Katya Adaui sobre "Un nombre para tu isla", su nuevo libro: "En la conversación hay una celebración de la vida"

La escritora peruana, ganadora del Premio Nacional de Literatura de su país por "Geografía de la oscuridad", acaba de publicar su nuevo libro de cuentos. Sobre eso, va este diálogo con El País.

La escritora Katya Adaui.
La escritora Katya Adaui.
Foto: Leonardo Mainé.

Un nombre para tu isla inaugura una nueva arista en el universo literario de Katya Adaui. La escritora peruana, ganadora del Premio Nacional de Literatura de su país por Geografía de la oscuridad y seleccionada en 2023 para el Mapa de las Lenguas de Penguin por Quiénes somos ahora, reúne siete cuentos donde el humor, el diálogo, los viajes y el agua son ejes centrales. Es una muestra certera de su talento para explorar los vínculos, siempre desde la precisión, la complicidad y el encanto.

En Un nombre para tu isla (Páginas de Espuma, 790 pesos) desfilan personajes de todo tipo: una narradora que admite sus contradicciones; una pareja que intenta salvar su matrimonio en un viaje a Brasil donde todo falla; dos abogados que construyen su amistad en torno a la competencia; y cuatro amigas que hacen del humor su lazo principal. Es un libro en el que da gusto sumergirse.

La tónica se establece desde el arranque, con “Tripulación, puertas en manual, cross check y reportar”. Ambientado en un vuelo, la protagonista —que hace de la coquetería su modo de vincularse y lograr sus objetivos— se reencuentra con una excompañera laboral, hoy convertida en azafata.

Mientras reconstruye recuerdos de la época en que ambas hacían presencias en bailes, deja pequeñas trampas que juegan con la credulidad del lector. En diálogo con El País durante una fugaz visita a Montevideo para presentar su libro, la autora explica: “Ese primer cuento me dio un tono que va fluyendo en los textos siguientes: el sarcasmo juguetón que usa la mentira inocua para lograr cosas a su favor.”

La risa y el humor tienen un lugar central en la construcción del libro. Para Adaui, reír con alguien es un acto de complicidad. “Derrida decía que, en el instante de la pena más honda, somos capaces de la mayor de las risas, y en el de la mayor risa, de pasar al mayor desconsuelo. Reír con alguien es un sedimento; es donde uno converge con el otro”, explica. Sin embargo, llevarlo a la literatura no es simple. “No funciona el chiste por el chiste; tiene que parecer involuntario, puesto ahí para que el lector lo descubra sin explicación”, dice.

"Un nombre para tu isla", de Katya Adaui.
"Un nombre para tu isla", de Katya Adaui.
Foto: Páginas de Espuma.

—El agua tiene un rol clave en el libro: es uno de los elementos que entrelaza los cuentos. ¿Qué te interesa de trabajarlo como terreno narrativo?

—Qué lindo que llames “terreno” al agua (Se ríe). Bueno, siempre vemos esa foto famosa de la Tierra desde arriba, y es casi todo mar; deberíamos llamarnos Oceánica y no Tierra. Leí hace poco que lo primero que calma a una persona es el agua, aunque sea en una piscina. Siempre me pasó, incluso con una taza, y que el agua ocupe la forma del objeto que la contiene también me parece precioso. El agua me genera fascinación y también espanto... sobre todo de noche. Me aterra, pero me encanta.

—En la presentación del libro, junto a Inés Bortagaray, mencionaste que tu abuela falleció ahogada. Supongo que eso dice mucho de tu relación con el agua.

—Sí, eso marcó mucho mi manera de entender ciertas cosas. A mi papá lo rescataron varias veces los salvavidas. Yo usaba tabla por un problema de oídos y no necesitaba rescate, pero el haber sabido después que mi abuela murió en la orilla —entre un infarto y un ahogamiento, tras salvar a dos niños— me hizo comprender esa fascinación. Esa historia explica mucho de mis ganas de nadar, de meterme, de probar que yo sí puedo sobrevivirle. Y pienso también que escribir es apnea, no crol. Es aguantar hasta que los oídos duelan: esa es la señal para salir, no hay que esperar el aneurisma. Si la escritura te abisma, hay que retirarse antes. Escribir es también preservarse de las propias locuras.

La escritora Katya Adaui.jpg
La escritora Katya Adaui.
Foto: Leonardo Mainé.

—En ese sentido, el diálogo entre personajes marca el ritmo de cada uno de los cuentos. ¿Qué posibilidades narrativas te permite explorar?

—Cuando dos personas conversan inventan un mundo que quizá otra persona no comprende y del que queda afuera. En la conversación hay una celebración de la vida. Yo pienso así: si dos personajes van a dialogar, es para decirse lo más profundo junto a lo más ligero. La conversación, además, es un arte de inteligencia: hay que tener una escucha atenta para saber cuándo callar, interrumpir, protestar, reclamar o pedir. Cuando escribo, siempre pienso con urgencia: si estas fueran las últimas personas, ¿qué se dirían? Por eso, le doy a los diálogos esa urgencia de fin del mundo, para que lo que se diga sea hermoso, sensual, importante y divertido. Que no sea quejumbroso, sino festivo, incluso en la discusión.

—En esos diálogos, además, se reflejan dos formas de relacionarse: "Camalote" aborda la amistad entre amigas, donde reírse de una misma es la regla; mientras que "Tal como está" describe el vínculo de dos amigos en el que lo no dicho se vuelve norma.

—Sí. "Camalote" nació como un homenaje a mis amigas argentinas, con su gran sentido del humor y su capacidad de burlarse de sí mismas. Por ejemplo, cuando les mando la radiografía de mi escoliosis, digo: “Cada vez estoy más Notre Dame”. Otra amiga tiene TDAH diagnosticado, y tenemos la capacidad de reírnos de la herida sin herirnos. Entre buenas amigas hay algo de: “entre gitanas no nos leemos la mano. Sé tu debilidad y la acompaño” (sonríe). Quería homenajear a las amigas del día a día, las que no te molestan con un mensaje tardío, a las que les aguantas todo porque son buenas y divertidas. En cambio, en "Tal como está" pensé: “¿Cómo mostrar que alguien puede ser buen padre y a la vez corrupto?”. Les di escenas tiernas con sus hijos en la playa, pero al mismo tiempo están metidos en algo que les va a costar caro. Yo me pregunto si entre amigos hombres se cuentan todo o si lloran juntos. Sospecho que algunos sí, pero no todos. Sin embargo, tengo amigos hombres con quienes puedo reír y llorar, y me gusta esa sensibilidad. Me gusta la gente jodona, la que se ríe.

—En "Tal como está", además, la relación entre esos dos amigos parte de la competencia. Incluso uno de los protagonistas aborda sus problemas con el manejo de la ira...

—Las mujeres también tenemos ira, pero a veces un hombre enojado me da la impresión de alguien que lanza objetos por la ventana. ¿Qué tanto dolor tiene adentro para lanzar lo querido, de lo que luego se va a arrepentir? Debe ser duro vivir con esa rabia. La rabia y la violencia siempre me interesaron. Al comienzo, mis cuentos tenían hombres, nunca mujeres. Pero cuando escribí "Tripulación..." me pregunté qué pasaba si ponía mujeres como protagonistas. Los primeros cuentos son de mujeres; en la mitad aparece un niño, entra el varón y todo cambia. No es la misma energía. Surgen otras violencias, otras preocupaciones.

—¿Qué descubriste en ese abordaje?

—Yo quería, como Virginia Woolf, que se olvidaran de que soy mujer al leerme. Siempre tuve miedo de que no me leyeran por ser mujer. Por eso, mis primeros personajes fueron hombres: era un reto, porque lo femenino me resultaba conocido, y quería demostrar que podía escribir hombres sin recurrir a “barba, pito y calzoncillo”. Cuando sentí que lo había logrado, me animé a escribir mujeres y a rendir pleitesía a mis vínculos de amistad. Cuando mis amigas leyeron "Camalote", me decían: "Boluda, ¿cómo te acuerdas de esa situación?”. Además, como soy la no-mamá del grupo, veo el esfuerzo de mis amigas por reunirnos. Alguien dijo que este es un libro sin hijos, porque están mencionados pero la palabra que me perseguía era “presencias”. ¿Cómo narrar las ausencias como presencias? En el cuento del niño, por ejemplo, hay una especie de padre. Cuando bajó el énfasis de las mujeres, entraron los varones, y moví los cuentos para que conversaran entre sí.

El punto de quiebre es, como decís, "El niño". El protagonista es un niño solitario, que está en la playa absorto en su juego de armar un castillo de arena. Está, en diálogo con el título del libro, metido en su propia isla. Me cautivó la imagen del vendedor ambulante con un zapato de bebé colgando de la caja donde lleva los cigarros...

—Sí, en Lima hay vendedores de chicles, caramelos y cigarrillos que van por la playa. Y un día me llamó mucho la atención que hubiera un chico que tuviera una remera con la cara de un niño chupete de bebé colgado junto al destapador y el encendedor. Y me pareció fuera de contexto, porque esas cosas suelen ir en los autos, al menos en Perú. Quise combinar eso con lo que pasa cuando se pierde un niño: en Argentina se aplaude mientras que en Perú es grito y drama. Inventé, entonces, una playa peruano-argentina —que no existe, porque no somos frontera— y me pregunté cómo narrar esa escena sin dramatizarla, para dejar que el niño sea solo un niño. Quizás no está perdido, quizás solo está jugando. Qué tierno que se preocupen por él, pero como me dijo un amigo el cuento trata sobre la frase de Emil Cioran que me encanta: "El mundo es un infierno de salvadores".

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