Es el mediodía del lunes 25 de agosto y la calle Justicia parece suspendida en el tiempo. Es feriado nacional y el movimiento es nulo: los autos no circulan, los ómnibus menos, y los transeúntes apenas se adivinan en la distancia. El silencio es tan denso que se quiebra con lo mínimo: las copas de los árboles agitadas por el viento, una volqueta que se cierra con estrépito a unas cuadras. De repente, la escena se llena de vida: desde una de las casas, a pesar de tener las ventanas cerradas, la música se cuela hacia la calle.
Un piano dibuja acordes sutiles, un platillo sostiene el pulso y, encima de todo, una voz ligera y reconfortante se abre paso. Canta en un idioma incomprensible, pero el fraseo es tan delicado que suena a canción de cuna. La voz es de la japonesa Mio Matsuda, la batería de Albana Barrocas y el piano —inconfundible— de Hugo Fattoruso.
La entrevista está pactada para el final del ensayo. El timbre no sonará hasta que se extinga el último acorde y se escuchen pasos. Cuando llega el momento, Matsuda abre la puerta y saluda en un español impecable. Fattoruso está ocupado al fondo, en la cocina, preparando churrasco para sus invitados. Matsuda no es la única japonesa: la acompañan el guitarrista Taku Fujii y el violinista Tane Sekijima, y la comunicación con el uruguayo ocurre, en gran parte, por señas.
Mientras tanto, Matsuda charla con El País en otra habitación; Barrocas, compañera de Fattoruso en proyectos como HA Dúo, se sienta al lado de la cantante por si hace falta un intérprete. De tantas veces que viajó a Japón junto a Hugo, aprendió algo del idioma. Al final, no será necesario: su español es más que suficiente; a lo sumo se le escapan algunas palabras en inglés o portugués.
El motivo de esta entrevista es su regreso a Uruguay. Matsuda, que ya cantó en Montevideo antes de la pandemia, tiene dos conciertos en el horizonte: el jueves en Sala Zitarrosa y el domingo en Pueblo Narakan de Punta del Este. En ambos estará acompañada por su cuarteto cosmopolita, aunque el de Montevideo tendrá un condimento especial: los tambores de Mathías, Wellington y Guillermo Díaz Silva, más la apertura de la pianista Sabrina Díaz.
El viernes, Matsuda y Fattoruso sumarán otra actividad participarán de la proyección de Amigo lindo del alma, el documental sobre Eduardo Mateo que dirige Daniel Charlone, en el Club Cultural Charco (Maldonado 1477). La cita será a las 19.30, y tras la película, ambos interpretarán algunas canciones a piano y voz. La entrada será libre.
Pero, ¿cómo una cantante nacida en el norte de Japón termina en el barrio La Comercial un 25 de agosto, hablando en un español impecable?
La respuesta está en la música.
Matsuda es una artista esencialmente cosmopolita. En su adolescencia se enamoró de la música griega, pero una amiga brasileña la llevó a reorganizar sus prioridades. Tenía 18 años cuando se compró un disco de Amália Rodrigues, la reina del fado, y el descubrimiento del género portugués fue una revelación.
“Me encantó la voz y la sonoridad de la guitarra portuguesa; es una combinación muy musical”, dice. Ese sonido la atravesó tanto que se mudó a Lisboa para dedicarse al género. “Pero me faltaba algo... ¡la armonía!”, dice, entre risas. “El fado son tres acordes, así que también cantaba música brasileña”. Matsuda, hoy de 46 años, también vivió en Brasil y en Cabo Verde. En 2005 grabó Atlántica, su álbum debut, que une las tradiciones musicales de los tres países.
Así como le pasó con el fado, el descubrimiento de la música latinoamericana fue decisivo en su camino. “Sentí que ese era mi continente”, asegura. “Me identifiqué mucho con la variedad, los colores y la mistura criolla. Son tantas raíces, y a la vez tan sofisticadas, que sentí que Sudamérica me educó musicalmente”. El idioma la aprendió en la época en que vivió en Venezuela.
En 2007 viajó a Buenos Aires para cantar en un festival de jazz y allí escuchó a Fatto-Maza-Fatto, el trío de Hugo con Osvaldo y Daniel Maza. “Fue increíble”, recuerda. Quedó tan impactada por el piano de Fattoruso que sintió que era el ingrediente que le faltaba para darle un nuevo rumbo a su música. “Había escrito una canción que se llamaba ‘Moreno de pérola’, dedicada a un hombre bonito pero como del espacio”, cuenta entre carcajadas. “Y yo quería que Hugo tocara su música cósmica”.
La oportunidad llegó al año siguiente gracias a un compatriota: el percusionista Yahiro Tomohiro, líder junto a Fattoruso del dúo Dos Orientales. Hugo estaba por iniciar una de sus giras en Japón y Tomohiro la invitó a cantar con ellos. Aprovechó la ocasión para mostrarle “Moreno de pérola” y el uruguayo no solo la aceptó, sino que le propuso grabar un disco entero acompañándola con Dos Orientales. “Fue un milagro para mí”, recuerda.
Así nació Flor criolla (2010), un álbum que celebra las raíces musicales de distintos países latinoamericanos. Además de su “Moreno de pérola”, Matsuda interpreta el bolero “Sabor a mí”, el tango “La noche de tu ausencia”, la bossa nova “Se todos fossem iguais a você” y se anima al candombe con la preciosa “Templando momentos”.
El disco abre con otro guiño uruguayo: una versión de “Un canto para mamá”, de Eduardo Mateo, que completa con un poema escrito por Matsuda y recitado por Fattoruso. “Conocí a Mateo por Hugo, y su música es muy bonita. La letra es muy naif, pero las palabras son como un mantra”, cuenta. “La quise grabar porque la madre también puede ser Sudamérica, por eso escribí ese poema para acompañarla”. Ese no fue su único homenaje a Mateo: luego grabó “Ayer te vi” en japonés.
Tras la experiencia de Flor criolla, la artista continuó su investigación de raíces musicales. En 2014 estudió el repertorio antiguo de su país para dar forma a Creole Nippon, un viaje de 14 canciones por la historia japonesa. Oita no Uta (2019) expande su intención, centrada en el repertorio de la ciudad Oita.
Cuando irrumpió la pandemia, Matsuda encontró un refugio emocional en la música sudamericana y reconectó con Fattoruso. “Necesitaba del Hugo porque él me eleva a otra dimensión”, asegura. El uruguayo le envió su canción “El viaje de la libélula” y, poco a poco, comenzaron a trabajar en otro disco a la distancia, con HA Dúo: La selva (2022).
Matsuda lo define como un homenaje al litoral y, además de incluir varias composiciones del pianista, versiona “Pa’l que se va”, “Esa tristeza” y “El día que me quieras”, y cierra con “Palo y tamboril”, acompañada por la comparsa C1080.
Varias de esas canciones, junto a otras de Creole Nippon, son las que cantará en sus shows de la Zitarrosa y Pueblo Narakan. No solo las interpretará con su grupo binacional, sino que —como hizo en sus discos— reafirmará que aquí, en Uruguay, encontró su hogar musical.
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