raro. Sí hay una búsqueda de lo nuevo. También es una estrategia para mantenerse creativo. No sé de dónde viene eso, pero me ha servido para hacer música y para que la música que he hecho haya perdurado. Pero no me considero un raro en particular. Siento que todo el mundo está en la condición esa de sentirse un poco un sapo de otro pozo.

—¿Tenés un hallazgo favorito en el disco, una secuencia de acordes, un sonido?

—Me gusta mucho todo, pero hay cosas que me gustan más. “El Pinar” me encanta porque es como llevar la milonga al ambient. Es una cosa que no había ocurrido, toda esa onda de los pads re atmosféricos tipo Brian Eno, pero con un toque milonguero en la guitarra. Me gusta el hecho de haber sampleado a mi viejo, me encanta; y en “Onda expansiva” me encanta que se pone como un tema tecno clásico dosmilero. Nunca había hecho algo así. Y me parece interesante cómo conviven las canciones que son bien de autor, con letras que dicen algo y reflexionan, con otras más físicas, para sentir con el cuerpo, para moverse. Que todo eso pueda ser parte de la estética del disco, que no desentone, resulta interesante.

—¿Sentís que aprendiste algo de vos en este proceso? ¿Te reveló algo?

—Sí, me reveló un montón de cosas, sobre todo eso de poder hacer todo nuevo, de nuevo. Eso es re lindo, fresco, y me parece lo más interesante: después de tantos años de producir música y hacer proyectos artísticos, poder construir algo que sea fresco, que tenga su impronta. Y que la gacetilla no empiece diciendo: “Otro disco de Juan Campodónico”. Esta es una especie nueva. Esa es la parte que me gusta.

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