Mariana Enriquez sobre "Archipiélago", su nuevo libro: "Escribir es un viaje larguísimo que no termina nunca"

La escritora argentina, radicada en Tasmania desde principios de año, dialogó con El País sobre su nuevo libro, su obsesión con Francisco Piria y el fenómeno cultural que genera Taylor Swift.

Mariana Enriquez.
Mariana Enriquez.
Foto: @erickvalero.s.

Cuando Mariana Enriquez se conecta a la videollamada, tres detalles se roban la atención: su buzo rojo intenso, la heladera cubierta de imanes y la noche cerrada. En Montevideo son las 9.30; en Launceston, las 22.30. La escritora está al norte de Tasmania, la isla donde se instaló a inicios de año. En marzo lo anunció en Instagram: “Me mudé a Australia. Voy a viajar por trabajo como siempre y volver todos los años a la Argentina, pero mi base ahora estará acá. No mucho más, bah, el resto es personal”.

Aunque la conversación aborda otros temas, la mudanza tiene un trasfondo familiar: según relató en una entrevista reciente con Irresistible Magazine, su esposo australiano vivió con ella en Argentina durante 20 años y ahora decidieron radicarse en Tasmania. A pesar de los cambios, su actividad profesional sigue en marcha: se prepara para una gira literaria que comienza el 6 de setiembre en Italia y continuará por España. Allí reeditará Cómo desaparecer completamente (2004), su segunda novela, que saldrá por Anagrama y más adelante llegará a Uruguay. “La volví a leer ahora y me sorprendió”, comenta. “No me la acordaba: hace 20 años que la escribí, y es muy distinta de lo que hago”.

Pero el motivo central de este diálogo es Archipiélago, su flamante libro de ensayos autobiográficos, en el que reconstruye su historia como lectora. Desde la epifanía que le provocó La historia interminable, de Michael Ende, hasta la sensación de comprensión que le dio Menos que cero, de Bret Easton Ellis, Enriquez recorre 29 “islas” que reflejan la forma intuitiva en que construyó su educación literaria.

Editado por Ampersand y disponible en librerías por 640 pesos, Archipiélago ofrece una mirada profunda y enriquecedora a su mundo literario. Sobre eso va esta entrevista.

—El año pasado protagonizaste el ciclo Espectro Enriquez, que incluyó la adaptación teatral de Las cosas que perdimos en el fuego, talleres, charlas y hasta el reconocimiento de Visitante Ilustre. ¿Qué balance hacés de esa experiencia?

—Fue genial porque no me esperaba tener tantos lectores en Montevideo. La pasé superbien, y que se hiciera la obra fue muy interesante. También curé un ciclo de cine en Cinemateca, que era mi sueño del mundo, así que fue una semana intensa y divertida que me dejó con muchas ganas de volver. También visité cementerios, de los que voy a escribir en una ampliación de Alguien camina sobre tu tumba; voy a hacer un capítulo especial sobre el cementerio donde está Piria, que ahora no recuerdo cuál es...

—El del Buceo...

—¡Ese! Y el capítulo va a empezar con un viaje a Piriápolis porque hace muchos años me obsesioné con él. Hay una ruina de Piria cerca de La Plata, y hace mucho íbamos a fumar porro ahí; ese edificio tiene toda una historia… Así como pasó con el Palacio Salvo, que tiene uno igual en Buenos Aires, Piria hizo lo mismo con su castillo de Piriápolis, pero el de Argentina quedó abandonado. Entonces, fui a ver la tumba de Piria, y una amiga de Leonel (Schmidt), el director de la obra, me hizo una visita guiada espectacular, así que la voy a incluir en el capítulo. Volví muy entusiasmada de Uruguay.

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Mariana Enriquez.
Foto: Nora Lezano.

Archipiélago, tu nuevo libro, tiene una conexión con el anterior, Porque demasiado no es suficiente: en tus ensayos se va colando tu biografía. Uno repasa tu vida como lectora y el otro tu fanatismo por la banda Suede. En ese sentido, ¿qué tan importante ha sido el arte como forma de explicar tu vida?

—Muy importante. Yo no llevo diario porque me da fiaca, y todas las veces que intenté hacer cosas por el estilo —como anotar mis sueños—, los planes me duraban dos semanas. No está en mi personalidad el registro obsesivo, no lo puedo soportar. Entonces, escribir ambos libros me llevó a un ejercicio de reconstrucción de la memoria, y como no llevo diario, la única guía que tengo son los objetos culturales. El libro de Suede lo armé mirando los discos, los fanzines y las fotos que tenía guardadas de la banda y mías. Y en Archipiélago fue algo similar, por eso incluí las ediciones y sus apariencias. En ese proceso me empecé a dar cuenta de la enorme compañía que son los objetos culturales. En Archipiélago, además, pude ir viendo cómo un libro era tan compañero que me iba llevando de la mano a otro...

—O incluso descubrir a Rimbaud porque Patti Smith lo nombró en una entrevista...

—Claro. Porque yo no estudié Letras y conocí a escritores relativamente tarde en mi vida. Entonces, me acompañaron en ese sentido: hice una formación no sola, sino con ellos —los músicos, los libros, los artistas—, y no tanto con personas tangibles. Sin maestros, por decirlo de alguna manera.

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"Archipiélago", el nuevo libro de Mariana Enriquez.
Foto: Ampersand.

—Hay otro aspecto clave en esa mirada: cuando narrás tu adolescencia y primera juventud en La Plata, solés describir a una Argentina con crisis económica, tensa. Aparecen también los fantasmas del sida, la dictadura y la guerra de Malvinas, junto con la constante sensación de no ser comprendida. Sin embargo, la cultura aparece como un refugio, por eso en Archipiélago escribís: “Leer es tener una conversación con alguien que te entiende”. ¿Cómo viviste eso?

—Tengo muy claro que durante un período muy largo y muy formativo de mi vida necesité el diálogo. Y, en general, me parece muy importante el diálogo cultural, la identificación y la necesidad de saber que alguien te escucha... (Se interrumpe) Hoy me levanté y el primer mensaje que leí fue el de una amiga que me decía que se había comprometido Taylor Swift. Y me llama la atención cuánta incomprensión hay alrededor del fenómeno cultural que genera ella...

—¿En qué sentido?

—En el de que había un montón de chicas contentas como si se casara una amiga. Y provocar eso con canciones y con una forma inteligente de presentarse a sí misma, que por supuesto tiene que tener como artista pop y empresaria, es de un valor que se subestima permanentemente. En general, se toma como un chiste, y yo veía los videos de las chicas enterándose de la noticia y pensaba en lo lindo que es ser una chica y estar contenta y organizar una fiesta por una persona que no conocés, pero que te dio muchísimo con sus canciones y puso en palabras lo que vos sentiste en determinado momento. Es una suerte eso. Por supuesto, no es todo lo que tiene que hacer el arte, pero en ciertos momentos de vulnerabilidad es muy necesario tener a alguien así. Yo siento que hay una concepción de que el arte tiene que ser más elegante que ser tu amigo, pero puede ser ambas cosas: lograr la identificación y ser sofisticado.

—¿Cuál es el primer ejemplo que te viene a la mente cuando se trata de ambas cosas?

—Rimbaud. Cuando lo descubrí yo tenía una incomodidad vital: odiaba a todo el mundo, estaba furiosa, era muy tóxica y tenía muchos consumos problemáticos, como se le dice ahora; era un estado de rabia total. Me acuerdo que Argentina era un “pfff” (hace un gesto de explosión) y justo se había estrenado Tango feroz. Yo iba por la calle vestida toda de negro, y me crucé con unas chicas hippies que regalaban flores, y cuando las vi casi les rompo la cara. En serio. Y la primera vez que leí ese odio a todos los demás, esa profunda incomodidad con tu cultura y tu generación, fue en Rimbaud. Pensé: “Este está como yo, no soporta nada”. Y no te digo que me alivió, pero sí tuve la sensación de que no era la única a la que le pasaba. Después terminé estudiando francés para poder leerlo. Es una especie de diálogo que hacés con el autor: te podés sentar a hablar con una persona a la que le pasa lo mismo, porque a veces no encontrás a nadie a tu alrededor que esté pasando por lo mismo que vos. Así que fue muy importante haber encontrado a alguien capaz de expresar lo que me pasaba de verdad. Es, entre otras cosas, lo que suele hacer un artista.

—Justo ayer compartiste en Instagram varios “fan art” inspirados en tus cuentos que te hicieron llegar tus seguidores. ¿Qué sensación te deja saber que, ahora, vos sos capaz de generar esa identificación en las personas que te leen?

—Es el honor más alto porque sé lo que se siente; yo lo viví con otros. Después, que me parezca incomprensible o me sorprenda que a alguien le pueda pasar eso con algo que escribí, es otra cosa. Pero poder lograr eso es la satisfacción más grande después de haber escrito algo y publicarlo. Es más, que un lector le haya dedicado tiempo a un pedazo de imaginación que tuve ya me parece delirante. Pero haber cumplido esa función que comentás es una de las pocas cosas en este oficio que te hacen sentir realmente humilde y decir: “qué poder tiene la literatura”. Escribir es un viaje larguísimo que no se termina nunca, porque cuando pensás una idea es mucho más fácil que llevarla a papel. Después viene la corrección y en mi caso, algo que es una suerte pero también me lleva mucho tiempo, que es la promoción y hablar de los libros. Justo Archipiélago es un libro del que se puede hablar mucho, pero en ficción la respuesta real es: “No sé, se me ocurrió”. Entonces, lo que te rescata de todo ese viaje, que es muy frustrante y divertido a la vez, es que eso que vos pensabas en tu habitación, en la noche, va a acompañar a alguien en el futuro.

—En Archipiélago describís el descubrimiento de La historia interminable, de Michael Ende, donde experimentaste por primera vez que una lectura podía atraparte por completo. Esa sensación se intensificó cuando leíste a Stephen King y notaste que también podía sentirse en el cuerpo. Algo parecido sentí yo hace unos años con "El chico sucio", de Las cosas que perdimos en el fuego. Entonces, ¿qué tan importante es para vos generar ese tipo de experiencias en los lectores?

—Es importante, y creo que cada vez es más difícil generarlo, porque hoy la lectura enfrenta muchas otras ofertas de entretenimiento. Cambió el panorama. La literatura juvenil, por ejemplo, es enorme hoy, sobre todo el fantasy, que condiciona un tipo de sensibilidad porque muchas obras son muy parecidas. Las sensaciones físicas de atrapamiento suelen ocurrir con la sorpresa: a mí me pasó con textos inesperados, que me desafiaban y que no entendía del todo.

—Como Cementerio de animales...

—Sí, porque lo leí muy chica y me impresionó mucho. No es un libro para la pubertad, porque trata la muerte de forma cruel y grotesca. Si lo leés después lo entendés mejor; de chica fue shockeante. Hoy, en general, la narrativa tiene cierta estandarización emocional. Me preocupo menos por los gustos, pero sí por lo emocional: muchas historias son muy parecidas. Hace unos días fui a ver Buenos Muchachos, de Scorsese, que la pasan en un cine de acá, y pensé en lo sorprendente que es ver algo que es técnicamente viejo —porque se estrenó en 1990—, pero con una libertad formal que ya no encontrás tanto. Ves la película y notás que no tiene arco; hoy, en un momento hiperestimulado, paradójicamente, no hay narrativas tan impactantes. Son muy predecibles y domesticadas. Entonces, provocar eso que me mencionaste es algo que quiero hacer para romper esa monotonía, y no solo con los lectores, sino para mí misma también. Trato de buscar dónde estaban esas cosas que, cuando las leía o las veía, decía: "Uh, esto me está cambiando la percepción"...

—¿Algún otro ejemplo que recuerdes?

—Creo que no lo puse en Archipiélago, pero El ruido y la furia, de Faulkner, es uno. La última parte, que es la que menos se cita, es la del menor de hermanos, que descubre el incesto de los otros, y mientras hace frente a la granja, le duele la cabeza y hace mucho calor. A la página 25, estás tan agobiado y es tan contagioso lo que describe, que lo sentís en el cuerpo. Faulkner tiene libertad total, y eso me impacta: logra que, donde estés, termines con dolor de cabeza y con calor. Y decís: "Pero, ¿cómo?" (se ríe). Cuando lo analizás un poco te das cuenta de que este tipo tiene una libertad de contar lo que está contando y no le importa nada; va a estar 80 páginas en la cabeza del personaje, con el dolor de cabeza, y no va a aflojar. ¡Es un atrevido! Creo que lograr que le pase eso en el cuerpo al otro tiene que ver con lo lejos que está llegando el escritor, lo mucho que se está atreviendo. No tiene que ser necesariamente una cosa gore, o sexual, o las cosas que entendemos como transgresoras, porque esto que te cuento es calor y dolor de cabeza, pero lo sentís.

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