Kylie Buchanan/The New York Times
Una de las muchas excentricidades de una campaña de premios es que puede durar mucho más que el rodaje que te puso en la contienda. Sin embargo, la mayoría de los actores se muestran encantados de trasladarse a Los Ángeles y promover su película durante varios meses, y es por eso que recientemente he visto mucho a Kieran Culkin, el favorito al Oscar en la categoría de actor de reparto por Un dolor real, película que ya le valió un Globo de Oro en ese mismo apartado y que hoy se estrena en cines uruguayos.
Para promocionar la película, sedujo a críticos de cine en una cena íntima en Spago y se lució en el salón de baile durante los Governors Awards.
Todo esto le parece natural a Culkin, quien es conversador, ingenioso y encantador, virtudes que supo aprovechar durante su paso por la serie Succession (Max), que le valió un Emmy. El día en que me encontré con él se mostraba, sin embargo, frustrado: su más reciente gira de prensa implicaba que tendría que perderse una reunión de padres y maestros en su casa, en Nueva York.
“Quiero ser el tipo que puede salir un fin de semana a trabajar y, a la vez, cumplir como papá en las reuniones escolares. Pero creo que estoy llegando al punto en el que tengo que aceptar que no siempre podré estar en casa”, dijo.
La familia es muy importante para Culkin, quien creció en Nueva York junto a siete hermanos (incluido Macaulay, famoso por Mi pobre angelito) y actualmente vive allí con su esposa y sus dos hijos.
Confiesa sin reparos que intentó salirse de Un dolor real, cuando se modificaron las fechas de rodaje, ya que el nuevo calendario significaba que su esposa e hijos solo podrían visitarlo al inicio de la filmación en Polonia, dejándolo sin ellos casi un mes. No podía hacerlo, dijo.
Menos mal que lo convencieron de quedarse, porque es difícil imaginar Un dolor real sin él. En la película, él y Jesse Eisenberg —quien además escribió y dirigió la película— interpretan a primos que se reencuentran para recorrer Polonia en un intento por comprender mejor a su difunta abuela, quien creció allí. Desde su muerte, Benji (Culkin) ha estado a la deriva, y es que, en realidad, nunca estuvo bien anclado: Benji es tan carismático como desconcertante, propenso a cambios de humor tan bruscos que irritan a su primo David (Eisenberg).
Benji puede ser el alma de la fiesta o, por el contrario, absorber toda la energía de la habitación, y lo fascinante de la actuación de Culkin es que esos momentos resultan a la vez impredecibles y completamente coherentes con el personaje. Lograr ese efecto requirió de una espontaneidad mayor a la que Eisenberg esperaba, según contó Culkin.
A continuación, algunos extractos editados de la entrevista que concedió a The New York Times.
—¿Qué te pareció Un dolor real cuando te llegó el guion?
—Me reí a carcajadas, algo que casi no me sucede. Era un guion tan pulido y maravilloso que no necesitaba hacer tarea, ya que no había ningún vacío que llenar. Solo quería llegar al set sin ensayar ni pensar demasiado, porque el personaje es espontáneo y sorprendente. Literalmente, no pronuncié ni una sola línea en voz alta hasta que estábamos rodando.
—No podés hacerlo en todos los proyectos, pero en Succession también tuviste mucha libertad. ¿Antes tu enfoque era más estricto?
—Antes era más parecido al teatro, donde te apegás fielmente al texto. Pero, después de un tiempo en Succession, sentí que tenía cierta propiedad sobre mi personaje, así que adopté la estrategia de aprender las líneas rápidamente: no iba a pensar demasiado, iba a arriesgarme. Hubo una toma en la que Nicholas Braun (el primo Greg) entró, dijo su línea y yo no respondí, solo lo miré. Entonces, él siguió con la siguiente línea, yo seguía mirándolo, y él insistía para que interviniera. Al final, me lavé las manos y comencé a secarlas con su camisa, y dejaron esa parte. Fue una manera divertida de abordar la escena y nos dejaron experimentar.
—¿Incluso antes de poder trabajar de manera tan espontánea, veías la actuación como una forma de juego?
—Quizás cuando era niño, sí. Hace 10 años, mi esposa se burló de mí porque estaba agotado y decía: “Chicos, estoy estresado, tengo que ir a trabajar.” Y ella respondió: “¿Trabajar? Yo tengo que ir a una oficina y cumplir un trabajo; tú vas a ir a fingir ser alguien. ¡Literalmente se llama juego!”
—Entonces, si hubieras recibido Un dolor real antes de Succession, ¿cómo habría sido tu actuación?
—Probablemente muy distinta. Recuerdo haber pensado: “Voy a tener que volver a la manera tradicional, y me frustrarán las marcas en el suelo.” En Succession no usábamos marcas; las cámaras estaban dispuestas en algún lugar y simplemente actuabas. Era muy libre. Jesse y yo encontramos un ritmo, traté de entregarme por completo a su manera y no funcionó, y él intentó adaptarse a mi estilo y tampoco dio resultado. Así que tuvimos que buscar un nuevo ritmo, porque el personaje necesitaba ser vivo y espontáneo.
—Hacés tu mejor trabajo cuando se te permite romper reglas. ¿Te preocupa que te vean como un actor difícil?
—Sí.
—¿Cómo encontrás entonces el equilibrio adecuado?
—Trabajando en conjunto con los demás actores, siempre y cuando a ellos no les importe. Si le preguntas a cualquiera de Succession, te dirán que teníamos una conexión muy buena y que, sin duda, yo nunca fui el actor problemático.
—En Un dolor real tu principal compañero de escena es Jesse, quien también es el guionista y director. ¿Cómo afecta eso a la dinámica?
—Lo complicado es recibir indicaciones de otro actor, ya que no se supone que un actor le diga a otro: “Sería mejor si lo hicieras así.” Eso es un gran desliz; te revientan la cara por ello, y cada vez que lo hacía, me descolocaba: literalmente, se me salía el pecho, apretaba el puño y me ponía a la defensiva, pensando: “¿Este me está diciendo cómo hacerlo mejor? Porque yo también tengo sugerencias para él.” Luego me daba cuenta de que en realidad era muy bueno en eso: sabía exactamente cuál era el detalle que faltaba para que la escena funcionara. Además, es muy divertido actuar con él. Volvamos al juego, porque eso es a lo que, en mi opinión, se reduce cuando la actuación alcanza su punto máximo. He escuchado a algunas personas abordar la actuación casi como si fuera una pelea: cada uno se encierra en su rincón y luego salen a “pelear” en escena. Mi filosofía es completamente distinta.
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