Después de ver el show 2025 de Ca7riel y Paco Amoroso, de todas las cosas en que una se puede ir pensando —en las formas de los vestuarios bowianos del uruguayo Tavo García, en el magnetismo de uno y la plasticidad de otro, en el manejo coreográfico que hacen de cada mueca y cada modulación de voz—, la más intrigante es esta: ¿cómo se sentirá conquistar al mundo con tu mejor amigo al lado?
Catriel Guerreiro y Ulises Guerriero se conocieron en la escuela y se volvieron inseparables por ese orden democrático que establece sentar a los alumnos por orden alfabético. Se descubrieron en la música, hicieron sus proyectos y en 2018 patearon la escena argentina bajo el nombre de Ca7riel y Paco Amoroso. Eran, siempre lo fueron, una rareza: una extraña mezcla de sabor, delirio e influencias de todo el mundo, un sincretismo de la cultura de estos tiempos, de idiomas híbridos y límites difusos.
El mundo recién los descubriría en 2024, con la eclosión de su Tiny Desk. Su presencia en el ciclo de microconciertos de la radio estadounidense NPR los convirtió en sensación entre públicos angloparlantes que desconocían qué decían sus canciones. Nadie necesitaba entenderlos. La musicalidad de su set, la rítmica tribal que le imprimieron a su repertorio, tomó los cuerpos de aquellos que se dispusieron a escucharlos: de repente, "la mano arriba todo el mundo que llegó Paquito" era la mejor de las infecciones.
Ca7riel y Paco capitalizaron ese impulso global con Papota, un disco en clave de sátira a la industria musical que ahora mismo los tiene a la cabeza de las nominaciones a los Latin Grammy, que a la vez incluyó un shortfilm rodado en Uruguay. Con eso tocaron en el festival Coachella, en Japón y hoy giran como número de apertura del rapero más popular de la actualidad, Kendrick Lamar.
Con él cantaron el martes en el Estadio GNP de México, el mismo donde Shakira acaba de completar una histórica serie de 12 conciertos. Dos días después, su nave espacial aterrizaba en Montevideo para sacudir el Antel Arena con un show que apenas precisa una hora para ser explosión, fiesta, impacto.
Como si la gracia fuera subvertir todos los conceptos, Ca7riel y Paco permanecen sentados buena parte de su recital. Ya no hace falta ensayar saltos imposibles como los que practicaba Ca7riel, frenético y desesperado, en espectáculos anteriores. Ahora se entregan a ritmos contagiosos desde sus elegantes banquetas, vestidos esta vez por el diseñador uruguayo Tavo García, que les construyó siluetas geométricas en una estampa de rayas blancas y negras que de alguna forma evocaba uno de los atuendos más icónicos de David Bowie, el mono negro de piernas curvas de Kansai Yamamoto.
Tiene sentido. En su nueva era, Ca7riel y Paco se han convertido en herederos sudamericanos de la tradición freak y espacial de Prince y el propio Bowie, aventurados a una mutación constante. Encantadoramente extravagantes, rompen el paradigma y también el prejuicio que recae sobre su generación y hacen de la música urbana una expresión que no solo puede ser rica: puede ser, más bien, un banquete dionisíaco donde la diversión, la sensualidad y el exceso estimulan todos los sentidos.
Una hora de show es la dosis justa. Pero siempre se quiere más.
Basados en el repertorio de los discos Baño María y Papota, Ca7riel y Paco prescinden de "Ouke", el hit más grande que habían cosechado antes de su era global y una llamativa decisión que habla de su presente. Y recorren sin respiro —y con escasísimo diálogo con el público— temas como "Dumbai", "Baby Gangsta" y "Mi diosa" con rescates más antiguos como "A mí no", que lanzaron hace seis años y en la que denunciaban: "No me llegan los Roca". Desde entonces, las cosas han cambiado mucho.
Con "Impostor", la pieza jazzera que abre Papota y en la que declaran que el Tiny Desk los jodió, las pantallas se convierten en su principal lienzo. Todavía sentados en el pequeño escenario que los mantiene mucho más alto que el resto, el ingreso de una steady cam convierte la experiencia colectiva, multitudinaria, en un registro de plano corto, lleno de muecas y detalles. Para el caso, el recurso de esta cámara —impuesto por Rosalía en su tour Motomami de 2022, y desde entonces replicado hasta el cansancio en giras musicales— es algo más que una herramienta vistosa: Ca7riel y Paco se volvieron mundiales cuando grabaron un concierto que se ve por YouTube, y ahora hacen su actuación para el lente mientras el público los mira en pantalla grande (con subtítulos en inglés o japonés) y los filma con su celular. De eso también habla Papota. Del insólito mundo en el que estamos viviendo, peleados todo el tiempo con aquello a lo que igual queremos pertenecer.
Conciertos como estos también pasan por la necesidad de pertenecer. Sin embargo, en el Antel Arena, el show le gana a la pose: hay algo físico en la propuesta de Ca7riel y Paco que desarma la superficie y activa el goce más primal, el goce del baile, el goce que solo da, que solo puede dar, la buena música. Son maestros del swing y aciertan todas las decisiones: cuando entran los vientos en "Cosas ricas" y ellos se contornean en sus asientos, cuando traen un instante de "Yendo de la cama al living" de Charly García y lo cuelan en su versión de la "session" de Paco con Bizarrap, en la intensidad que le estampan a la romántica “Pirlo” o en cada inflexión de la voz plástica de Ca7riel que va de lo melódico a lo gutural sin escalas, como si estuviera al borde del exorcismo.
La cumbre de todo eso es "La que puede, puede", en su versión Tiny Desk. Para ese entonces, por fin abandonaron sus asientos y están en una pasarela que los acerca aún más al público y donde también hacen su bloque electrónico, con canciones como "Sheesh", "Supersónico", "Ola Mina XD" y así. Pero es "La que puede, puede" la que lo condensa todo: una percusión urgente, de raíz negra, absolutamente atemporal, que conecta al cuerpo con la tierra y a la vez con algo intangible y en la que se derrama lo viral, el talento y el ingenio como ingredientes mezclados con precisión de pastelería. Esto es lo extraterrestre: cuando Ca7riel y Paco están en el escenario conectan con otra sintonía del mundo y aunque sea por una hora, nos arrastran con ellos.
Se reservan para el final “Cono hielo”, “#Tetas” —con una hilarante performance de musculosos en ropa interior— , “Día del amigo” y “El único”. Se despiden con un abrazo inevitable que los deja ahí, juntos, de frente a una ovación que hoy es en Uruguay, mañana en Colombia, después en Brasil, después en Chile y en octubre en Ámsterdam, Bruselas, París, Oslo, Estocolmo, Berlín, Zurich, Milán y que abre la pregunta inevitable: ¿cómo será conquistar el mundo con tu mejor amigo al lado y hacer feliz a tanta gente en el camino?
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