Diego Fischer habla de su novela, "La bendición de Jonás": "En un libro no se puede desvirtuar la realidad"

El escritor reconstruye en su último una olvidada tragedia marítima en el Río de la Plata: el hundimiento del Ciudad del Asunción en el invierno de 1963 donde murieron 53 personas

Diego Fischer
Diego Fischer
Foto: Leonardo Fernández Degiuda

Como todos los fines de año, hay nuevo libro de Diego Fischer.

Esta vez se trata de La bendición de Jonás (Planeta), el relato coral de una tragedia en el Río de la Plata: el naufragio delCiudad de Asunción, una fría noche de julio de 1963 en el que murieron 53 de los más de los 400 pasajeros que viajaban en un atiborrado Vapor de la Carrera.

Fischer, uno de los best sellers locales de mayor permanencia, constuye su historia a través de testimonios, documentos oficiales y artículos periodísticos aportándoles ficción dramática. Sobre cómo encuentra sus historias, lo que aprendió después de tantos libros y un naufragio que la historia había olvidado, Fischer charló con El País.
—La historia de La bendición de Jonás está contada desde varios personajes. Uno de ellos es Alberto Dodero, el empresario naviero.

—Fue mi gran descubrimiento. Era un hombre tan importante que la revista Time y el New York Times le dedicaron artículos. Debe haber sido el único uruguayo que logró tener un espacio tan destacado —en vida y muerte— en medios así importantes.

—¿Hay otro libro de Fischer ahí?

—Quizás en un futuro porque es impresionante. Tiene todos los condimentos de un gran personaje. El bon vivant, el mentor de Aristóteles Onassis. Por supuesto, los argentinos y los documentos de la CIA lo mencionan como empresario argentino, pero nació en Uruguay; la base de su fortuna estuvo acá y es donde vino a morir.

—¿Cómo le llegó la historia del hundimiento del Ciudad de Asunción?

—Hace, quizás, 10 años, Mauricio Bergstein —escritor, colega y amigo— me cuenta la historia de sus padres en el naufragio del Ciudad de Asunción. Se me puso la piel de gallina. Y pasó a la lista de libros posibles.

—¿Cuántos proyectos tiene esa lista?

—Ocho, diez, que van subiendo y bajando.

—¿Y por qué este ahora?

—Venía de un libro como La gran farsa, con un tema potente de la historia reciente. Y me pareció que este año no era para incursionar en asuntos políticos. Venimos de una campaña electoral y creo que hay una saturación en la gente de los temas políticos. Y bueno, me pareció oportuno darle vida a lo que hoy es La bendición de Jonás.

—¿Cómo se transforma una anécdota en un libro?

—Lo de siempre: investigar, tirar cabos, buscar datos.Fui obsesivo, por ejemplo, en tratar de encontrar el informe oficial del accidente. No apareció el expediente judicial, pero sí la sentencia del caso. Y ahí empezamos a trabajar.

—Es la tragedia de un Titanic uruguayo. De hecho están emparentados los barcos.

—Es increíble cómo se cruza con el Titanic aunque estamos hablando de otra dimensión en cuanto a tamaño de barco y cantidad de personas. El Ciudad de Asunción tenía motores de la misma fábrica del Titanic, del Olympic y del Britannic, los tres grandes transatlánticos de su tiempo. Y además chocó contra un barco hundido que pertenecía a la familia política de Onassis y que también había sido fabricado en el astillero del Titanic. Ese fantasma está sobrevolando toda la historia.

—¿Por qué es un caso olvidado?

—Me llamó mucho la atención que no hubiera nada escrito sobre el Ciudad de Asunción. Y tengo mi interpretación: comenzaba una época muy triste para Uruguay y para Argentina y las batallas que se libraban en tierra dejaron en el olvido a otras. Y a veces pasa con los hechos muy dolorosos que hay que dejar pasar el tiempo para que las cosas decanten, y la gente no quiere hablar de experiencias tan dolorosas. Acá pasaron 62 años. Y hay tantas historias del naufragio como sobrevivientes.

—Y reúne testimonios, informes y artículos periodísticos.

—En este caso de la prensa argentina y uruguaya. Curiosamente —o no— y quizás porque el accidente se produjo más sobre la costa argentina, los diarios de allá le dieron muchísima más cobertura en el tiempo. Y había un espacio importante para las especulaciones. Fueron 53 muertos y hubo un montón preguntas que se hicieron en su momento y que dejo planteadas en el libro. En Argentina, por ejemplo, de inmediato pidieron la cabeza del capitán al que, curiosamente, le faltaban seis meses para jubilarse.

—La única historia que tenía era la de los Bergstein. ¿Cómo eligió las otras?

—El violoncellista Amadeo Baldovino me pareció un personaje lindísimo. Como soy muy melómano, me identifiqué mucho con él.

—¿Cómo llegó a esa historia?
—En la lista de pasajeros y aparecen menciones en algunos artículos de la prensa argentina. Y me crucé con la historia de ese Stradivarius, que no era un violín sino un violonchelo, lo que era mucho más raro. Y llegamos a la casa en Londres donde está toda su historia. Sabemos que ese instrumento se llamó Mara y conseguimos saber quiénes fueron sus dueños.

—¿Cómo encontró el tono de la novela?

—Fui muy cuidadoso de ser muy escueto a la hora de adjetivar. La contundencia de los hechos es tan grande que simplemente describiéndolos y tratando de mostrar lo que sentían los personajes me parecía que era el camino adecuado para intentar un relato conmovedor.

—¡Y el abate Pierre, el fundador de Emaús, iba en el barco! Cuando reniega de Dios en el naufragio, ¿eso pasó?

—Los testimonios que pude recabar dicen que él, en una tabla salvavidas en determinado momento de la noche, enloqueció y en francés empezó a reclamarle a Dios.

—En todos estos años, ¿qué ha descubierto de qué no se puede hacer en un libro?

—En un libro no se puede desvirtuar la realidad. Mi estilo y mi forma de contar historias está apegado siempre a la información que aportan los documentos. Cuando alguna vez se me ha cuestionado por determinadas historias, les digo que contra un documento no se puede ir. Hay muchas formas de contar esa historia, pero siempre apegado a esa verdad que te confirma o revela un documento. No se puede, tampoco, caer en lo chabacano, en la vulgaridad, en cosas que de repente venderían mucho más.

—¿Cuánto piensa en el público cuando encara un libro?

—Todo el tiempo. No en un público multitudinario: yo paso a ser público. Si algo me aburre, me cuesta leerlo o me genera rechazo, sé que no va a funcionar. Pero si algo me engancha, me ilusiona, me emociona y me divierte, siento que a otro le va a pasar lo mismo. Esa es la norma no escrita que aplico en todos los libros.

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