Mientras prepara los últimos detalles de Novela, el disco que grabó en Londres y Madrid inspirado en un proyecto trunco de mediados de los ochenta, Fito Páez se embarcó en su nueva aventura retrospectiva. Se trata de la gira Páez 4030, que celebra las cuatro décadas de su debut, Del 63, y las tres de Circo Beat, la continuación del colosal El amor después del amor. El espectáculo, que repasa por completo y en orden ambos discos, desembarcará esta noche en el Antel Arena para dos shows con entradas agotadas.
Las fechas —una hoy, la otra mañana— se iban a realizar en noviembre, pero un accidente doméstico obligó a Fito a reprogramarlas. En setiembre, el rosarino se quebró cinco costillas y debió poner en pausa su agenda. La preocupación duró poco: a los dos meses ya había vuelto a los escenarios para llevar Páez 4030 a Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Santiago de Chile.
Montevideo será la última parada de esta gira que nació de pura casualidad. Según relató en su cuenta de Instagram, todo inició en un boliche de Madrid durante una pausa en las grabaciones de Novela. Páez llevaba un mes sumergido en sus nuevas canciones y necesitaba un respiro musical. “Poneme un piano, que quiero ver gente y tocar un poco”, le dijo a la dueña de Casa Brava, el local donde se originó este proyecto que hoy alegra a los nostálgicos.
En medio de su presentación, el argentino se lanzó a una improvisación y, sin darse cuenta, el reencuentro con una melodía lo atravesó. No tiene claro si fue “Las tardes del sol, las noches del agua” o “She’s Mine”, ambas de Circo Beat, pero sí que había “alguna cosa” de Del 63. Entonces, se iluminó: ambos discos celebraban cambio de década y esa era la excusa perfecta para “recuperar el calor del vivo” luego de un proceso tan exigente como el que requirió la grabación de Novela. Así, la gira se convirtió en un puente entre su pasado y su próximo paso.
Ese diálogo entre las novedades y los recuerdos se convirtió en una constante en la obra de Páez desde la irrupción de la pandemia. En plena cuarentena obligatoria, no solo se lanzó a grabar la trilogía titulada Los años salvajes, sino que también escribió Infancia y juventud, un imperdible libro de memorias en el que reconstruye su biografía desde su niñez en Rosario hasta la salida de El amor después del amor. El texto, además, alimentó el guion para la serie biográfica que fue todo un fenómeno de Netflix y que acercó a Páez a una nueva generación.
La celebración de los 30 años de El amor después del amor marcó otro hito. Con una gira multitudinaria —en Montevideo convocó a 60 mil personas en la Rambla—, Páez emuló la dinámica de Páez 4030 al interpretar el disco completo. Además, lanzó EADDA9223, una versión reimaginada del álbum, en la que colaboró con artistas invitados para darles una nueva vida a sus clásicos.
Sin embargo, esta libertad para revisitar su obra no siempre fue parte de su carrera. Durante la década pasada, Páez priorizó una frenética producción de discos —algunos oportunos, como Confiá y Yo te amo, y otros olvidables, como Rock and Roll Revolution— mientras lidiaba con las expectativas de críticos y fanáticos que reclamaban otro El amor después del amor. Sus únicas miradas al pasado fueron las giras que celebraron los 20 años de EADDA y los 30 de Giros. El público estuvo agradecido.
Todo cambió con La ciudad liberada (2017), un disco que renovó la atención sobre su obra gracias a críticas entusiastas, como la de Rolling Stone, que lo calificó como su mejor trabajo en dos décadas. Más tarde, La conquista del espacio (2020) consolidó su resurgir creativo, que cosechó premios como dos Grammy Latinos y cuatro Gardel.
Hoy, con su lugar reafirmado como un compositor relevante, Páez parece más libre para celebrar su pasado. Páez 4030 no solo revaloriza su talento como narrador musical, sino que también rescata joyas de Del 63 como “Tres agujas”, “Sable chino”, “Viejo mundo” y “Canción sobre canción”, que hacía mucho no se escuchaban en vivo.
El origen del camino
Hace tanto que Páez está entregando clásicos, que uno tiende a olvidarse que aquel flacucho de rulos rebeldes y lentes enormes tenía 21 años cuando lanzó ese primer disco. Del 63 fue la carta de presentación y el desembarco definitivo en Buenos Aires de quien ya había construido una trayectoria admirable dentro del movimiento de la trova rosarina. Había sido la mano derecha y el director musical de Juan Baglietto en los emblemáticos Tiempos difíciles y Actuar para vivir, para los que escribió los clásicos “Puñal tras puñal”, “La vida es una moneda” y “Actuar para vivir”.
Decidido a avanzar por su propio camino, se mudó a lo que describió como “un sucucho desangelado” con poco más que un teclado Roland y la creatividad en plena ebullición. Alcanza con decir que su primera cosecha porteña fue “Tres agujas”, que captó la atención de Charly García, su héroe musical. “Tan exótica y auténtica”, definió Páez en sus memorias. “De un modo u otro, creo que esta es la primera canción en la que empiezo a reconocerme. Paradójicamente, no podía hacerlo en aquel momento, y fundó algo en mí que años más tarde Fernando Noy rubricaría con exactas palabras: ‘Cuando más me gusto es cuando no me reconozco en lo que hago’”.
El disco se grabó en los legendarios estudios Panda, y Páez estaba decidido a grabar un álbum experimental que echara mano de las innovaciones tecnológicas de la época; de ahí el guiño a la tipografía de Ghost In the Machine de The Police en la portada. Muros de sintetizadores y coros, mucho reverb, un bajo fretless y los golpes como latigazos de una batería con aires a “In the Air Tonight” fueron la receta de un álbum que buscaba actualizar sus influencias de géneros como el folclore y la bossa-nova.
Así como la música, las letras son hijas de la época en que Argentina recuperaba la democracia. En “Del 63”, que abre y da nombre al disco, Páez sintetiza su historia y la hace dialogar con la de su país en cuatro minutos. Habla del descubrimiento de la obra de Tom Jobim y los Beatles, y la contrapone a la asfixia que trajo la dictadura. “Ya corría el ‘76: no se puede andar solo en la calle sin un revolver”, escupe. “El siglo se muere y no cambia más, / Está agonizando en cualquier hospital. / Nosotros tenemos la culpa y hay que solucionarlo”.
Eso no es nada si se la compara con la feroz “Cuervos en casa”, en la que lleva su voz al límite mientras grita con rabia: “Qué flaco estoy, no es casualidad, están chupándome la sangre, / Cría cuervos, la Casa Rosada”. Pero como se volvería costumbre en su obra, también ofrece un bálsamo de esperanza ante tanta oscuridad. El cierre, “Un rosarino en Budapest”, deja en claro la herramienta que definiría su defensa ante todo lo que vendría luego: “Cantaré, cantaré, esa es mi única arma”.
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