Crítica

Fernán Cisnero

Hay una corriente en el cine uruguayo reciente que combina paisajes del interior con comedia. Un ejemplo reciente es La teoría de los vidrios rotos de Diego “Parker” Fernándezy es una línea que inauguró El baño del Papa de César Charlone y Enrique Fernandez y estaba en Viaje hacia el mar de Guillermo Casanova. Ese ambiente también está en el cine de Manuel Nieto, pero al servicio de otra cosa.

Mateína, dirigida por Joaquín Peñagaricano y Pablo Abdala Richero, transcurre en ese ambiente rural a pesar de que es una, digamos, comedia distópica. Transcurre en el interior de Uruguay en 2045, en un mundo en el que la mateína es ilegal.

La inevitable demanda la atienden Moncho (Diego “Moncho” Licio) y Fico (Federico Silveira), dos dealers de cebaduras que, cuando la cosa se complica, deciden emprender un viaje a Paraguay a buscar semillas yerbateras. Lo suyo es una cruzada libertadora aunque su destino es, literalmente, artiguista.

Los sigue un policía (Roberto Suárez) presionado por un jefe corrupto y matero (César Troncoso) y en el camino (Mateína es, como Viaje hacia el mar, una road movie), van encontrando la solidaridad del pueblo uruguayo necesitado de su vital elemento. Hay una red clandestina de materos que esperan la llegada del mesías que, justo, va a traer las semillas del Paraguay. Moncho y Fico ocupan esa improbable vacante.

La idea es divertida y Licio y Silveira aportan una química de buddy movie que funciona muy bien. Algunos gags son más eficaces que otros, los personajes son apenas trazados y cierta intención de mensaje final parece ir contra su propio desenfado. Pero se entiende lo que quiere decir y lo dice de una manera concreta.

Con todo eso, Mateína es una película entretenida y un ejemplo más de un tipo de comedia uruguaya que, cuando está presentada así de prolija, merece encontrar su público.