Isabel Allende con Blanca Rodríguez: lo que más la cautiva de Uruguay y cómo enfrenta el "tobogán de la vejez"

Este jueves, durante la jornada inaugural de la Feria del Libro 2025, la escritora chilena presentó "Mi nombre es Emilia del Valle", su nuevo libro, en el Teatro Solís. Así fue el diálogo con la senadora.

Isabel Allende y Blanca Rodríguez en el Teatro Solís.
Isabel Allende y Blanca Rodríguez en el Teatro Solís.
Foto: Estefanía Leal.

Empieza a anochecer en el límite entre el Centro y la Ciudad Vieja. Es jueves, faltan unos minutos para las 19.00, y la fachada del Teatro Solís —tan imponente, tan emblemática— se transforma. “Bienvenida, Isabel Allende”, celebra un enorme estandarte con el rostro de la autora, colgado entre las columnas centrales. A los lados, otros dos anuncian la 47ª Feria Internacional del Libro, recién inaugurada. Y arriba, como coronando la escena, la bandera de Uruguay flamea al ritmo del viento primaveral.

La transformación se extiende al interior. En la sala principal, el foso de orquesta se ha levantado para ampliar el escenario, ahora convertido en un living minimalista: dos poltronas grises, una mesa ratona con orquídeas sobre una alfombra. A la derecha, una gigantografía que imita un libro muestra la portada de Mi nombre es Emilia del Valle, la novela que convoca a la sala colmada de lectores expectantes; a la izquierda, otra gigantografía exhibe el clásico pingüino de Penguin Random House.

Isabel Allende es la escritora latinoamericana más vendida, más leída y más querida en todo el mundo, con más de 80 millones de libros vendidos”, comenta Julián Ubiría, director editorial de Penguin Uruguay, para dar inicio a la presentación. “Uruguay no es la excepción: aquí, desde hace décadas, lectoras y lectores encuentran en sus páginas consuelo, alegría, iluminación y se sienten reconfortados por sus libros”.

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La fachada del Teatro Solís.
Foto: Estefanía Leal.

El de hoy es un acontecimiento cultural: el regreso de la chilena a Montevideo luego de 14 años. “Estamos en una fiesta de la palabra, un encuentro de literatura y vida”, dice Ubiría. Entonces entra la protagonista: chaqueta floreada estilo kimono, del brazo de Blanca Rodríguez, que por un rato deja su labor como senadora para retomar su faceta como entrevistadora. La ovación es de pie.

Y para romper de raíz todo protocolo y distancia, la escritora provoca la primera carcajada colectiva: “Mi marido debería estar aquí, porque no me cree cuando le cuento”, bromea. “¿No le cree?”, pregunta Rodríguez, siguiendo el juego. “No me cree nada. Mi hijo tampoco, piensa que soy una mentirosa compulsiva”. Otra carcajada. Apenas 15 segundos le bastan para contagiar complicidad.

Isabel Allende en el Teatro Solís.
Isabel Allende en el Teatro Solís.
Foto: Estefanía Leal.

El clima se genera en el momento perfecto. Cuando la exconductora de Subrayado empieza a enumerar los logros de la escritora —más de 40 títulos publicados, 80 millones de libros vendidos—, el micrófono tipo vincha falla. Ese contratiempo podría resultar incómodo, pero gracias al ambiente que Allende acaba de crear, se convierte en un chiste inmediato. "Yo te dije que estos micrófonos son pésimos. Yo quiero los micrófonos fálicos, esos nunca fallan", dispara con una sonrisa, y la tensión se desvanece de inmediato.

Entonces, la entrevistadora le comenta que las entradas para su presentación se agotaron en diez minutos. "Se los agradezco con toda el alma. Sé que es un esfuerzo llegar hasta aquí, y me emociona que quieran verme. Me da un poco de cosa, porque se van a llevar un chasco", bromea.

Cuando el humor queda de lado —al menos por un rato—, Allende habla de su vínculo con Uruguay. Lo compara con Mi país inventado, la novela autobiográfica que publicó en 2003: “Es como el Chile de antes, el que amaba; el que se parece al Uruguay de ahora”. Más adelante, agradece la “ola de cariño, entusiasmo y generosidad” de sus lectores: “Recibo cientos de correos cada día; es como si nos conociéramos. Soy una especie de consultora sentimental”, dice con una sonrisa.

Isabel Allende en Uruguay.
Isabel Allende en Uruguay.
Foto: Estefanía Leal.

Luego, la conversación se desplaza a temas más serios. Allende muestra su preocupación por la situación política de Estados Unidos: “Hay censura de prensa, hay militares enmascarados en la calle, están deportando gente”, lamenta. Después, se toma un momento para hablar sobre esta etapa de su vida. “Tengo 83 años, y bastante bien llevados… cuesta mucha plata”, bromea.

Reflexiona sobre la vejez con mezcla de humor y lucidez. “Mi hermano me habló de un esquema llamado ‘tobogán de la vejez’. Al principio ni se nota, pero a medida que empiezan a fallarte las cosas, se acelera hasta que llegas a la ancianidad, cuando dependes del otro y todo falla. Cuando no puedes caminar, llega la decrepitud”, dice. “Me di cuenta de que los 80 son un umbral. Lo que me queda es vivir este tiempo con la máxima alegría y vitalidad posible. Además… estoy enamorada, ¿se pueden imaginar? Eso también ayuda mucho”.

Isabel Allende en Montevideo.
Isabel Allende en Montevideo.
Foto: Estefanía Leal.

Sobre Mi nombre es Emilia del Valle, Allende relata que la novela se sitúa en 1891, durante la guerra civil chilena, un momento al que le ve paralelismos con la historia que vivió casi un siglo después, en los años de la presidencia de Salvador Allende. En ambos casos hubo presidentes progresistas que impulsaron reformas dentro del marco legal y se enfrentaron a la feroz oposición del poder económico y militar, con intervención extranjera, de Gran Bretaña en 1891 y de la CIA en 1973.

“En cuatro meses y medio murieron más chilenos que en los cuatro años de la guerra del Pacífico”, dice sobre la guerra civil de 1891, en la que se “mataron entre hermanos”. Le interesaba explorar esos paralelismos históricos y entender de dónde venían esos enfrentamientos internos, pero ambientando la trama en una época de “profundos cambios globales” a fines del siglo XIX.

"Mi nombre es Emilia del Valle".
"Mi nombre es Emilia del Valle".
Foto: Difusión.

El personaje central, Emilia del Valle —hija de una monja irlandesa y abandonada por su padre, un aristócrata chileno venido a menos— encarna ese mundo de márgenes y tensiones. “A mí me interesan las voces inusuales”, afirma. “La gente con sentido común no sirve para una novela. Lo que sirven son quienes corren riesgos, se caen y se vuelven a levantar. Si no hay tragedia, no hay novela. Por eso busco las voces marginales: mujeres, niños, derrotados, pobres, exiliados, refugiados. Esa es la gente que tiene algo que contar”.

Sobre el final de la presentación —que dura poco más de una hora—, Rodríguez lee una pregunta del público. Quiere saber qué le diría ella a la Isabel que estaba empezando su carrera en el mundo literario y "luchaba por hacerse lugar en una sociedad patriarcal".

Allende se toma unos instantes para reflexionar.

"Bueno, le diría que haga más ruido. Y también que no se apure, porque hay tiempo", comenta.

"También me di cuenta de que muchas veces dejé de hacer cosas por susto, por sentir que no tenía suficiente autoestima. Mi padrastro, que era maravilloso, me decía siempre esto: 'acuérdate que todos tienen más miedo que tú'. Por eso, cuando me enfrento a una situación difícil, siempre pienso en eso: los otros están más asustados que yo". Entonces, sonríe.

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