Sobre todo, Iván Krisman es bajista. Cuando tenía 12 años y con sus amigos empezaron a fantasear con formar una banda, él supo que iba a tocar el bajo mucho antes de tener el instrumento en sus manos. Le gustaba que fuera lo raro: algo que se confundía con otra cosa, algo que exigía explicaciones, algo bien en la línea de una casa, la suya, en la que seguir a la mayoría siempre fue visto como signo de debilidad.
Hoy, Iván Krisman es uno de los bajistas más singulares de la escena local. Miembro clave de los renovados Eté & Los Problems y ladero de Ernesto Tabárez en formatos reducidos, su historia está repartida entre el bandoneón rescatado de su abuelo, el under “acomplejado” de Las Piedras que lo curtió en los 90, los años dorados girando con Latejapride*, la escuela de La Hermana Menor y sus propias creaciones, todo eso que hoy canaliza en Oriundo, el dúo que forma con Walo Crespo y con el que no pretende mucho más que pasarla bien.
“Si las cosas siguen como están, ya estoy”, dice una tarde de calor en charla con El País. Luce como en el escenario: melena suelta y barba espesa como figura de mitología nórdica, remera sin mangas, ropa negra, una tranquilidad que se parece a la meditación pero que puede ser, también, la herencia del psicoanálisis, la práctica que —como el rock— se volvió un lugar al que pertenecer.
Hijo de una nurse y un mecánico naval que escuchaban música como quien encara un asunto serio —“ponían tango, Los Olimareños, Pink Floyd, Dire Straits, y se miraba con desdén la música que estaba de moda”—, Iván empezó con “un bajo de porquería” hasta que su propio padre, a puro instinto, comenzó a fabricarle instrumentos para que pudiera tocar.
Aquellas piezas artesanales ni siquiera tenían trastes, pero Iván —que quizás por eso toca el bajo de una forma atípica— se las ingenió.
Durante seis años se defendió “con cualquier cosa” hasta que a los 20, cuando fue a visitar a su padrino a Nueva York, dio el salto. “Me traje algo increíble, de lo mejor que había: un Ibanez activo, de cinco cuerdas, que era el que usaba Korn”.
Estudió más que nada con Juan Antonio Rodríguez, cellista, clarinetista y con experiencia en el bajo de la tropical Sonora Cienfuegos. “Un loco finísimo, me hacía tocar música clásica pero era muy abierto cuando yo le llevaba cosas metaleras”, evoca Iván. “Yo le decía que quería descifrar algunas cosas y él decía: ‘esto es un montón de gente tocando al palo, no tiene misterio’, ¿viste? Pero una vez le llevé el disco Play de Moby y me dijo: ‘es la primera cosa que me traés acá que es interesante’”.
Rodríguez le dio algo clave: la inquietud de buscar más allá del paraguas de la música pesada, el estilo en el que más se ha movido y que tendió a cerrarse sobre sí mismo.
Así, Krisman (que toca la mandolina y se construye sus propios instrumentos, más que nada cigar box guitars o guitarras de cajas de habanos) tiene claro qué música le interesa: la de bases rítmicas solventes, la repetición como forma de desarrollo, las capas de sonido bien definidas, los cantantes “raros”, la cosa “auténtica”.
Todo eso ha convivido en sus proyectos más personales, donde canta y compone desde que se habilitó a hacerlo. “Yo no me identifico mucho con ser un intérprete de música de otros compositores”, confiesa, “y no me imagino volviendo para atrás. Para mí, dejar de crear sería morirme un poco”.
Lideró Iván & Los Terribles y hoy la aventura es con Oriundo, el dúo de psicodelia pesada que forma con Walo (baterista de Hotel Paradise, Motosierra, Cross) y que esta noche toca en Sala Ducón con Lucas Hanke & Cromatismo de Sensações de Brasil, y Amazing One Band.
En 2024, Oriundo lanzó Oriente Serrano, disco que propone historias ficticias de un Uruguay campestre como evocaciones que se montan sobre melodías y ritmos cíclicos, que invitan al trance. El repertorio incluye una versión de “Malísimo” de Ruben Rada cantada por Flor Sakeo, y el mayor objetivo es llevarlo al vivo, porque además, dice Krisman, “el underground ahora está exquisito”.
“Nadie está intentando gustarle a nadie ni transmitir lo difícil que es para ellos salir adelante. Todo el mundo tiene la frente en alto. Y el público va y la pasa lindo”, dice Krisman, que tiene varios frentes donde tocar, socios con los que hacer música, alguien que le haga el aguante. Y si las cosas siguen así, entonces así está bien.
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