Cazzu, una jefa entre la revancha de la cumbia y la revolución del perreo: "No puedo cambiar lo que soy"

Referente del trap y autora de un ensayo sobre el reggaetón, Cazzu presentará su nuevo disco "Latinaje" en el Teatro de Verano. Antes charló con El País sobre su arte y la relación con Uruguay.

Cazzu
Cazzu (Julieta Cazzuchelli) en 2025.
Foto: Difusión

Julieta Cazzuchelli se hace muchas preguntas, tiene muchas ideas. Su abuela le inculcó el poder de la palabra desde muy chiquita. Fue una niña de Jujuy que escribió diarios, cuentos y poemas, hasta que se le cruzó el fuego de la canción. Cantó cumbia hasta que esa escena —las lógicas, los empresarios— la expulsó. Dejó de ser Juli-K para reinventarse como Cazzu, la Jefa del Trap. Es la mujer de referencia en la escena urbana argentina: feroz y a la vez tierna, madre, autora de un ensayo que se llama Perreo, una revolución.

Cazzu es atípica. Le rinde honores a Avril Lavigne (Error 93) y a Alfonsina Storni (Una niña inútil). Usa el escenario para revelar un embarazo y canta “Al jardín de la República” de Mercedes Sosa como pocas personas pueden cantar “Al jardín de la República” de Mercedes Sosa: con respeto y con sonrisa, como si ella misma fuera el pañuelo que se revolea en el viento.

Lee Ñamérica de Martín Caparrós y bebe de sus páginas para seguir haciendo obra. Protagoniza portadas de revistas del mundo y, para este momento —agosto de 2025—, es la artista femenina con el video más visto en YouTube en lo que va del año. Desplazó en números a la propia Lady Gaga, con una cumbia —“Con otra”— que es su mayor revancha.

Fanática de la banda uruguaya Marka Akme y entusiasta de la plena, Cazzu estará el 10 de octubre en el Teatro de Verano, su mayor escenario local hasta ahora, presentando Latinaje (hay entradas en Tickantel), un disco que va directo a las raíces y baila entre folclore y otros ritmos. “Si todo sale como debería salir, va a valer la pena ir a verlo. Va a ser un show especial, distinto”, dice a El País.

Esta es una parte de esa charla.

—Tu nuevo disco, Latinaje, es un canto a la tierra, a la identidad, y es un disco que a la vez quedó muy atravesado por tu experiencia vital de la maternidad, que también pone un espejo frente a tu propia identidad. ¿Cómo dialogó esa transformación personal con la gestación del álbum?

—Creo que siendo una persona que siempre tuvo un proyecto bastante oscuro y cargado de mucha fuerza, un poco de bronca y un poco de oscuridad, el trap y todo eso, para mí fue un proceso de deconstrucción el aceptar que estaba bien que este disco pudiera habitar en el mundo, digamos. Porque yo, Julieta, no soy tan diferente a Latinaje, pero sí lo era el proyecto Cazzu, lo que la gente conoce de mí. Que es ese alter ego y ese lugar seguro que uno va construyendo en la música, un lugar donde vos sos quien tenés ganas de ser. Pero a la larga se revela tu verdadera naturaleza (se ríe). Y lo que logró la maternidad fue que yo dejara de tener el prejuicio de que la gente me viera o me escuchara desde un lugar un poco más sensible, y que pudiera abordar una música que siempre estuvo en mí, que siempre canté en mi casa, pero que no me animaba a sacarla de mi secretito. Pasa que yo puedo cambiar de colores, pero no puedo cambiar lo que pienso, lo que soy.

—En el proceso largo de Latinaje, tu productor, Nico Cotton, tuvo un rol clave. ¿Cómo fue el trabajo con él?

—Nico es un genio, es un genio total. Es una persona muy versátil y tiene mucha, no sé… A veces me quedo pensando qué son las cosas en las que él piensa cuando se va a dormir. Si piensa en los programas que está usando o cómo usar esas herramientas, porque finalmente la creatividad se extiende a todas las herramientas… Respeta mucho el momento de empezar a construir la canción de una forma seria y detallada. Nunca se salta los procesos. Siento que juega una parte fundamental en mi proyecto, en la realización de la música y en entender por qué caminos queremos ir. Yo soy bastante productora y producimos juntos, pero el que ejecuta realmente esa música y esa maravilla es él. También es un gran compañero emocional: no deja de lado lo que emocionalmente puede transmitir la canción, tu momento emocional, lo que te hace bien a vos. Tiene una perspectiva muy bonita de cómo compartir la música.

¿Compartir con quienes están alrededor a la hora del trabajo o con el público?  

—Con el público. Nosotros siempre tenemos presente al público cuando estamos trabajando. Cuando ya sabés que hay un montón de gente que te escucha, creás un compromiso que a veces es bueno, a veces es malo, a veces es presión, a veces es inseguridad, pero uno siempre tiene presente a la gente cuando construye la música. Hasta cuando decís que no importa lo que piense la gente, en realidad estás pensando en lo que piensa la gente. En este disco él hizo un gran trabajo para que yo no sienta que estoy meando fuera del tarro, básicamente, que no estoy disociando de mi carrera y lo que la gente percibe de mí. Él es un gran responsable de que yo haya conseguido terminar Latinaje y decidir que iba a salir.

No es fácil apagar el ruido externo y confiar en el deseo más personal…

—Y mucho menos viniendo del disco que nosotros veníamos, Nena Trampa, que también lo hicimos juntos y es un gran disco de puro género urbano, bastante pesado. Pero una persona no está todo el tiempo escuchándote a vos, no le gustan todos tus discos igual, no está conectada todo el tiempo de la misma forma con un artista. Somos nosotros los que también tenemos que aceptar que la gente fluctúa y pasa por nuestras vidas, como nosotros pasamos por la de ellos. Uno trata de saciar a los otros, pero yo digo que, al final, el arte que no está hecho meramente para ser vendido y sobreexplotado, es bastante egocéntrico, porque vos estás con vos y tu productor haciendo lo que se te canta básicamente, ¿entendés? Y tenés la ventaja de que sabés que alguien te va a escuchar. O sea, nosotros podríamos haber fallado...

—Pienso en la cumbia “Con otra” que de alguna forma le está ganando a esa escena que en su momento te expulsó, y pienso en algo mayor que tiene que ver con que la cumbia, el reggaetón o el trap, tus estilos, muchas veces son señalados como algo que no es música, y este disco está rebosante de música por todos lados. ¿Cuál sentís que es tu mayor revancha?

—Exactamente eso. Saber hoy que mi mayor éxito, la canción con la que entré por primera vez al chart de Billboard sola, y con la que pasaron cosas muy espectaculares, es una cumbia, para mí eso es una revancha de la vida y del dolor y el sufrimiento que como una persona muy jovencita me tocó vivir en la cumbia. Yo soñaba con estar en esa movida. Después se fueron revelando las realidades, que eran bastante turbias y desagradables, y me pareció que lo correcto era correrse. Después la cumbia tocó mi puerta muchísimas veces y yo me resistí, me resistí un montón. A pesar de que no tenía nada —no tenía cómo hacer música, no tenía plata, no tenía nada—, yo me resistí a la cumbia porque ya había leído su realidad. Con el tiempo, desde el trap empezamos a ganarnos los espacios de la cumbia en el boliche y de alguna forma los desplazamos, sin querer, y más adelante pudimos dar un paso más que fue salir de los boliches, para no volver. Y finalmente componer una cumbia de una manera tan feliz, tan segura, tan en otro momento de la vida, quizás es una revancha frente a esos empresarios y para ese manejo que me causó tanto daño, pero también es un gran, gran homenaje a la música que me enseñó de esto. Tengo una carrera entera haciendo algo que muchas veces no se considera música, por eso tampoco le tengo miedo a la música. Aprendí que en el arte una puede jugar a lo que quiera. Si total a mí el arte no me lo dio nadie, me lo busqué sola. Entonces yo no le pido permiso a nadie para jugar a lo que tenga ganas. Y esta vez con Latinaje fue una manera de decir: “Vamos a jugar a hacer música de verdad”.

—Esto va de la mano con ser una identidad cumbiera editando un ensayo sobre el reggaetón, y con colarte en un mundo, el literario, que también carga con sus etiquetas.

—Y la parte dolorosa es que acá, en Argentina, hay un auge de mujeres cancelándonos de nuevo a las reggaetoneras, a las chicas, mis colegas todas en el ojo de la tormenta, y todo el mundo se sube al colectivo del odio últimamente, porque tenemos una situación social que está inspirada por el odio. He leído mucho prejuicio sobre el libro: “¿Por qué voy a leer un libro que haya escrito Cazzu y que se llame Perreo?”, “¿por qué yo voy a desperdiciar mi valioso tiempo haciendo eso?”, “¿Qué tiene Cazzu para decir? No sabe hacer música, ¿va a saber escribir?”. Y básicamente es la razón por la que existe este libro. Yo intento ser y contar una historia que me parece valiosa para cierto tipo de personas, pero tampoco pienso que sea la dueña la verdad. Pero sí que tengo el derecho de escribir un libro. Y me parece muy interesante el fenómeno que ocurre, porque cuando te parece que algo realmente no da, no te importa tanto, no te hace enojar tanto en realidad. Y mi libro ha hecho enojar a muchos. Pero creo que también ha puesto contenta a muchas más.

—Escribir ha sido parte central de tu camino artístico. ¿Cuándo te diste cuenta del poder de la palabra?

—Yo creo que crecí con el valor de la palabra, porque crecí en una casa donde mi abuela perpetuaba mucho el escribir y el hablar con propiedad. Desde la primaria le di mucho valor a mis diarios. Escribí muchos cuentos, escribía poemas, y no lo dejé de hacer nunca. Después empecé a escribir mis canciones y generé una relación con la palabra que de alguna forma me guió hasta donde estoy, y en menor o mayor medida, a partir de que pasa el tiempo, fui solidificando ese vínculo. Soy muy sensible a las palabras, y a veces lo soy de más.

Dijiste que no le tenés miedo a la música. ¿A qué cosas les tenés miedo?

—Mi libreta de miedos cambió cuando fui mamá. Yo ahora solo le tengo miedo a cosas que le puedan suceder a mi hija. No le tengo miedo a nada más. No le tengo miedo a las cosas que le temía antes, que tenían que ver con la carrera, con la vida. Yo solo le temo a todo lo que amenace su bienestar.

—Has dicho que en Uruguay te sentís bastante en casa. ¿Cómo es tu relación con la escena artística local?

—Cuando aparecieron nuestros colegas del trap les abrimos la puerta, fue como hacer un solo corazón. Siento que esa hermandad se da fácil entre Uruguay y Argentina. Y tuvimos la suerte de colaborar con Rada en “Rangos II” [de Peke 77]. Pero sinceramente en lo que más pienso es en la cumbia. Fui muy fan de Marka Akme, me encantaban; me parecían fantásticos, los consumí muchísimo. Y tuve medio un chaboncito uruguayo con el que andaba (sonríe). Pero creo que Uruguay tiene una identidad muy fuerte con lo que viene de la tradición. Siento que es un lugar en el que se mezclaron distintas tradiciones venidas de distintos lugares y, siendo un territorio tan chico, logró tener una base muy sólida en la identidad musical más nativa, que es como una colisión cultural muy bonita. Y cuando los territorios tienen un sonido base, todo lo que se hace arriba se hace arriba de eso, y eso también les da identidad a los artistas del territorio. A mí me molesta que la gente diga que Uruguay es como un pedazo de Argentina, cuando en realidad tienen una identidad totalmente desarrollada y fácil de reconocer. No creo que no te des cuenta cuando un artista es uruguayo, es evidente. Y esas cosas hay que respetarlas.

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